Un imponente desfile de promociones de las facultades universitarias recorrió las calles de Cuenca el 30 de septiembre, en evocación del nacimiento de la Universidad, institución formadora de generaciones de gente cuyo pensamiento aportó a la cultura, la política, las ciencias y las artes y al desarrollo de la ciudad, de la región y del país

El Congreso Nacional creó la Universidad de Cuenca el 15 de octubre de 1867 y el Presidente Jerónimo Carrión firmó el ejecútese tres días después: en este mes son 150 años.

La presencia de la Universidad fue un hito en la historia de Cuenca, donde lo máximo que había antes en materia educativa fueron los colegios Seminario y Nacional, cuyos maestros pasaron a ejercer la docencia en el plantel de estudios superiores.

Luis Cordero Crespo, entonces diputado, fue gestor de las Corporaciones Universitarias del Azuay y de Guayaquil –con un mismo decreto-. De origen campesino, penosamente había cursado la secundaria en el Seminario de Cuenca, y se empeñó en su objetivo: “Pobre como había sido desde la infancia, conocía las inmensas dificultades que un joven tenía que superar, después de terminados sus estudios, para viajar a la distante Quito, permanecer en ella privado de todo valimiento, pagar la pensión pecuniaria de los grados; sin probabilidad de que se la condonen, por ser desconocido, y luego presentarse intimidado ante Catedráticos y Superiores totalmente extraños para él, exponiéndose a que lo intenso de la emoción influya en el mal resultado del examen y la consiguiente desgracia de toda su vida”, apuntó en su autobiografía refiriéndose a su empeño por crear el plantel en Cuenca.

Hace 150 años en el Ecuador sólo había la Universidad Central, en Quito. Cuenca tenía menos de 20 mil habitantes y sus características urbanas apenas habían variado desde tiempos coloniales, con la antigua catedral, la gobernación, el cuartel y el edificio municipal en torno a la plaza central donde ocurrió la fundación española en 1557. Aún no habían pasado cincuenta años de la proclama independista de 1820.

La producción y mercadeo de los sombreros de toquilla y la exportación de la cascarilla eran las fuentes económicas de sustento del común de los habitantes y de enriquecimiento de personajes que tuvieron oportunidad para la comercialización en Europa, y traer iniciativas de modernización.

Pese al aislamiento, Cuenca tenía ciudadanos de prestancia nacional en la cultura, la política y en los órganos de gobierno: Fray Vicente Solano había muerto apenas cuatro años antes de la fundación de la Universidad; fue el primer periodista cuencano y un sabio polifacético. Benigno Malo, Remigio Crespo Toral, Honorato Vázquez, Julio María Matovelle, Alberto Muñoz Vernaza, Rafael María Arízaga, entre otros, eran referentes de prestancia nacional que apoyaron la creación universitaria.

Local de los dominicanos donde inició sus actividades la Universidad de Cuenca hace 150 años: está en la plaza de Santo Domingo.

Eran tiempos en los cuales la religión católica corría por las venas y las mentes de la población con sumisión y fanatismo. Ser ciudadano era sinónimo de ser católico y la Universidad nació a la invocación y al amparo de la Iglesia, pues por influencia de García Moreno –quien consagró el país al Sagrado Corazón de Jesús- la educación tenía por misión “proteger la santa religión de nuestros mayores”.

El mejoramiento de los templos o la construcción de nuevos era preocupación primordial de las congregaciones religiosas, ambientando a la ciudad templos imponentes que perduran. La Catedral de La Inmaculada era diseñada y planificada por el lego redentorista Juan Sthiele en los años iniciales de la Universidad y comenzó a levantarse en 1885, cuando las necesidades de agua en condiciones de salubridad, de caminos y de servicios públicos, no eran siquiera sospechadas.

En lo político predominaba el pensamiento conservador, aliado de la religión católica, pero ya en Cuenca surgió una corriente progresista con personajes capaces de definirse como católicos liberales. Antonio Borrero Cortázar, Presidente de la República de 1875 a 1876 fue uno de ellos.

La aspiración de Cuenca a una universidad se había manifestado más de medio siglo antes, cuando en 1812 el Síndico Procurador General pidió “establecer en esta ciudad una universidad con toda clase de cátedras”, aduciendo las grandes distancias para cursar estudios en Quito y, sobre todo, para impedir “que no vaya su juventud a beber en aquella ciudad las ideas de corrupción, libertinajes o independencia”. En el documento está latente el “mal ejemplo” del primer grito de independencia americana en 1809.

Otro antecedente fue en 1861, cuando el Congreso decretó la fundación de la Universidad de Cuenca, pero no tuvo eco en el Presidente García Moreno, opuesto a que no tuviera el país más universidad que la de Quito, a la que en su segundo mandato, en 1869, convirtió en Escuela Politécnica Nacional, “destinada exclusivamente a formar profesores de tecnología, ingenieros civiles, arquitectos, maquinistas, ingenieros de minas y profesores de ciencias”. Él prefería las materias técnicas a las humanísticas, proclives a la libertad de pensamiento. Fue, precisamente, entre los dos mandatos de García Moreno, cuando Jerónimo Carrión aprobó la creación de la Universidad de Cuenca, luego temporalmente disminuida de atribuciones en el segundo mandato de García Moreno, que volvió a dar prelacía a los colegios religiosos sobre la Universidad. Los aspirantes a grados académicos debían someterse a una profesión de fe con una fórmula que aludía a dogmas y sacramentos, hasta declarar: “Prometo y juro que esta fe que sigo, y cuya profesión voluntaria hago en este momento, es la verdadera fe católica, fuera de la cual no hay salvación; que la conservaré y profesaré constantemente con la ayuda de Dios hasta el último momento de mi vida, y que obligaré en lo que yo pueda a los que dependen de mi o dependieren por razón de mi ministerio a que la guarden, enseñen y practiquen. Así Dios me ayude y sus santos Evangelios”.

Pero la Universidad de Cuenca se inició bajo el patrocinio de ciudadanos capaces de reconocer la diferencia entre lo religioso y lo educativo. Sobre todo, de valorar la identidad propia de la cultura local y marcar independencia del pensamiento centralista, conforme testimonian las intervenciones del primer Rector, Benigno Malo, así como de los estudiantes en el acto inaugural del Plantel.

La fastuosa ceremonia fue el 1 de enero de 1868 en el salón principal del Seminario, a la que siguió una misa de acción de gracias en la Catedral, presidida por el Obispo, con sermón del Rector del Seminario, Vicente Cuesta. Después fue el acto académico con el que se consagró el nacimiento del primer plantel de educación superior de Cuenca.

Construcción del edificio universitario en los años veinte del siglo pasado. Hoy pertenece a la Corte de Justicia. 

El estudiante del colegio Nacional, Guillermo Ochoa, en su intervención, destacó: “De hoy para adelante los alumnos de los colegios de Cuenca no iremos a mendigar el grado académico a cien leguas de distancia y daremos a nuestros padres la satisfacción de ser testigos de nuestras condecoraciones… El estímulo será no solamente accesible sino más eficaz, y acaso el hijo del pobre, como el oro escondido en las entrañas de la tierra, saldrá con más facilidad para descubrir las dotes de su inteligencia, cultivarlas y ser útil a su Patria…”.

Federico Proaño, alumno del Seminario, dijo: “Esta que pudiéramos llamar emancipación literaria, vale para nosotros en su esfera particular, tanto como la independencia política para un pueblo oprimido por un poder intruso… Hasta hoy hemos formado los ciudadanos del Azuay, en materia de instrucción pública, una especie de colonia de esa pequeña metrópoli que nos ha mantenido por tanto tiempo bajo su imperiosa potestad. La voz de nuestros representantes constantemente levantada, para pedir a las cámaras legislativas la libertad para instruirnos por nuestra propia cuenta, ha resonado inútilmente por muchos años y el interés de la juventud, de la familia, el de la ilustración pública, el de la moral, han sido mezquinamente postergados al interés provincialista menguado y pequeño de conservar una rumbosa corporación en la capital, a costa de muy grandes sacrificios hechos por las demás secciones de la República”.

Y vendría luego el sustancioso discurso de Benigno Malo, Rector de la naciente institución, para destacar la importancia del acontecimiento, evocar la trayectoria universitaria en el mundo, el papel de las ciencias para el progreso de los pueblos y la formación humana en las sensibilidades del arte y la belleza.

“Gracias sean dadas –dijo- a los dos poderes supremos de la Nación por haber decretado la emancipación intelectual de nuestro país; por haber comprendido la necesidad de crear institutos docentes, que difundan la luz de los conocimientos humanos, y por haber facilitado la adquisición de las coronas académicas.

Una de las más antiguas fotos de la plaza central de Cuenca, donde aún no aparecen las araucarias sembradas por Luis Cordero en 1875.

“Para Cuenca, Señores, se abre desde hoy, una gran era de progreso, un orden de cosas enteramente nuevo. Entregada a sí misma en el importante ramo de instrucción pública; teniendo en sus manos sus propios destinos universitarios, y libre de las ataduras que a veces detenían el vuelo de su genio, ya nada puede impedirle que llegue a la altura de las civilizaciones avanzadas…”

Hombre católico de su tiempo, Malo destacó la vinculación del acontecimiento y de su futuro, con la religión: “Todo lo grande ha nacido bajo el pensamiento religioso y todo lo que aspira a ser duradero, tiene que desarrollarse al soplo de la inspiración cristiana. Nosotros, hombres de un día, si queremos dar a la Universidad de Cuenca un carácter de perpetuidad, que desafíe las vicisitudes del tiempo, procuremos forjarla en ese yunque que ha gastado todos los martillos: edifiquémosla sobre esa piedra sillar escogida y labrada por la mano de Jesucristo”.

El flamante Rector, con una visión integral de la tarea universitaria en la sociedad, termina su discurso con reflexiones que no han perdido actualidad 150 años después: “Y para que nada faltase a la belleza de las formas de nuestra Universidad, sólo sería de desear que arrojara una mirada hacia la educación de nuestras clases obreras. Mucho se ha hecho y se hará todavía por la instrucción letrada pero ¿Qué nos merecen las artes y los oficios de nuestro buen pueblo? ¿Acaso no es acreedor a que se le convide a sentarse en este gran banquete del estudio, del saber y de la educación? ¿No sería una gloria inmarcesible que a la Universidad de Cuenca le tocase la iniciativa de proclamar la igualdad entre el laboratorio y el taller, entre las bellas artes y la literatura? ¿No sería un gran paso de progreso en la moralidad de las ideas, colocar a igual altura la pluma de Solano y el cincel de Vélez?.

“Ojalá, Señores, en el frontis de nuestra Universidad se leyera esta inscripción: ¡Honor y gloria a todos los talentos, a todas las virtudes, a todos los merecimientos!. Así comprendida la Universidad de Cuenca será, Señores, el más grande bien que el Cielo nos pudiera enviar, iniciará una grande época de regeneración social y ejercerá una poderosa influencia en los destinos del Ecuador entero”.

Las proféticas palabras del primer rector de la Universidad de Cuenca han tenido fiel repercusión en los 150 años de su historia.

 

BREVES

La comunidad dominicana prestó el local inicial a la Universidad de Cuenca, junto a la plazoleta próxima al templo de Santo Domingo, donde funcionaba el Colegio Nacional.

El Presidente José María Plácido Caamaño donó una imprenta a la Universidad en 1883, aporte de gran valor para iniciar la publicación de obras de autores universitarios. La Revista Científica y Literaria, de la que salieron 21 ediciones entre marzo de 1890 y diciembre de 1892, es una de las primeras publicaciones.

El Liberalismo de Eloy Alfaro influyó en la vida universitaria: en 1896 fue designado Rector Luis Malo, quien falleció a poco al recibir un disparo de arma de fuego –hay dudas si fue intencional o accidental- cuando en las calles de Cuenca combatían liberales y conservadores.

En 1897 –pleno liberalismo- el plantel deja de llamarse Corporación Universitaria para ser Universidad del Azuay. Se independiza de los colegios Seminario y Nacional e inicia una etapa de autonomía.

El gobierno militar clausuró la Universidad entre julio y octubre de 1925 para reorganizarla. Para reanudar las actividades nombró Rector a Remigio Crespo Toral y desde entonces, con el nombre de Universidad de Cuenca.

En octubre de 1926 el Consejo Universitario creó la Condecoración Benigno Malo para los mejores egresados de cada facultad. La distinción se mantiene. En 1940 creó las preseas Remigio Crespo Toral y Honorato Vázquez, para las mejores obras literarias y científicas, pero al parecer nunca se cumplió la resolución.

En 1964 la Universidad pasa a la Ciudadela Universitaria, donde está hoy a orillas del río Tomebamba, construida en la primera administración del Rector Carlos Cueva Tamariz (1944-1964), quien sería luego Rector de 1971 a 1973.

El 31 de enero de 1968 fue la ceremonia por el centenario de la Universidad. Autoridades del gobierno, del Azuay y de Cuenca, con las de la Universidad, suscribieron el Acta del Centenario, donde consta que “Durante cien años el Plantel siguió el camino de la vida ecuatoriana, ajustándose a ella con lealtad, sirviéndola con ánimo siempre constante, guiándola en momentos que el pueblo requería el pensamiento de los esclarecidos varones que la rigieron…“

 

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