por: Jacinto Landívar Heredia* 

Vicente Árbito, nonagenario, acaso uno de los últimos cocedores del mecanismo con el que funcionan los viejos relojes públicos.

Antaño marcaban el compás de la vida diaria y el tiempo de ir a la iglesia o  las jornadas laborales. Los relojes de pulsera y los que vienen en los teléfonos celulares, hoy los han convertido en piezas públicas de museo…

   Hace no más de cincuenta años pocas personas disponían de un reloj personal -reloj de pulsera-, por la poca difusión o por el alto precio para adquirir una unidad. Si hablamos de hace un siglo, quien disponía de un reloj personal era un ciudadano adinerado que podía lucir uno de bolsillo, con leontina incluida, elegante y de precios prohibitivos. 

   A partir de la década del 50 del siglo pasado los relojes de muñeca se abarataron y popularizaron. Antes de que esto suceda la mayoría de la gente se guiaba por un reloj público para planear las actividades de casa y de trabajo, y mejor si daba las horas con notas melodiosas producidas por un juego de campanas de diferente tonalidad, llamada carrillón.

   En la ciudad de Cuenca eran conocidos los relojes de iglesia ubicados en la torre más alta de algunos templos, siendo conocidos los de San Alfonso, San Francisco, el Cenáculo, el de San José de El Vecino y el del Hospital Civil San Vicente de Paúl, además de uno de los primeros que vino a la ciudad y de los más tradicionales, el reloj de la torre del Municipio Cuencano. 

   Algunos funcionaban hasta hace unos veinte años. La mayoría de las personas se fiaban por las horas que repicaban esos conocidos instrumentos. Con los relojes mecánicos de pulsera primero, los digitales después, la hora repetida constantemente por las emisoras de radio,  y últimamente los celulares, de difusión universal, ya no es preciso que funcionen los relojes de iglesia, y de manera progresiva fueron silenciándose, ya sea por la falta de utilidad o ya porque la persona encargada de operarlo murió, o el aparato se dañó y no hay conocedores del mecanismo para repararlos. En la actualidad únicamente un anciano, don Vicente Árbito, conoce su sistema y sabe componerlos.

Detalle de la casa fabricante del reloj de origen francés del antiguo hospital San Vicente de Paúl de Cuenca, hoy Museo de la Historia de la Medicina.

   Según referencias, el más antiguo de todos los relojes de Iglesia de Cuenca fue el de San Alfonso, que estuvo en funcionamiento por espacio de 60 años y fue fabricado y mantenido por el maestro mecánico Luis Árbito, hermano mayor de Vicente. El reloj del Municipio, quizá anterior al de San Alfonso, cuando se demolió el edificio municipal (década de 1950), pasó a la torre del templo de San Francisco. Este reloj tenía una sola cara y el maestro Elías Árbito se encargó de instalar otras tres esferas para ocupar las cuatro caras de la torre. 

   Él tuvo la destreza de colocar los minuteros y los horeros y de interconectar cada uno de los relojes, como se puede apreciar hasta ahora, aunque no estén en funcionamiento. Actualmente las personas ni siquiera alzan la vista para mirar los relojes de las iglesias, convertidos en un elemento estético, pues pasaron a ser piezas de museo o elegantes adornos complementario de la esbelta torre.

    El de la torre de la Iglesia de San Alfonso fue construido íntegramente por un hábil mecánico, a la vez carpintero, cerrajero y hojalatero, don Luis Árbito, cuyo taller era muy conocido hasta hace unos treinta años en su casa, en la calle Benigno Malo, entre Juan Jaramillo y Calle Larga. Trabajaba con su hermano Vicente, quien vive para contarlo, tuvo a su cargo la confeccionó del reloj, que funcionó con total solvencia por muchos años en la torre principal de la Iglesia de San Alfonso. El maestro Árbito era afamado para realizar cualquier trabajo mecánico y a él se acudía siempre  cuando un reloj público sufría alguna falla.

   Otro reloj histórico, en el frontispicio de la torre de la capilla del antiguo Hospital San Vicente de Paúl, ha dejado de funcionar, no por daño sino porque no hay quien se encargue de operarlo. La parte mecánica está íntegra y flamante. Este reloj fue donado por la Hermana Superiora de la Comunidad de las Hermanas de la Caridad, que administraban el Hospital. Ella era francesa y se llamó Sor Luisa Suriseau, benefactora por excelencia, quien consiguió de su país la donación del reloj para el Hospital de Beneficencia destinado a los pobres de Cuenca. 

El antiguo edificio municipal, con su reloj, en la esquina de las calles Sucre y Benigno Malo; la torre de San Francisco, a donde pasó el reloj municipal; y, la torre del templo del Cenáculo.

 

    Este reloj, de marca Terraillon, fue confeccionado en París, según refiere el doctor Leoncio Cordero Jaramillo, en los primeros años del siglo pasado. Funcionaba con un carrillón que producía la melodía del “Ave María” a cada hora; también marcaba los cuartos de hora y hasta los tres cuartos de hora, con bella entonación. Los  empleados, internos o residentes de los servicios que trabajamos en turnos, no  podemos olvidar de su sonido y de la entonación que producía este reloj, de noche o de día. También servía como una guía para orientar al personal dentro del intenso trabajo hospitalario.

   Vicente Árbito, el menor de los hermanos, ya con 94 años, da testimonio del reloj del antiguo Hospital: “…Es maravilloso y sin lugar a dudas, el mejor y más bien conservado de la ciudad. Es una honra y motivo de orgullo para Cuenca tener un reloj de esa calidad”.

   También recuerda que “una vez vino un ciudadano francés entendido en relojes y propuso que le vendieran el reloj de la capilla del Museo de la Medicina, en ese entonces Hospital San Vicente de Paúl”. Ventajosamente no se concretó el negocio y más bien los hermanos Luis y Vicente Árbito se comprometieron en darle mantenimiento. Ahora está en perfecto estado de conservación y podría medir el tiempo con normalidad, si hubiera la voluntad de hacerlo.

 

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