La oposición debe superar por sanidad moral la chacota con la que ha venido actuando sin una pizca de rubor en la cara, y generar voces inteligentes, que, sin complejos y mezquindades, reconozcan lo que suponga beneficioso para todos, orienten a los que detentan el poder para perfeccionar lo perfectible, y cuestionen, denuncien, revelen todo lo que se pretenda ocultar
Quedó atrás la turbulencia política y una enconada campaña electoral. Ahora es el momento de consolidar y unir voces inteligentes desde el Gobierno, la oposición, sectores organizados de la sociedad civil para sin temor ni falsedades emprender en la búsqueda de medidas realistas para revertir la recesión económica, la deuda pública y el déficit fiscal.
El nuevo presidente del Ecuador enfrenta un reto: lograr la unidad nacional e imponer su propio estilo de gobernar, en el fondo y la forma, o seguir la línea que ha marcado durante una década Rafael Correa y provocar la inestabilidad política. Es un desafío mayor que consiste en decirle a los ecuatorianos lo bueno y lo malo de esta nueva etapa de gobierno y los cambios indispensables a ser introducidos en lo político, económico y social.
El Gobierno no sólo debe comunicar sus planes y ofrecimientos de campaña, sus posibles logros y mejoras en la vida cotidiana de la sociedad y tareas de profundización en el proceso de cambio de rumbo. Es imprescindible que también le diga al país dónde se mantiene la corrupción y cómo la extirpará, dónde se están violando los derechos fundamentales y cómo se sancionará a los corruptos, y dónde se ejercita abuso de poder con intereses particulares y cómo se desterrará dicha práctica impuesta por un populismo radical en retirada. Debe haber un esfuerzo manifiesto por no callar lo que no vuelve popular a un gobierno, pero genera niveles de confianza con los gobernados.
La oposición política debe superar por sanidad moral la chacota con la que ha venido actuando sin una pizca de rubor en la cara, y generar voces inteligentes, que, sin complejos y mezquindades, reconozcan lo que suponga beneficioso para todos, orienten a los que detentan el poder para perfeccionar lo perfectible, y sin duda alguna cuestionen, denuncien, revelen todo lo que se pretenda ocultar. El país no necesita, no desea, voces estridentes sin fines cortoplacistas y de campaña. Está esperando nuevas voces que no callen por temor, pero que no griten sin dar alternativas. En el caso de los sectores sociales, el desafío parece encaminarse a no convertirse en simples ecos de aquello que se dice y pregona desde el poder y, por lo mismo, tener la voz hipotecada al extremo del descrédito entre las bases como ha venido de suceder entre las organizaciones clasistas, indígenas y de base.
Se estrena un nuevo presidente en medio de expectativas de un presente y futuro mejor. Necesitamos de un presidente que entienda el alma del ecuatoriano, que nos reivindique, que se deba a la democracia de libertades y justicia. Un mandatario inspirador, que entusiasme, que dé testimonio permanente de lealtad a la gente y a la democracia. Que nos impulse a luchar por grandes cambios, que no nos exija sumisión, pues la sumisión es profundamente antidemocrática, que luche por democratizar el poder y ponga al margen todo autoritarismo asfixiante. Queremos un presidente para los jóvenes y trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios justos y a los que hay que responderles con trabajo digno, no con populismo y migajas. Para los profesionales y nuevos emprendedores que no encuentran los espacios que les permitan desarrollar sus aptitudes y destrezas. Necesitamos un presidente que respete la libertad de expresión y de pensamiento, que no castigue a la disidencia, un presidente para los empresarios, tan desalentados por el peso de la burocracia inservible. En fin, necesitamos un Señor Presidente.