Moreno carece del temperamento confrontativo de su antecesor, pero también es posible que no tenga la energía de éste hacia los embates oposicionistas. Combinar la dulzura y flexibilidad con firmeza es el principal reto que afronta el próximo mandatario, además de eliminar la sospecha de que sería nada más que una figura…
Luego del polémico y accidentado proceso electoral de segunda vuelta, el nuevo Mandatario del país, Lenin Moreno, será investido en un Ecuador dividido prácticamente por la mitad, entre aquellos ciudadanos que votaron por la continuidad de la denominada Revolución Ciudadana, y aquellos que inclusive en alianzas electorales “contra natura”, entre la izquierda radical y la derecha neoliberal, votaron porque PAIS sea electoral y democráticamente desalojado de Carondelet, e iniciar lo que se llamó Post Correísmo.
Irresponsable sería de parte de los vencedores, gobernar a partir del próximo 24 de mayo como si nada hubiese pasado, y los próximos cuatro años fueran la simple continuación del goce y disfrute del poder, más o menos con las mismas caras curtidas por el desgastante ejercicio de los altos cargos, en medio del hastío de casi la mitad de la ciudadanía respecto a su accionar.
La alianza Creo-Suma, al negarse a reconocer la legitimidad de la victoria de sus adversarios de PAIS, al parecer, le dará una larga batalla en este cuatrienio, que le reste al próximo régimen, ya debilitado por su merma en el favor popular, para que siempre esté presente la sospecha de su origen. Por sobre el hecho de que no hubiera existido el fraude electoral, su sola sospecha afecta a la imagen de la administración Moreno-Glas, cuya estrategia, en cambio, debería ser la de “tender puentes”, tal como Lenin Moreno manifestó a lo largo de su campaña eleccionaria y después de ésta. Si no se tienden aquellos puentes, el futuro gobierno enfrentaría la oposición concentrada de izquierda y derecha, situación que se agravaría si, como parece, la escasez de recursos le impediría cumplir con sus ofertas de doblar el bono de desarrollo humano, construir centenares de miles de viviendas y plasmar aquel plan con nombre de bolero romántico, Toda una Vida, para los menos favorecidos.
Moreno deberá desmarcarse de la agresiva imagen de su antecesor, de su intolerancia y poca permeabilidad a las críticas, de su presunción de infalible, de sus cansinos programas de las Sabatinas, para empezar a tender esos puentes hoy más que nunca necesarios para suturar, cuando menos de forma parcial, las heridas que el maniqueísmo de Rafael Correa ha dejado en el tejido político y social del Ecuador.
Lenin Moreno carece del temperamento confrontativo de su antecesor, pero también es posible que no tenga la energía de éste hacia los embates oposicionistas. Combinar la dulzura y flexibilidad con firmeza es quizá el principal reto que afronta el próximo mandatario, y además eliminar la sospecha de que él sería nada más una figura, mientras tras bastidores gobernaría por control remoto el futuro residente en Bélgica, con sus fichas sumisas, enclavadas nuevamente en ministerios y otros cargos de relieve.
¿Podrá sortear estos grandes escollos Lenin Moreno?, es la pregunta decisiva.