Permitimos que lo realmente trascendente pase inadvertido y en cambio se dé realce a las conductas negativas que nos hacen tanto daño, constituyendo una especie de síndrome realmente preocupante porque reina la ausencia de honorabilidad y del acatamiento de las leyes y normas morales en todas las esferas sociales
Cuando alguna vez asistíamos a la misa dominical de un templo quiteño y coincidíamos con las fiestas de Carnaval, nos sorprendía la prédica del sacerdote celebrante que empezaba con una afirmación especial: “hoy empieza el tiempo de la inmoralidad, del pecado, de la ausencia de respeto social”. Se refería al inicio de las fiestas carnavaleñas del Brasil, donde impera un ambiente distinto al nuestro y cuyas expresiones musicales, el baile y los desfiles sin mayores prendas de vestir, constituyen la tónica de otra cultura de un país tan distinto al nuestro.
Y nos interrogábamos, ¿qué tenía que ver el Ecuador con esas alusiones del sacerdote? ¿Por qué trasladar a nuestro ambiente una especial forma de ser que no nos es conocida? Por qué generalizarla?. Absolutamente nada, pues se refería a otra realidad, a tradiciones diferentes a las nuestras.
Sin embargo, hoy en el Ecuador se ignora, o deliberadamente se lo hace, el decaimiento moral que padecemos, la violación de todas las normas de convivencia social positivas. Permitimos que lo realmente trascendente pase inadvertido y en cambio se dé realce a las conductas negativas que nos hacen tanto daño, constituyendo una especie de síndrome realmente preocupante porque reina la ausencia de honorabilidad y del acatamiento de las leyes y normas morales en todas las esferas sociales.
Los escándalos sobre Odebrecht no son sino como el desborde de esas conductas irregulares que parecerían obedecer a la moda, al sentido de vivacidad que ahora se aplaude y que jamás merecen sanción alguna. A la desorganización institucional metódica y sensata para evitar grandes errores. A la disminución de principios morales que nunca se enseñaron en los establecimientos educacionales o simplemente nos hacen aparecer como “vivos”, inteligentes, y aprovechadores. Es decir, un sistema que no trata de elevarse en el plano de la buena conducta y de la moral, sino todo lo contrario.. Que estos hechos se destaquen exageradamente, con titulares atrayentes e insospechados, no quiere decir que eso sea lo inteligente, lo sensato, lo de moda, ni que ayude a reordenar los procederes humanos actuales...
Hay, lamentablemente, un proceder antiético, poco advertido y analizado en nuestro ambiente nacional, que nos produce la sensación de que todo está bien y que es además lo sensato, lo humano...Cuando eso sólo sirve de “caldo de cultivo” de un mal moral que no se combate ni se sanciona, sino que se sirven de ello para volver atractiva la información.
En eso tienen que ver mucho los jefes de las entidades públicas y privadas, los líderes de tantas entidades organizadas en nuestro país, los candidatos a las elecciones, los conferencistas. Lo sensato sería aprovechar precisamente esas realidades para mejorar y contribuir positivamente a un ambiente donde se señalen valientemente los errores y se ponga de relieve lo realmente positivo y constructivo de nuestra sociedad. De lo contrario, seguiremos por una peligrosa pendiente que nos llevará al caos, al personalismo enfermizo y a la mayor depresión social.