por: Rolando Tello Espinoza.
Vino cuando Cuenca necesitaba renovar su pensamiento civil y religioso estancado en un conservadurismo retrógrado. Se convirtió en un líder carismático cuya autoridad se impuso sobre la de tradicionales personajes azuayos resignados al sumiso centralismo. Ningún obispo antes de él, ni después, ha tenido más dimensión pública ni ha salido a las calles en defensa de causas de interés colectivo. Hasta en lo personal, sin los atuendos vistosos de la jerarquía eclesiástica, era un ciudadano más. Bastantes discursos y artículos de homenaje se han difundido tras su muerte, pero lo valedero es recordar exactamente lo que hizo, dijo y escribió, para apreciar la sencillez y profundidad de su pensamiento cristiano y de ciudadano rebelde, por el que fue mensajero y actor social cuya vida, palabra e imagen, son lecciones no aprendidas por sucesores eclesiásticos y seglares. A veces su actitud no fue comprendida, como ocurre a los renovadores, y su gestión no tuvo continuidad, por lo que es preciso recordarlo en sus propias palabras, para retomar las enseñanzas de su prédica y de su práctica. Quizá cometió errores, que supo reconocerlos, lo que da más valor a su condición humana.
Nacido en Quito, se hizo cuencano de mente y alma y demostró su gran afecto a la ciudad culta y patrimonial en la que deja grandes recuerdos y hace mucha falta: el jamás habría permitido –por citar un caso actual- que la corona de laureles de oro del poeta Remigio Crespo Toral, reencontrada en un escondite, permanezca como si no existiera en algún sitio conventual, en vez de exhibirse en el museo de Cuenca que lleva el nombre del personaje.
En enero de 1985 su influencia ante la Conferencia Episcopal y el Vaticano, hizo posible que el Papa Juan Pablo II incluyera a Cuenca en su visita al Ecuador. Tras su función arzobispal vivió diez años más en Cuenca, hasta retirarse a un centro geriátrico de Quito, olvidado de los cuencanos que sólo volvieron a recordarlo después de muerto. Estas páginas resumen pensamientos y textos de monseñor Luna, tomados de artículos que él publicara en la revista AVANCE o de entrevistas en este mismo medio.
El Prelado junto con el Papa Juan Pablo II, cuando la visita del Pontífice a Cuenca en 1985.
El sacerdote carmelita Alberto Luna Tobar, quiteño de 58 años, llegó como Arzobispo a Cuenca en 1981 y al cumplir 75, en diciembre de 1998, renunció ante el Papa Juan Pablo II, quien lo sustituyó en abril de 2000: el 7 de febrero pasado falleció de 93 años en Quito y sus restos reposan en la cripta de la Catedral cuencana.
Los diez y nueve años de arzobispado, polémico, controvertido y comprometido con las causas sociales, especialmente con los pobres y campesinos, diferenciaron al párroco del templo Santa Teresita y obispo auxiliar de Quito, halagador de las clases pudientes más conservadoras de la capital de la República.
Pero en Cuenca transformó su pensamiento y su vida, al descubrir un pueblo postergado desde las esferas políticas y administrativas de la Capital del país, así como a una Iglesia estancada en siglos del pasado, que necesitaba renovarse del fanatismo. El ex sacerdote Fernando Vega, su estrecho colaborador, dice que en Cuenca él dio un giro: “en vez de perfumar a los pobres para sentarlos en el banquete de los ricos, invitó a todos a compartir la pampamesa”.
“Cuenca no siéndome tan conocida, no me fue desconocida. Sabía de sus grandes valores, entendía el valor y el significado que tenía en el austro y el austro en la realidad nacional. Sabía de los valores humanos y de la fe del cuencano. Ese conocimiento en lejanía se acrecentó en los meses que llevo de Pastor por disposición de Dios y se ha profundizado y afinado. He comprendido toda la fuerza del sentido cristiano de la vida en el creyente azuayo. Su fuerza liberadora, promotora, llena de energías, es el significado de la lejanía de la capital nacional y he llegado a comprender esa íntima comunión entre el hombre y la geografía, entre el espíritu y el paisaje: los ríos fluyen por el alma del cuencano. Hay una comunidad de la geografía con el destino, al punto que admirar un paisaje es descubrir almas”, dijo en septiembre de 1981 en la revista Avance.
En septiembre de 2010 Monseñor Luna se despidió de Cuenca, que le tributo un homenaje de gratitud en el parque de El Paraíso. |
Recorrer los caminos azuayos le permitió constatar la proliferación exagerada de templos y sitios supuestamente sagrados. “Qué aldeano no quiere tener una crucita en la esquina de sus propiedades y los caminos que lo circundan; qué recinto o comunidad no quieren su capilla propia y cien metros más arriba otra y cincuenta más abajo otra… En qué mercado de la ciudad o de los pueblos no hay mil grutas, santitos, cuadros velados día y noche, con sus respectivas ánforas de recolección de limosnas y con sus indiscutidas festividades semanales, mensuales o, al menos anuales…”
Sus sorpresas a cada paso confirmaban la necesidad de cambiar esa religiosidad: “¿Puede exigir la fe, la piedad popular tanto, que un prioste deba endeudarse toda la vida para pagar la celebración de una fiesta anual? Es justo que, si no acepta el priostazgo, por superior a las fuerzas personales, el pueblo condene al verdadero ostracismo a ese poco generoso ciudadano?”, preguntaba.
La explotación de la religiosidad se apoyaba además en creencias en mitos y milagros. “No puede admitirse bajo ningún punto de vista el cultivo sistemático, paliado o paladino, de los seudo milagros, de los dones extraordinarios convertidos en moneda de diaria o semanal circulación para interés de falsos profetas, vestidos con piel de oveja, para quienes el Señor ha reservado un fondo inexhausto de energías milagrosas, entretenimiento de créditos y alimentos sacrílegos… No necesita Dios de secretarias, de agentes representantes, de gerentes ni de accionistas…. “, dijo en enero de 1982, antes de cumplir un año en el arzobispado.
Fue crítico de las limosnas: “Denuncio abiertamente, a todo riesgo, aun al de sentirme maldecido por muchos el abuso, engaño y violencia del sentido religioso que supone este sistema de petición de limosnas. Solamente en la ciudad de Cuenca hay más de doscientos cepillos, urnas, cuadros, imágenes ambulantes o fijas, a las que se dan en mercados y típicos lugares de apiñamientos humanos un culto interesado. Todo lo que recoge se gasta en la fiesta anual y esa fiesta, en un ochenta por ciento, es alcohol. En muchos casos, lo recogido es en beneficio del recolector… Tenemos derecho a un cambio de mentalidad, a no pensar que Dios se compra con millones o con centavos, que la fe está condicionada a una piedad tábica y que el tabú sea el pestilente corrompedor dinero…”
Un golpe contra la errada religiosidad fue la prohibición de las misas en la gruta de la Virgen del Camino, en la Panamericana Norte, donde era costumbre que las familias cumplieran, de paseo, la obligación dominical, las tardes de domingo, sin bajar de los carros estacionados. Ésta, como otras medidas, no solo sorprendieron, sino molestaron a muchos católicos que empezaron a mirar con malos ojos al prelado “comunista”, pero también hubo sectores sociales que apoyaron las renovadoras iniciativas.
Monseñor Luna en primera fila en una protesta contra el gobierno en 1999 (al centro, con una cruz al pecho), con los alcaldes de Cuenca y del Azuay, en reclamo de transferencias pendientes para obras públicas. |
En los años 80 había surgido el movimiento guerrillero Alfaro Vive Carajo, en lucha a muerte contra los abusos de poder del Presidente Febres Cordero. Él no ocultó su simpatía al movimiento y denunció la persecución inmisericorde para aniquilar a sus miembros. El 28 de junio de 1986 la policía allanó con violencia en la madrugada la residencia de Ricardo Merino, en las calles Tarqui y Pío Bravo, asesinándole. El Arzobispo fue al instante al sitio al conocer el desenlace y protestó contra la orden de matar a quienquiera que se presumía era del movimiento subversivo.
En 1989 el país fue conmocionado por supuestas apariciones de la Virgen en los parajes de El Cajas, cercanos a Cuenca. Monseñor Luna ya había conocido de la planificación de hechos milagrosos en sitios azuayos y jamás aceptó su veracidad, pero con los pies sobre la tierra, reconoció culpabilidades de la propia Iglesia: “No hemos sabido formar y nos hemos dedicado a ciertos ambientes de la sociedad, no a todos. Examine la gente que ha ido al Cajas y a los que no han ido: a los que no han ido pregúnteles y le argumentarán con razones muy válidas por qué no han ido. Mientras para la mayoría de los que han ido, por sí acaso es el argumento: tal vez haya un milagro, tal vez suceda algo… Desde hace mucho tiempo nos habíamos formulado en la Arquidiócesis una pregunta: ¿Estamos dando suficiente formación en nuestra pastoral? Y la contestación ha sido NO!. Tenemos que cambiar nuestros programas. El que crea que un programa es perfecto no entiende de programas ni de pastoral. Todo programa exige evolución. Tenemos que evolucionar en sus contenidos, en sus destinos. Esta es la exigencia del Cajas, para entrar en un plano de evangelización diferente: no por sus contenidos, sino por sus proyecciones… Frente a lo extraordinario, mucha culpa tenemos nosotros mismos que no hemos satisfecho la inquietud natural de la gente; no hemos educado en la fe a las personas. Las hemos hecho creer en un dios titiritero, milagroso, dispuesto a sacarnos de apuros siempre. En eso hemos colocado la fe y es una fuga cobarde del deber, de lo normal y lo natural. Hay una culpa nuestra, de la Iglesia, y sigue habiéndola, por desgracia”.
La imagen del prelado en su madurez activa de trabajo. |
Nunca antes, ni después del Arzobispo Luna, un sacerdote ecuatoriano ha denunciado con tanta sinceridad y valentía las aberraciones religiosas enraizadas en la vida y la conciencia de la gente. “Como tesis, nunca he facilitado aquella actitud de las personas que reducen la fe a simple piedad sensible, que creen que no puede haber más piedad que la conocida y en los modos siempre conocidos y colocan lo extraordinario, lo milagroso o mágico, como máxima aspiración de lo religioso en la vida. Me he opuesto a todo lo que pueda ser magia, costumbrismo pagano enraizado en expresiones religiosas. Me duele y me opongo a la expresión de fe que va mezclada con alcohol o con explotación económica y social de necesitados y no necesitados. Si oponerse a ello ha causado disgusto, lamento no poder cambiar de actitud”.
Y fue muy crítico contra los tradicionales Pases del Niño, “a los que personalmente quisiera que se les liberase de tanta adulteración como tiene en lo costumbrista y se le diera más sentido cristiano en sus expresiones, para que sea catecismo y no disfraz su contenido… Me opongo, por amor a Cuenca, que entre en crisis el villancico para que florezcan las cumbias… Me duele que si es expresión de folclore, no se autentifique en todo y si es expresión de fe, no se la defina del todo”.
En febrero de 1984, al finalizar una de las varias entrevistas que concedió a esta revista, confesó: “Yo sé que tengo muchas fallas y cuando las he cometido culpablemente, no me ha impedido la mitra reconocerlas y cambiar. Si alguien me encuentra equivocado en algo, debe decirme como hermano y lo agradezco, como agradezco a AVANCE, revista que siempre me dio oportunidad de escribir como pastor…”
La alta jerarquía eclesiástica no obstaba para que el Arzobispo cumpliese las obligaciones legales que como ciudadano le correspondían, como evidencia este documento histórico que enaltece su valor humano.
El pastor, su tierra y sus ovejas El Arzobispo Luna se acopló y consagró a Cuenca. En noviembre de 1991 diario El Comercio promovió un ciclo de tertulias para conocer y difundir la realidad de la ciudad y la región. Él, invitado a abrir el evento, en exposición concisa y profunda, diagnosticó lo que entonces eran Cuenca y el Azuay, con énfasis en el habitante rural. A continuación algunas frases suyas, que permiten conocer las cosas que han cambiado y las que hoy aún tienen actualidad:
“Soy quiteño, Dios me envió a Cuenca y soy feliz en esta hermosa tierra”, dijo, y confesó que su misión ha sido ir hacia la identidad del habitante del austro, que tiene un sentido característico de la nacionalidad y hay que comprenderlo. Haber luchado en ella hace que la ame más, siguiendo la línea del Vaticano II, de Puebla y de las opciones pastorales suscritas por los obispos ecuatorianos en Ibarra”.
“Desde su etimología Cuenca es matriz, afirmación de fuerza productora, con hidalguía que le hace señora creadora de todo lo que se propone”.
“Las aspiraciones cuencanas han encontrado límites por los imponderables de la economía, de la política y lo temporario. Todo impide el desarrollo normal de esta tierra rica y hemos llegado al clímax de un problema: el hombre no se erosiona como los campos, pero las injusticias que le rodean de una manera política, social y otras formas le han hecho fugar y de cada diez hombres nueve han ido a los Estados Unidos y la mujer tiene que hacer de mujer, de hombre y hasta de buey”.
“¿Qué podemos hacer por mantener la identidad de esta gente con todo lo que significa de exigente su identidad, si todos los factores que deberían propiciar el mantenimiento de ella nos dan las espaldas?”.
“Una fe que no respeta la cultura es una fe que fracasa, que termina en mito o en idolatría.
“En ninguno de los postulados y declaraciones públicas escritas de los indígenas aparece el reclamo de la tierra como propiedad de ellos. Los antropólogos coinciden en que jamás hablan de propiedad como nosotros entendemos la propiedad, hablan de identidad de hombre con tierra. La tierra es testigo de su crecimiento biológico y psicológico”.
“Nacionalidad es la expresión de la cultura de un pueblo que es raza, historia, modo de actitud, en un sitio y en una permanencia extratemporal constante. Hombre, tiempo y cultura hacen una nacionalidad.
“El hombre que más trabajó porque se unieran en los postulados comunes que a todos les vigoriza, es monseñor Leonidas Proaño. Logró esa unidad de fe, de sentirse una raza, de sentirse un hombre con un destino. La CONAIE es una organización que no admite en ella a ningún partido político ni a la Iglesia”.
“La ambición económica es la causante de los mayores problemas morales. La gran crisis de todo el universo es la de la educación”.
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Dos gajes humanos…
Hechos de revuelo en la gestión del Arzobispo Luna fueron su participación en la reconstrucción del Austro por el desastre de La Josefina, y su intervención en el Caso Mardónez. En ambos, como pastor y ciudadano, actuó con honradez y dignidad.
En 1993 un fenómeno hidrogeológico con epicentro en el encañonado de El Tahual causó la muerte de muchas personas y pérdidas millonarias. El Presidente Sixto Durán le confió administrar las donaciones nacionales e internacionales a favor de los damnificados, por alrededor de 2.700 millones de sucres.
La Curia intervino en materia de vivienda, cuyos beneficios aún perduran. Además, impulsó proyectos sustentables para que los perjudicados se organizaran, tuvieran capacitación y desarrollaran emprendimientos.
En el Caso Mardónez, fue engañado por un supuesto israelita que le buscó como perseguido por sus convicciones humanitarias y resultó un estafador diestro en sorprender a personas influyentes. Llegó en 1981 al Ecuador como Mijael Mardónez Smauszt y contrajo matrimonio con una cuencana luego que Monseñor Luna le consiguió del Canciller Alfonso Barrera un pasaporte de apátrida: “Es de nacionalidad judía, nacido en Tel Aviv, de una de las familias más distinguidas del país, cuyo padre se considera como uno de los instauradores de la actual situación del país… En cumplimiento de una misión de gravísima responsabilidad llegó al Ecuador y mientras la cumplía perdió en su país el único ser que le quedaba en su familia: su respetado padre”, decía la petición del pasaporte.
En agosto de 1986, luego de demostrada su nacionalidad chilena, con nombres Miguel Ángel Mardónez Sánchez, y al conocerse de sospechosas actividades, Monseñor resultó involucrado en procesos judiciales. Respondiendo a una investigación, declaró: “Creo que he sido honesto y valiente, al reconocer en documento a la Conferencia Episcopal y por su intermedio al Ministerio de Relaciones Exteriores, que fui engañado, que me equivoqué. Espero que los otros pasaportes usados por el supuesto Mardónez tengan, asimismo, autores y coautores honestos que confiesen la naturaleza del engaño”.
Mardónez estuvo preso varios meses, pero fue liberado, pues nunca asomaron los originales de los pasaportes en los que se sustentó la acusación. El 31 de marzo de 1989 apareció muerto, en Quito, al parecer por suicidio.