¿Cómo valora la presencia femenina en el mundo en el siglo XXI?
Es difícil generalizar y hablar de “presencia femenina”. Hay que hablar de “mujeres”, en plural, pues las clases, el género, las etnias, las edades, las culturas se interiorizan e interactúan. Un sector de mujeres de élite, social o intelectual, ha logrado gran visibilidad a nivel internacional y transcontinental: son pocas, por ejemplo Michelle Bachelet, Cristina Fernández, Dilma Rousseff; entre nosotros hay mujeres que se destacan en el ámbito académico, político, social y ocupan exitosamente los vacíos de liderazgo masculino, porque también han cambiado las mentalidades; lo ayer impensable o fuera de lugar, hoy es aceptado plenamente.
La mayoría de mujeres de los sectores medios y pobres viven con la amenaza de descender en la escala de valores y volverse invisibles. Su única alternativa es la organización y posicionamiento de sus aspiraciones políticas, en defensa de la paridad en lo económico y social.
En consecuencia, es pertinente hablar de la feminización de la pobreza y la profundización del riesgo por el solo hecho de ser mujer. Un caso prototípico en América Latina es Ciudad Juárez, donde se encuentran mujeres sobreexplotadas, sin ninguna posibilidad de generar la defensa sindical; en muchos casos la producción invade inclusive su tiempo libre, a través del trabajo a destajo en sus domicilios.
Presidiendo una reunión académica en su despacho.
En el Ecuador, ¿cómo valora esa presencia?
Las políticas de empoderamiento gestadas desde los años 90 por las organizaciones de mujeres van dando frutos. Ya nadie puede soslayar el protagonismo en todos los espacios; sin embargo la mayoría seguimos desempeñando cargos de segunda importancia o simplemente no nos es permitido ejercerlos, circunstancias avaladas por la propia sociedad. Esta situación se da en casi todos los ámbitos, tanto en el mundo hispano-mestizo como en las diversas etnias del Ecuador.
Es menester continuar trabajando por la equidad sustantiva a nivel de la representación en responsabilidades y liderazgos. Las organizaciones de mujeres se han desarticulado, durante la última década, porque han sido absorbidas por el Poder, lo que ha generado una división que ha terminado por atomizarlas. Es necesario rearticular esos espacios, rehacerlos, actualizar sus agendas políticas, discutir cuáles son las demandas de las mujeres como grupo o sector dominado por la desigualdad e inequidad. Hay que considerar qué sociedad queremos para todos y todas.
La violencia física tiende a “desaparecer”, pero la violencia simbólica es una práctica más difícil de combatir. El ambiente académico es más susceptible para que la violencia simbólica opere en contra de las mujeres.
|
Otra demanda es la autonomía como seres humanos; esto no implica individualismo, sino la aspiración a considerarnos nosotras mismas seres autónomos. Significa conseguir el derecho a educarnos para ser autónomas, económicamente autosuficientes, desarrollar las capacidades para tomar decisiones en la familia y en la sociedad, para coparticipar en la toma de decisiones en pie de igualdad. La lucha por la autonomía es también el derecho a la autoestima, estimarnos valiosas para y por nosotras mismas; no inferior en la pareja ni en la colectividad. Aquí se inscribe la lucha contra la violencia física, psicológica, simbólica, lo cual se puede lograr sólo desde las organizaciones.
¿Algunos referentes que marquen diferencias con la condición de la mujer en el siglo pasado?
Preferiría hablar del legado y de la influencia de las mujeres en el desarrollo de la historia de las ciencias en los diferentes ámbitos; su presencia data desde tiempos inmemoriales; sin embargo no consta en los anales del pensamiento porque ha pesado el prejuicio de que las mujeres no estamos en capacidad de razonar, relegadas por ello a la esfera de la pasión; se nos considera “naturalmente” predeterminadas para el trabajo doméstico, como si la razón fuera un atributo exclusivo de los varones. Esto llevó un largo tiempo a que la sociedad se desentienda de la educación femenina y tradicionalmente en las mujeres ha habido índices de analfabetismo más altos que en los varones.
El tema de género parece inquietar más en el medio urbano. ¿Qué diría sobre la mujer rural del país y la región?
La organización de las mujeres campesinas en cooperativas, gremios, coordinadoras es una demostración de que los problemas, y la búsqueda de soluciones están vigentes en el ámbito rural. El reclamo del derecho a la tierra, al agua, a la educación, a la salud, a la seguridad social corresponde a todas las mujeres en el ámbito rural y en el urbano. Un claro ejemplo nos ofrecen las campesinas que batallan solas por la sobrevivencia familiar, enfrentando las consecuencias de la migración.
¿Hay responsabilidades exclusivas para las mujeres en la vida privada y en la pública? ¿Cuáles?
La sociedad patriarcal ha definido la división de tareas y responsabilidades en función de género y ha asignado a las mujeres las de la reproducción: parto, crianza, trabajo del hogar. A los hombres, la responsabilidad de la producción, de la gestión en lo público, etc. El problema surge cuando se considera a las mujeres no aptas para las funciones públicas; además, según estudios de la antropóloga Sherry Ortner, en todas las sociedades conocidas se desvaloriza a la mujer a partir de creencias tales como el ser portadora de un principio “contaminante” o “impuro”. Esa creencia origina todos los tabúes, lo cual mueve a pensar que en las culturas radica el principio legitimador del desprestigio y la subordinación.
Hoy sabemos que ni los hombres son incapaces para el trabajo doméstico, ni las mujeres para el público. Hay que reconceptualizar la dedicación de unos y otras a tal o cual tarea o función: no es que se deba “ayudar” en las tareas, por ejemplo, del hogar. Hombres y mujeres tienen que compartirlas.
¿El mundo va hacia la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, para que el tema de género empiece a ser irrelevante a corto plazo?
El mundo no puede “ir” solo hacia la igualdad. Hay que construirla entre todos y todas, hay que luchar hombro a hombro para que así sea. Con las diferencias respectivas, hombres y mujeres conformamos el género humano; por lo tanto unos y otras hemos de tener las responsabilidades y oportunidades que corresponden a todo ser humano.
¿Experiencias como profesional, docente y autoridad universitaria, sobre la evolución de la presencia femenina en el medio universitario de Cuenca?
La población femenina ha incrementado; algunas carreras como las del área técnica acogen a un número considerable de mujeres; en otras, el número es más alto, lo que exige crear políticas de no exclusión y condiciones para llegar a la profesionalización de grado y postgrado. El acceso al postgrado es menor.
Paradójicamente, en la Universidad, sede de la razón crítica e histórica, todavía persisten paradigmas patriarcales que reproducen teorías y prácticas que contradicen la posición crítica de la Universidad. Ha llamado últimamente la atención que un trabajo académico desconozca los cambios en la sociedad, particularmente en la ecuatoriana, en cuanto a los avances en materia legal. Más aún, que se ofenda a aquellas luchadoras con el calificativo de “feminazis”, para referirse a los movimientos sociales cuya acción ha promovido tales cambios. Este tema debe motivar un amplio debate en las ciencias sociales y las humanidades sobre los estereotipos de género.
Si bien la Universidad es un espacio de reflexión crítica, queda largo el camino para generar una cultura del respeto por las personas; de hecho, la violencia física tiende a “desaparecer”, pero la violencia simbólica es una práctica más difícil de combatir. El ambiente académico es más susceptible para que la violencia simbólica opere en contra de las mujeres.
¿Alguna recomendación para que las mujeres que asumirán próximas tareas legislativas consideren en su gestión?
La posición de las mujeres no puede considerarse al margen del proyecto político que la sustenta, proyecto que determina las políticas públicas sobre la situación de las mujeres, las familias y los adolescentes. Estos temas deben ser analizados desde la realidad social e histórica de nuestras sociedades en relación con lo que ocurre en el mundo para que el Estado promueva políticas amplias y progresistas frente a las amenazas de políticas conservadoras.
¿Algo que quisiera añadir al tema?
Las políticas generadas por el Plan Familia Ecuador, gestadas desde la política gubernamental para remplazar la “Estrategia Nacional Intersectorial de Planificación y Prevención del Embarazo en Adolescentes (Enipla), son de indudable sesgo conservador. En ese Plan, el Estado pasa a gestionar y controlar la sexualidad y la vida reproductiva, sobre todo de las mujeres, lo que constituye una biopolítica por excelencia. Se trata de controlar el cuerpo de la mujer; es necesario entonces, reivindicar el derecho al cuerpo, y con ello el derecho a la no opresión, a la no explotación y a no ser objeto de maltrato por otro ser humano. El derecho al cuerpo significa la integridad, la salud y el derecho a vivir en una sociedad sin violencia.