La idiosincrasia latinoamericana ha resultado adaptable a las opciones que supone un país mejor organizado y metódico como USA, y ha preferido las áreas de servicio y los oficios que demandan actitud paciente, ventaja física y consagración esforzada, que permiten seguridad ocupacional e ingresos ventajosos
 
    Hay que reconocer, entre los méritos que destacan la personalidad del Presidente estadounidense Donald Trump, uno tan evidente y además imprescindible en el papel de un estadista, el sentido de la oportunidad. Apenas se posesionó como Primer Mandatario del país más desarrollado de América, no sólo tenía conformado su Gabinete, convenientemente estudiado para el momento histórico que vivimos, sino que no halló reparo al dejar que una de sus hijas responda al papel de “Primera Dama” de los Estados Unidos, y, rápidamente, anunció los más importantes lineamientos de su administración.

   Entre las primeras decisiones, que la generalidad de habitantes del continente americano aguardábamos y que más nos llamó la atención, fue la prohibición del ingreso a los Estados Unidos de los indocumentados latinoamericanos, o de quienes van por primera vez, no sólo por carecer de visas y trasponer ilegalmente las fronteras con México, sino porque a pesar de tener la calidad de residentes en USA tienen que volver a sus naciones de origen. El problema social se volvió mayúsculo porque está relacionado con cientos de personas y familias que desde hace 40 años, o más, hallaron trabajo y una forma de vida distinta en Norteamérica, que les supuso un cambio y mejoramiento personal, nuevas amistades, otra expectativa de refugio y de mejorar la calidad de vida, pues, residir en los Estados Unidos de Norteamérica era sinónimo de trabajo seguro, en lo posible bien remunerado, y actividades intermedias de servicio en pos de su prosperidad.
 
 Entendemos que el Presidente Trump, cuya apariencia física es la de un hombre todavía vital y de fuerte temperamento, no halló mejor solución para el problema migratorio sur-norte, para terminar con el fenómeno trashumante, de más de 50 años de vigencia, del que han sido protagonistas principales los migrantes sudamericanos. Esta nueva política ha tomado por sorpresa a todos, pues la forma anterior para enfrentar a la protagonizada por USA, de línea democrática y hasta humanitaria, ha sido sinónimo de mejor organización, vivir mejor, ganar un dinero cuya ventaja cambiaria les suponía casi el doble de los ingresos que percibían dignamente y ventajas monetarias con el dólar de alta valoración en el mercado internacional. Así, esta estrategia política inesperada ha trastrocado el sueño de nuestros compatriotas y amigos latinoamericanos, cuyo retorno se ha tornado en un panorama desalentador. Todo ello ha despertado la inquietud internacional que no parece conmover al Primer Mandatario de USA, protagonista de órdenes irreversibles. Hay intranquilidad entre quienes deben o ya organizan su retorno, frustraciones de todo orden, y dramas familiares.

   El país más afectado es México, sus fronteras ven alzarse poco a poco un muro pétreo e insalvable, que seguirá toda la línea divisoria entre los dos países, impondrá mayores exigencias para quienes estén de paso o deseen acudir para algún evento internacional o profesional, o los que, por razones especiales de salud, demanden la atención médica en hospitales especializados. Realidad que produce la impresión de una subestimación racial innegable y un desaire extremo insospechado que recae sobre personas que anhelaban superarse y desafiar nuevas oportunidades y realizaciones en sus quehaceres.

   Por ello, que bien traídas son estas frases del ilustre ecuatoriano, Juan Montalvo, quien escribió en uno de sus libros:“en la política, cuando se toma una medida, no decide el derecho sino su éxito. Siempre sobre las piedras angulares de la dureza y la injusticia son edificados los grandes estados; siempre, sus cimientos tienen sangre como argamasa; injusticias en la política que sólo las soportan los vencidos, y la Historia pasa sobre ellos con paso de bronce”.

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