Pronto o tarde el poder y la astucia acarrean decepciones. Cada día que pasa, Nicolás Maduro y sus adláteres dan un paso más hacia el abismo mientras las masas populares están en las calles a esperar que pase el cadáver de un régimen que ha dejado un legado de rupturas…
 
  Venezuela sigue desangrándose en una revuelta interna que roe sus entrañas como un tumor maligno. La exigencia del pueblo al heredero de Hugo Chávez, aumenta día a día y amenaza con explotar en cualquier momento. Está injustamente suspendido en un vacío monologar y cerrado, lo cual exaspera y entristece. Hoy Venezuela es un país aislado del resto de sus vecinos, con presos políticos, oposición perseguida, Parlamento suspendido y una economía destruida mientras en sus calles hay inseguridad, impaciencia, frustración y un charco de sangre de jóvenes asesinados por esbirros y sanguijuelas armados al servicio de Nicolás Maduro que con cruel indiferencia, haciendo honor a su enciclopédica ignorancia ideológica hace caso omiso al clamor internacional que pide cordura y diálogo como único camino para devolver a los venezolanos el derecho a elegir a sus gobernantes en elecciones anticipadas y libres hasta recuperar un destino de justicia, paz y prosperidad que no le permiten alcanzar.
 
   Es hora de creer en la pertinencia de la ONU y de la OEA y en la acción de solidaridad latinoamericana con el pueblo del Libertador, tarea decisiva para que Venezuela reconquiste su libertad y su vocación democrática. Como un ejemplo reconfortante Venezuela demuestra, con su heroísmo cotidiano, que la semilla de la libertad y de la dignidad en América sobrevive al rigor insistente de sus infortunios.
 
   La vida y los derechos del venezolano están a merced del dictador y sus acólitos. La miseria clava con fiereza su garra en el cuerpo del pueblo y su drama es un grito de protesta ante los organismos internacionales y constituye un angustioso llamado al corazón de todos los americanos honrados.
 
   Infortunadamente, algunas figuras destacadas de los gobiernos democráticos de América Latina se niegan a escuchar el clamor de justicia de este pueblo hermano, y se entregan a un maridaje político con su verdugo. Esas figuras deberían saber que llegó la hora de rectificar una conducta que viola la ética de la democracia, que desconoce los principios de la solidaridad humana y que atropella las normas vigentes en el sistema jurídico interamericano.
 
   Es la hora de la prevalencia de la razón sobre la barbarie, y de la primacía de la democracia sobre la fuerza de las armas, y la dignidad y los derechos de los hombres y mujeres de Venezuela no pueden seguir siendo violentados con el falaz argumento de defender con el embrujo de la fuerza una ideología populista y vocinglera que en medio de mentiras totalitarias heredadas no ha dejado sino una larga lista de frustraciones, caos económico y corrupción bajo el espejismo de que el Estado debía ser el rector de la economía, el motor de la sociedad y el dispensador de la felicidad.
 
   La historia, esa experiencia suprema nos enseña que todos los movimientos sociales y todos los enunciados ideológicos parten de una realidad latente, pero que se cometen muchos errores durante su gestación y se desvirtúan sus finalidades. Y precisamente Nicolás Maduro con su manifiesta ignorancia se convirtió en un depredador del socialismo del Siglo XXI, en un despilfarrador del erario público, en un ilusionista de la revolución bolivariana y en un esclavo de sus propios delirios e ideas enfermizas de poder dictatorial bajo el amparo de unas fuerzas armadas subyugadas al servicio de una oligarquía chavista. No es casualidad que en Venezuela haya hoy más generales que en la OTAM o en los Estados Unidos.
 

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