“El Nido y el Pájaro” titula el reportaje periodístico de Manuel J. Calle sobre la mansión habitada en 1917 por el poeta, bien cuya restauración recibe toques finales para exhibir las reliquias patrimoniales del museo que lleva el nombre del personaje. Un espacio vacío clama por la corona de laureles de oro que se creyó perdida y se la ubicó con un documentado aporte periodístico
 
La Calle Larga en una vista actual, con el frontis iluminado de la antigua residencia del poeta Crespo Toral.
 
 
Ha concluido la restauración del edificio del museo Remigio Crespo Toral que se reabrirá en marzo, al cumplir 70 años de su creación. La vieja casa, en la Calle Larga, cuyo fondo va por el declive del Barranco, tiene aproximadamente cien años. Se la levantó sobre el espacio de una antigua construcción que Manuel Vega Dávila donó a Remigio Crespo Toral, cuando en 1886 se casó con su hija Elvira.
 
   El poeta construyó el inmueble de adobes, ladrillos y bahareque a su gusto, con cielorrasos de latón importado, en varias plantas que aprovechan el desnivel en un estilo arquitectónico exclusivo. Un ingeniero Thomas, chileno, que vivía en Cuenca en años iniciales del siglo XX, habría dirigido los trabajos. La casa ocupa más de 700 de los 1685 metros cuadrados del predio en el que perviven jardines y árboles del entorno.
 
 
 
 
 
   
AVANCE informó en mayo de 2015 de un convenio entre la comunidad dominicana y el Alcalde de Cuenca, acompañado del registro del bien en el Instituto de Patrimonio Cultural del Austro, el 23 de diciembre de 2015. En enero pasado la revista pidió una copia de ese registro y, tras obtenerla dificultosamente con insistencia, se aprecian visibles diferencias con el original, en el que constaba como propietario Yonfari Culma (dominico colombiano del convento en Cuenca). Publicamos la segunda página de la ficha inicial y de la recientemente concedida, para que se adviertan los cambios. La funcionaria del Instituto que entregó la copia y a la que se advirtió la modificación, dijo que “posiblemente se haya hecho actualizaciones”… ¿Actualizar documentos públicos?.
 
 
 
La Municipalidad la adquirió en 1981, por cuatro millones 593 mil sucres, en la administración del Alcalde Pedro Córdova Álvarez, para el museo Remigio Crespo Toral que, fundado en marzo de 1947, había deambulado por la Asociación de Empleados del Azuay, por un predio del colegio Borja (donde se levantaría el hotel El Dorado), luego en una casa próxima en la calle Luis Cordero y desde 1963 en un área municipal de la empresa ETAPA, hasta instalarse donde está hoy, primero por arriendo a los herederos de Remigio Crespo desde 1967 hasta 1981, cuando la compra municipal le dio posesión permanente.
 
   Desde entonces ha recibido varias intervenciones, que nunca acabaron, pero ahora la restauración está completa. En lo cultural, es la obra más importante de la administración del Alcalde Marcelo Cabrera en sus casi tres años de gestión, con apoyo financiero del Banco del Estado y el vivo interés del Director del Museo, René Cardoso Segarra.
 
“Pobre poeta, en qué tugurio ha ido a meterse…” es la impresión con la que el periodista semituerto, cuarentón, reacciona al dar con la casa de Remigio Crespo Toral, colgada desde la Calle Larga al barranco que llega al río Tomebamba. 
 
   “Baja, fea, de míseros adobes, apenas si una puerta conventual y unas pocas ventanas de reja andaluza, con hierros fundidos se abren mezquinas en la larga pared que forma lo que –es un decir- calificaríamos en fachada. En fin, el nido es lo de menos si el pájaro es canoro”, apunta Manuel J. Calle al dar con la casa buscada para visitar al renombrado personaje, en 1917, hace un siglo.
 
   Mientras va al lugar observa la calle por la que transita: “…Parece una bodoquera: angosta, oscura, triste y nada limpia, avanza hasta perderse en la distante cuesta… Se la conoce con el nombre antonomástico de Larga: la calle larga, solitaria en el día, y tétrica, peligrosa para los transeúntes durante la noche: tiene sus leyendas populares, su folklore particular henchido del recuerdo tradicional de cuentos aparecidos, de sucesos espeluznantes que el diablo enreda y desenreda a placer, de peleas de espadachines y jolgorios de los terribles viejos estudiantes, interrumpidos por un batir de alas de loras inverosímiles, por frailes sin piernas que andan en el aire, cantando misteriosos rezos de una liturgia ultraterrena, o por la dama vestida de blanco con cara de animal inmundo que arroja bocanadas de fuego y humo de azufre…”
 
   Una “india mísera” franquea la entrada al visitante que se sorprende ante la fastuosidad interior de la morada: “Nos hallamos en una especie de recibimiento de altas y blancas paredes, inundado de un chorro de luz que le viene del fondo: una gran escalera de madera desciende a profundidades vedadas al indiscreto y al extraño; y lleva un cómodo pasadizo a pie llano, a una amplísima galería de cristales, entapizada con lujo, y cuyo pavimento es de hule costoso tendido sobre las recias y enceradas tablas. Profusión de luz, abundancia de flores y hasta de plantas tropicales como en una gran estufa; cuadros alegres en marcos de caoba y nogal finamente tallados; columnas y soportes con jarrones y objetos de arte; mobiliario de mimbre, con ruedos de alfombra los sofás, mullidos almohadones y cojines, las butacas. En jaulas y pajareras metálicas gorjean y brincan docenas de aves escogidas; y cortinas de encaje y muselina sirven para suavizar a ciertas horas la irrupción del padre sol y sus flechas de oro… Perfumes, colores, armonías, confort…”
 
   El lujoso esplendor de la vivienda enceguece aún más los ojos del Tuerto Calle, periodista cuyo renombre nacional contrasta con la mísera condición humana con la que digna y honradamente sobrelleva la pobreza. Su admiración continúa: “A lo largo de esta galería se abren los salones; ricas alfombras, mármoles del Portete, talladuras de maestros azuayos, madera dorada y plateada, cuadros, estatuas, bronces y terracotas, mucha seda y mucho arte de decorados, en paredes y mobiliario. La luz de la tarde se quiebra, en los grandes espejos de bisel y marquetería dorada o de porcelana, irísase en los colgantes prismas de arañas y candelabros, y arranca reflejos y chispas a la seda, verde, mahón, de los pesados cortinajes… Ciertamente, es la morada de un gran señor, de un hombre rico que gasta con discreción sus rentas y se da buena vida. Mas, lujo provinciano, al fin, por mucho que sea el gusto que se haya desplegado, se halla al alcance de cualquiera, a costa de buena suma de dinero y con el empleo de la santa virtud de la paciencia”.
 
   Por una ventana mira el agrio despeñadero que ha dejado de ser foco de inmundicias para convertirse en un rincón encantador y perfumado que lindera con el ”patrio Tomebamba que corre, bramando espumoso al torcer entre pedruscos sus límpidas aguas, con singular monotonía, que cubre la soledad e invita al sueño o a piadosas reflexiones más allá del amor y de la vida”.
 
   El periodista está cautivado por la belleza del paraje: “Y hay allí fuentes de piedra que lanzan de lo alto penachos de agua, que luego caen  en anchos tazones, y se unen al fin en ingeniosa red de hilos sutiles que van a humedecer macizos de flores encuadrados en acirates y platabancas de arena brillante y casi micácea: grupos de árboles que fingen caprichosas estructuras; un retazo de huerto, donde entre frescas lechugas y colorados rábanos, se arrastran perezosas fresas tempraneras: y aquí y allá, glorietas, cenadores y kioskos ofrecen sillas y mesas, divanes y butacas de rusticidad elegante y refinada, para el honesto pasatiempo o el solitario estudio. A un lado, un baño de príncipe oriental de agua fría y olorosa, que mana del barranco y nos hace acordar de aquel otro menos refinado, debajo de un naranjo…”
 
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El Papa Benedicto XV emitió una esquela con su foto, complaciéndose por el homenaje al poeta Remigio Crespo.
 
   Más allá del río se extiende la inmensa llanura de El Ejido, “verde aun en épocas de sequía, florida aun en tiempos de agostadoras escarchas. Es algo ideal como una Arcadia rediviva…”, comenta.
 
   “Eh! Amigo: ¿le agrada esto?”, pregunta Crespo Toral a Manuel J. Calle que contempla abismado y con un vago sentimiento de envidia el nido del poeta, donde “la gentil madre Naturaleza lo ha puesto casi todo, y de balde”. Y la conversación se entabla con el hombre alto y esbelto, que ya no es joven “a juzgar por la blancura de su barba y de sus cabellos –¡como que se acerca a los sesenta!-, mas se le disimulan algunas ligeras arrugas –la indefectible pata de gallo- cuán fresca su tez, en la que rosas juveniles, rosas casi virginales, resaltan sobre la blancura señoril y de buena raza…”
 
Anverso y reverso de una medalla ofrecida al poeta Remigio Crespo.
 
   La conversación se prolonga entre los personajes cimeros de la cultura ecuatoriana y dará motivo para el largo reportaje del gran periodista y crítico literario de primera fila, Manuel J. Calle, en su obra Biografías y Semblanzas, de la que se han tomado estas citas que dicen de su impresión sobre la mansión palaciega, sintetizada en pocas palabras: “ ser poeta dentro de este ambiente de paz y poesía ¡qué gracia!”.
 
   El poeta Crespo Toral fue premiado con una corona de laureles de oro el 4 de noviembre de 1917. “Acaban de coronarle sus compatriotas –dice Manuel J. Calle-, en pública solemnidad y con representación de todos los poderes del Estado y la asistencia de tres obispos, concediéndole en vida honores que no suelen darse sino ante la majestad de la tumba; y diremos que pocas veces se ha ejercido en el Ecuador un acto de más trascendental justicia”.
 
   La corona de oro con 34 hojas de laurel, donada cada una por instituciones públicas nacionales, autoridades, amigos y familiares del poeta, se la denunció desaparecida, y se la ubicó en una bóveda bancaria de la comunidad dominicana de Cuenca, cuando la revista AVANCE publicara en mayo de 2015 un documento con el que la Fiscalía dio con el bien patrimonial mediante allanamiento. Pero la reliquia histórica volvió a secreto escondite, cual si siguiera perdida cien años después del homenaje nacional de coronación. El museo municipal Remigio Crespo Toral, que en marzo cumplirá setenta años, tiene una vitrina con todas las seguridades, esperando que su tesoro emblemático ocupe este sitio apropiado que le corresponde. 
 
 
 
Alcalde pide apoyo del Obispo para recuperar la corona de oro
 
   El 27 de diciembre de 2016 los ediles Carlos Orellana, Martha Castro y Marco Andrés Ávila pidieron al Alcalde Marcelo Cabrera el “informe de las acciones tomadas hasta la fecha, por el GAD municipal de Cuenca, con la finalidad que la corona sea de pertenencia de los cuencanos, conociendo que la Comunidad Dominicana no ha podido certificar con documentos la supuesta donación que el renombrado poeta habría hecho a la Morenica del Rosario”.
 
   El Alcalde,  el 6 de enero, les transcribió párrafos de las respuestas a los ex Alcaldes, familiares de Crespo Toral, rectores universitarios, legisladores del Azuay, Gobernador, Prefecto, Vice Prefecta, Vice Alcaldesa, entre otras personalidades, que le insistieron gestionara en forma directa, que el bien patrimonial sea devuelto a Cuenca.
 
    También transcribe párrafos de una carta del prior dominicano, Armando Villalta Salazar, enviada al Alcalde el 27 de septiembre de 2016, en la que dice que la corona “…ha venido siendo custodiada de forma celosa por la Comunidad Dominicana de Cuenca, puesta al debido recaudo en bóvedas de seguridad, en virtud de tan importante pieza del patrimonio cultural de la nación”. El religioso reconoce que se trata de una “importante pieza del patrimonio cultural de la nación”, lo que contradice la supuesta pertenencia particular de su comunidad. 
 
   La respuesta a los tres concejales, por disposición del Alcalde, suscribe el Secretario Municipal, Fernando Arteaga, quien dice que los dominicos “son conocedores de la existencia de una segunda corona que habría sido ofrecida en homenaje póstumo y ceñida en un busto del poeta, y que el destino o ubicación de esta segunda corona es el motivo de una investigación por parte de la Fiscalía del Azuay”.
 
   Es evidente que se confunde con la corona impuesta en el busto de otro poeta, Luis Cordero, en forma póstuma, acto que se cumplió en el parque Calderón el 24 de mayo de 1917, porque no pudo celebrarse en vida del personaje, que falleció en enero de ese año. La corona desaparecida del museo municipal le fue impuesta a Crespo Toral en 1917, en vida, al igual que ocurrió con la del homenaje nacional del 4 de noviembre de ese mismo año, reliquia histórica del patrimonio nacional que ha ido a parar a la comunidad dominicana.
 
   La revista AVANCE, que descubrió el paradero del trofeo áureo, ha seguido todo el proceso de reclamación para que la corona pase al museo Remigio Crespo. Y continuará, en forma documentada y respetuosa, hasta que se cumpla la aspiración general de Cuenca en este sentido. Este ejercicio periodístico, sin ánimo de lesionar a la comunidad que guarda la corona, ha sido mal interpretado por ella, pues en la carta del Secretario Municipal a los concejales que piden información, citando al prior en mención, se apunta: “Se refiere también, y con mucho énfasis, a la desinformación que ha producido en la ciudadanía de Cuenca el periodismo denigrante de la revista AVANCE, quien mediante algunos artículos publicados en dicha revista confunde y ofrende a la Comunidad Dominicana, y denuncia y lamenta el actuar negligente de la revista (sus responsables). Concluye la comunicación señalando que, por las actitudes del medio de comunicación Avance, falsos y ofensivos y la desinformación provocada con respecto a la segunda corona desaparecida, en Consejo de Provincia han resuelto abstenernos y no prestar la Corona de 34 hojas de laurel de oro, hasta que exista un pronunciamiento claro y que respete los derechos de nuestra comunidad religiosa, se esclarezca la denuncia de la segunda corona y los objetos extraviados del museo Remigio Crespo Toral y se denuncie a los responsables de este hecho”.
 
   La respuesta del Secretario Municipal a los concejales que reclaman información –no la revista AVANCE- termina informando que “El señor Alcalde mantiene una cordial y respetuosa relación con la Comunidad Dominicana, en la persona de su representante legal, Fr. Armando Villalta Salazar, OP; y ha mantenido conversaciones con el Obispo de Cuenca, Monseñor Marcos Pérez, con el propósito de buscar su apoyo en el pedido a la Comunidad Dominicana para que se busque una figura jurídica a través de la cual, la corona de laureles tantas veces mencionada, sea entregada al Museo Municipal Remigio Crespo Toral y, de esta manera, que la ciudadanía tenga la oportunidad de apreciar tan valioso objeto del patrimonio local y nacional, en el entorno apropiado”.
 
   “AVANCE jamás ha ofendido a la comunidad dominicana, a la que ha expresado su respeto hasta por escrito, dijo su Director, Rolando Tello, destacando que gracias a su información se pudo ubicar el bien patrimonial y esclarecer la existencia de dos coronas del mismo poeta, una de ellas desaparecida del museo Remigio Crespo Toral y la otra en manos de la comunidad dominicana”.
 

 

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