Si bien en los primeros poemas Olmedo se identificaba con el poder colonial, su arte fue cobrando altura conforme el futuro cantor evolucionaba ideológicamente hasta asumir los imperativos de su tiempo
 
El pasado 11 de diciembre, Diario El Comercio publicó el interesante artículo “Cómo se gestó el ‘Canto a Bolívar’”, suscrito por el Canciller de la Confraternidad Bolivariana de América. Atendiendo al verbo gestar en la segunda acepción académica (desarrollar una idea o una tendencia individual), abundaremos sobre el tema.
 
   Si bien en los primeros poemas Olmedo se identificaba con el poder colonial, su arte fue cobrando altura conforme el futuro cantor evolucionaba ideológicamente hasta asumir los imperativos de su tiempo. Las primeras composiciones ya preanunciaban un doble proceso –el ideológico y el poético- que años después confluirá asimismo en una doble victoria, la política y la estética.
 
   Quien persiga el rastro de aquella temprana producción se sorprenderá al encontrar versos enteros engastados después por el artífice en “La Victoria de Junín”. Por ejemplo, el verso 107: “su voz un trueno, su mirada un rayo”, es la reelaboración de un par de versos, de tono ciertamente menor, trabajados diecinueve años atrás en “Prólogo a la Tragedia ‘El Duque de Viseo’”:
“Se teme más que el rayo su mirada
más que el trueno su voz. (…)”.
 
   En 1811 representó a Guayaquil ante las Cortes de Cádiz, en donde resonaba la vehemencia oratoria de Mejía Lequerica, cuñado de Espejo. Tocado de su entusiasmo, Olmedo contempla desde el otro lado del Atlántico a su Patria habitada no por marqueses sino por indios explotados hasta la aniquilación, sus “compatriotas”. En 1812 estremeció en las Cortes su discurso sobre la abolición de las mitas, una suerte de relato indigenista, pintura suficiente para hacer llorar a media humanidad mucho antes de que en ello flaqueara el genio de Montalvo.
 
   De España regresó Olmedo con ideas nuevas, pues maduraba en su ánimo el sentimiento antimonárquico. Al pasar por Lima dejó escrito en 1817 “A un amigo en el nacimiento de su primogénito”. Este par de versos:
 
“Y, crinada de sierpes silbadoras,
la discordia indignada”
lo hallaremos ocho años después en Junín: “Y la discordia en áspides crinada”. Igual ocurre con esta otra pareja versal:
“Y, ¡oh triunfo! derrocados
caigan al hondo abismo”,
 
trasladada a Junín de este modo: “húndete al hondo averno derrocada”.
 
   En 1823 estuvo de vuelta en Guayaquil, comisionado para inclinar la voluntad de Bolívar a favor de la independencia del Perú. Al ponderar la marcha de Canterac sobre Lima, “todas las huellas de sus pasos quedan cubiertas de sangre y de ceniza”, dice. Dos años después versificará la misma idea para Junín:
“prosigue en su furor, y en cada huella
deja de negra sangre un hondo lago”.
 
   Durante los siguientes tres años de retiro hogareño se dedicó a traducir al español el “Ensayo sobre el Hombre”, de Alejandro Pope. Saltan a la vista los versos llevados desde esta traducción a “La Victoria de Junín”:
“(…) y se prepara
la universal disolución del mundo” (Pope)
“ven el estrago funeral del mundo” (Junín)
 
   Entre agosto y octubre de 1824 traducía la epístola II de Pope cuando recibió la noticia del triunfo de Bolívar en Junín. De inmediato se puso a formar planes para el Canto, al que también irán, entre otros, estos versos:
“y erupciones volcánicas arrasen
y sepulten los pueblos y naciones” (Pope)
“erupciones volcánicas arrasan
campos, pueblos, vastísimas regiones” (Junín).
 
   Sin desdeñar lo episódico, debemos reconocer que “La Victoria de Junín” se vino gestando formalmente desde mucho antes de la victoria de Junín. Fue una explosión cerebralmente controlada, cual si Olmedo hubiera trabajado desde siempre en el poema de su vida. Es quizá el fondo de misterio (inspiración, llaman algunos) del que surge toda obra de arte.
 

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