El 1 de diciembre de 1917 falleció Federico  González Suárez, sacerdote, arqueólogo, historiador, hombre de polifacética cultura. Nacido en Quito el 12 de abril de 1844, se inició en la vida religiosa con los jesuitas, pero abandonó la comunidad para trasladarse a Cuenca en 1872 y ordenarse sacerdote en esta ciudad. En 1878 fue elegido Diputado por Azuay a la Asamblea de Ambato. En 1883 regresó a Quito, donde alternó su vida cultural con la política, siendo electo senador en 1892. En 1894 fue nombrado Obispo de Riobamba; un año después Obispo de Ibarra, hasta 1905, cuando pasó a desempeñarse como Arzobispo de Quito, hasta morir. Manuel J. Calle escribió: “No es un sacerdote que muere, un prelado que deja vacante su sede, únicamente, y un escritor que desaparece una vez terminada su obra y cumplida su misión: es una poderosa fuerza nacional dentro de una situación determinada, fuerza de monición y resistencia, difícil de ser reemplazada por lo pronto –ahora no vemos con quién-, y una de las más altas representaciones de la intelectualidad ecuatoriana de veinte y cinco años a esta parte, lo que no se hunde silenciosamente en la tumba”. Un siglo después, es apreciado como uno de los valores más significativos de la cultura ecuatoriana de todos los tiempos.

 

   En Cuenca vivió en una casa de la calle Juan Jaramillo, entre Luis Cordero y Borrero, de propiedad de un sacerdote de apellido Vázquez y actualmente es de las familias Tenorio Salazar y Tenorio Crespo. Una placa colocada a los cien años del natalicio, en el frontis, da cuenta de que allí vivió el personaje.

 

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