Los totalitarismos surgidos de plebiscito como el fascismo de Mussolini y el Nazismo surgieron del voto popular, pero su voluntad permitió un copamiento absoluto del estado y sus instrumentos, similar a lo ocurrido con otros regímenes históricos de derecha o izquierda, unidos en un punto común: falta de un requisito imprescindible en democracia, el contrapeso de poderes, su mutuo control, la independencia entre ellos…
Diez años de gobierno de la “Revolución Ciudadana” a cargo de PAIS y sus aliados, muchos de los cuales fueron desgajándose del régimen, bajo la conducción de su líder el Presidente Rafael Correa, dejan un sabor agridulce en el ánimo de los ecuatorianos para quienes un gobierno es, ante todo, programas y metas, objetivos y realizaciones. Sin duda, el Correísmo pasará como uno de los hitos en la historia nacional, con sus pros y contras dentro de la balanza histórica, tal como pasaron el Floreanismo, el Garcianismo, el Alfarismo, el Velasquismo, fenómenos recurrentes, en los que un caudillo, carismático y enérgico en todos los casos, tuvo la misión de conducir a una nación caotizada.
El Correísmo o Correato, duró nada menos que diez años ininterrumpidos, sin contar con la eventualidad de su continuación si los resultados electorales determinan el triunfo de su heredero Moreno y co-heredero Glas. Diez años es un tiempo apreciable dentro de la gestión gubernamental en los anales de un país caracterizado por la fragilidad de sus gobiernos, sometidos a presiones, conjuras, desestabilzaciones y descontentos que suelen crecer hasta desbordar la débil institucionalidad nacional.
¿Hemos ganado acaso en solidez de las instituciones? Los partidarios del régimen dirán que sí, que hoy la institucionalidad del Ecuador es firme, con su tupida red burocrática, su control casi omnímodo desde Carondelet, y un neo centralismo que envidiaría García Moreno. Sin embargo, las apariencias engañan, el monolitismo regido por el líder-Presidente posee la fragilidad intrínseca de ser unipersonal, y por lo tanto dejar de funcionar, resquebrajarse, cuando su personalidad se halle ausente. Las lecciones históricas al respecto son lo suficientemente explícitas para pensar que ahora no ocurrirá así, más aún cuando buena parte de los ecuatorianos han expresado su inconformidad a través de las urnas con el modelo cuasi monárquico de poder que se cristalizó en la década del correísmo, pero que presenta fisuras y que de otra parte entra en creciente contradicción con el modelo de una verdadera democracia, con división y contrapeso de poderes, algo que los teóricos del “Socialismo del Siglo Veintiuno” se han dado el dudoso lujo de contradecir, aludiendo a supuestos poderes intrínsecos derivados del voto plebiscitario, que recuerda a los “totalitarismos surgidos de plebiscitos” como el fascismo de Mussolini y el Nazismo, que surgieron precisamente del voto popular, pero su voluntad permitió un copamiento absoluto del estado y sus instrumentos, algo similar a lo ocurrido con otros regímenes históricos, se denominen de derecha o izquierda, unidos en un punto común, la falta de cumplimiento de un requisito imprescindible en una democracia, el contrapeso de poderes, su mutuo control, la independencia de cada uno de ellos respecto del otro.
Diez años han sido suficientes para pensar que el hiper presidencialismo unipersonal y caudillista practicado en este lapso, no es conveniente en términos de una democracia propiamente dicha, y que a la hora de enfrentar los problemas derivados de aquella concentración de funciones se muestra inhábil o cuando menos poco efectivo para conjurar la serie de retos que amenazan el futuro del país.
La denominada “Décadas Ganada” por los adherentes del régimen debe llevar a repensar en el modo de gobernar en épocas en las que no existe el combustible del dinero que permite a los gobiernos ser exitosos mientras hay plata.