La población mundial crece al 1.2% anual y suma ya 7.058.000 mil millones de habitantes, repartidos en los cinco continentes. Sólo en América Latina y el Caribe, cuyo porcentaje de crecimiento es de 1.3% anual, tenemos 599 millones, correspondiendo a Sur América 397 millones y al Ecuador 14 millones 900 mil habitantes
odo acto humano debe ser un hecho de racionalidad, para que en nuestra existencia se equilibren dos fuerzas aparentemente opuestas: la física y la síquica, y para que en cada gesto, palabra o decisión que asuma el hombre, no olvide esa innegable dualidad: somos carne y espíritu, es decir, naturaleza apremiante y razonamiento objetivo.
Sin embargo, una verdad de esta era es que las fuerzas naturales parecen imponerse en los seres sin educación ni personalidad, baste para ello hablar del fenómeno de la superpoblación en el mundo que obedece fundamentalmente a la carencia de educación y de razonamiento equilibrado y a las posiciones fundamentalistas que hacen daño a la sociedad.
La superpoblación actual del planeta es una realidad. Crece al 1.2% anual y suma ya 7.058.000 mil millones de habitantes, repartidos en los cinco continentes. Sólo en América Latina y el Caribe, cuyo porcentaje de crecimiento es de 1.3% anual, tenemos 599 millones, correspondiendo a Sud América 397 millones y al Ecuador 14 millones 900 mil habitantes. El asunto es que si bien el ritmo de crecimiento ha bajado, especialmente en los países desarrollados: (europeos, escandinavos, y los orientales como Japón, Corea del Sur, China,) en otros se mantiene muy alto, como en África, el 2.5%, América del Sur 1.5%, América Central 1.6% y el Caribe con 1.3%.
Este agudo crecimiento poblacional en los continentes y países más atrasados o superpoblados se da precisamente por la carencia de educación y de formación de las grandes mayorías .Persiste un descontrol entre la actuación lógica, propia de los seres educados, y los requerimientos de una gran mayoría sin un nivel de vida racional. En esas realidades influyen las posiciones extremistas o muy conservadoras de los líderes del mundo y de los grupos fundamentalistas, y la inexistencia de políticas apropiadas. Y aunque en naciones como las escandinavas y muchas europeas, en las de régimen socialista, o los que han recurrido a sanciones extremas como la China o Rumania, la explosión demográfica parece haber disminuido, subsisten cifras alarmantes, sobre todo en el ámbito sudamericano, caribeño, africano y asiático. Tal azote empieza a cobrar importancia en este siglo con los grandes problemas sociales y económicos de un mundo incapaz de ofrecer las mínimas condiciones de vida indispensables para sus habitantes: trabajo, educación de mejor calidad y menos onerosa, asesoría para la defensa de la naturaleza, la producción de alimentos básicos, seguridad legal y social, asistencia de salud y protección a la niñez y al adulto mayor.
A estas razones obedecen casos como el de México, un país superpoblado que afronta altísima delincuencia y la demanda de necesidades básicas no solucionadas,los justos reclamos de la gran masa de población rural de Colombia y los conflictos insulares y ribereños del Caribe. Por ello también la realidad angustiante de sociedades sin apoyo democrático y efectivo, como las del África, Asia y China, y los tumultos amenazantes de los desocupados en la propia España, Egipto, Grecia, Irán, Pakistán, Medio Oriente en general y de las sociedades sudamericanas.
Los grandes encuentros de los mandatarios a nivel regional o mundial, la creación de bloques de naciones con idéntica problemática, las citas presidenciables de Europa y América, la creación de organismos de apoyo mutuo, como UNASUR, Mercosur, etc., por hablar de lo nuestro, no encuentran soluciones sabias, efectivas y positivas para tantas necesidades sociales. Las imponentes movilizaciones del Brasil, de Chile, por un mejor transporte y educación idónea; las de Egipto ,sin orientación política acertada, las de Grecia en pos de trabajo y buenas remuneraciones, las dramáticas migraciones desde África a Europa y a otras regiones del mundo; los déficit alimentarios y de vivienda de Venezuela, Colombia, Chile; las carencias básicas de significativas poblaciones insulares, como las de República Dominicana, Haití y Cuba, son detonantes de futuros conflictos de insospechadas consecuencias. Se habla ya de la “guerra por el agua”, por la tierra, o por los combustibles como el petróleo.
¿Podremos hacer conciencia de que la superpoblación nos amenaza y que el drama humano se agudizará y amenazará la paz del planeta? Los gobiernos y líderes contemporáneos, las organizaciones religiosas, los organismos supranacionales no pueden soslayar tan apremiante realidad.