El nuevo arzobispo, Monseñor Marcos Pérez Caicedo, lució en la posesión la casulla artesanal de Gualaceo que utilizó el Papa Juan Pablo II en su visita a Cuenca en 1985.
 
Por Rolando Tello Espinoza
 
Doce obispos dirigieron la Iglesia de Cuenca desde 1786 a 1956; vinieron luego cinco arzobispos hasta el 6 de agosto del presente año, cuando asumió la dirección de la Arquidiócesis monseñor Marcos Pérez Caicedo 
 
El 6 de agosto de 2016 se posesionó el sexto arzobispo de Cuenca, monseñor Marcos Pérez Caicedo, en la Catedral de la Inmaculada, cuya construcción provocó en 1900 el resentimiento de los canónigos cuando el obispo Miguel León les recortó ingresos, para financiar la majestuosa obra. El prelado acabó cesado en sus funciones, pero la edificación siguió adelante, hasta inaugurarla en 1956 con la consagración del primer Arzobispo de Cuenca. 
 
   La imponente catedral es símbolo arquitectónico y espiritual de Cuenca: allí se ofician los Te Deum en las conmemoraciones cívicas, allí se ofician las celebraciones católicas más importantes del año eclesiástico; allí estuvo Juan Pablo II en enero de 1985 y, allí, en el cementerio subterráneo, reposan los restos de quienes dirigieron la diócesis y arquidiócesis de Cuenca, así como de los personajes ilustres de la ciudad. Lo que no está allí, es el recuerdo del prelado que, por empeñarse en construirla, fue suspendido en su ejercicio pastoral.
 
   Monseñor Pérez es el sexto Arzobispo desde la creación de la Arquidiócesis en 1956. Le antecedieron Manuel de Jesús Serrano Abad, Ernesto Álvarez, Luis Alberto Luna Tobar, Vicente Cisneros y Luis Cabrera. Los dos primeros ya no viven. 
 
   La ceremonia de posesión de monseñor Pérez, el 6 de agosto pasado, presidió el Nuncio Apostólico Guiacomo Guido Ottonello, con la participación de la mayor parte de obispos y arzobispos del Ecuador, ante miles de personas que llenaron el templo donde ocuparon primeras filas el Alcalde y las autoridades de Cuenca y del Azuay, que le saludaron y le dieron la bienvenida. 
 
   Incluimos en estas páginas una evocación de cómo, hace un siglo y más, la posesión de un jerarca de la Iglesia Católica era un acontecimiento trascendental en la vida de la ciudad de algo más de 20 mil habitantes, que aún no tenía luz eléctrica, ni habían llegado los primeros vehículos motorizados a sus calles empedradas y con acequias a un costado.
 
   El flamante arzobispo Pérez Caicedo descendió frente a la Catedral Vieja de un automóvil blanco, para presidir, desde allí, la procesión hasta la Catedral de la Inmaculada para la ceremonia de posesión, con menos plegarias en latín, pero con un ritual similar al de aquellos tiempos
 
El 26 de enero de 1908, Manuel María Pólit, primer obispo nombrado por el Papa Pío X para Cuenca en el siglo XX, recibió una bienvenida que reunió a toda la gente de la ciudad y del Azuay. Ciento ocho años después, el dato histórico amerita evocarlo como un significativo referente de los cambios operados en la religiosidad, la conducta y los rasgos sociales y culturales de los habitantes de Cuenca y del país, en algo más de un siglo corrido desde entonces. 
 
  De 1890 a 1907 Cuenca carecía de obispo, pues monseñor Miguel León Garrido fue cesado por discrepar con los canónigos que no le perdonaron el recorte de sus ingresos para financiar la obra de la catedral que empezó a levantarse en la plaza central. La larga espera hasta que el Papa nombrara un sucesor, acrecentó la expectativa por conocer y recibir al enviado de Dios. En esos 17 años fue Administrador Apostólico Benigno Palacios Correa, en tiempos de embate del liberalismo contra los privilegios religiosos.
 
   El 1 de noviembre de 1907 el padre Pólit había recibido la consagración arzobispal en Roma, de manos del Secretario del Papa Pío X, Merry del Val, en la Capilla del Colegio Pío Latinoamericano. La noticia llegó al Ecuador por cablegramas, despertando entusiasmo nacional y ni qué ponderarlo en Cuenca, con comités para preparar la bienvenida y homenajes que empezarían en Guayaquil y Quito y continuarían por los pueblos del trayecto.
 
   El 17 de diciembre el prelado hacía escala en Panamá y el 22 llegó por mar a Guayaquil, donde una comitiva cuencana presidida por Rafael María Arízaga y el sacerdote José Ignacio Peña tuvo el privilegio de ver por primera vez, con asombro, la faz del representante del Pontífice asignado a Cuenca. Dos días después, viajó a Quito, ciudad donde había nacido en 1862, para preparar el futuro de su viaje y de su vida, hasta el 20 de enero de 1908, cuando emprendió la travesía a su destino arzobispal.
 
   El Comité de Caballeros para la recepción presidía Luis Cordero; el de Eclesiásticos, el dean Gregorio Cordero; el de Señoras, Hortensia Mata de Ordóñez; el de Jóvenes, Miguel Cordero Dávila; y, otro, con el nombre de Comité Pólit, lo presidía Alfonso María Borrero, Rector de la Universidad.
 
   Las primeras escalas del viajero son Ambato, Riobamba, Tixán y Alausí, a donde llega el miércoles 22 de enero. En cada sitio recibe homenajes, discursos, acuerdos y banquetes, a todos los cuales responde con emocionadas expresiones de gratitud. Los sacerdotes Julio María Matovelle y León Piedra, sus ex discípulos, han ido a recibirlo en Alausí y comparten su amistad y admiración. De aquí, el resto del largo viaje lo haría en acémilas. “Superfluo es expresar que en todo el territorio diocesano se  manifestaba la general alegría de las poblaciones, por medio de arcos triunfales, bandas de música y ruidosa algazara de vítores, levantada por el gran número de fieles que se arrodillaban a la vera del camino, para recibir la deseada bendición episcopal”, escribe Luis Cordero en una crónica de más de cien páginas sobre el recorrido hasta Cuenca.
 
   Al llegar por escabrosos caminos a Achupallas, al pie del Nudo del Azuay, monseñor Pólit hace alto al viaje para almorzar cerca de la laguna de Culebrillas, donde reflexiona sobre la necesidad del ferrocarril para unir los pueblos del trayecto con el norte del país y la costa. La siguiente ruta es El Tambo, en la provincia del Cañar, a donde llega el jueves 23 al declinar la tarde, para proseguir al otro día, luego de oficiar una misa, rumbo a Biblián, escoltado por una multitudinaria muchedumbre. Antes de llegar a esta población, una delegación del Comité de Caballeros, presidida por Alberto Muñoz Vernaza, ha ido a recibir al prelado y le acompaña en el trayecto, que se interrumpe en el sitio llamado El Tambo de Mosquera, donde un niño le sale al paso para recitarle un mensaje que termina con la frase “¡Hosanna, Bendito sea quien viene en nombre del Señor!”, mientras sus compañeros cubren con una alfombra de flores el camino.
 
   Esa misma tarde, luego de bendecir a la multitud reunida al pie de la basílica de la Virgen del Rocío, empinada en una loma sobre la población, el viaje prosigue hacia Azogues, donde desborda  la euforia de las autoridades y pobladores ante la presencia del personaje. El Presidente del Concejo, Octavio Cordero Palacios, al entregarle un Acuerdo, le dice que “los hijos de las dos provincias azuayas se felicitan cordialmente del alto honor de teneros a la cabeza de su principado espiritual”.
 
   El sábado 25, al medio día, salió de Azogues luego de presidir celebraciones religiosas en el templo principal y recibir obsequios y homenajes. En Chuquipata, el último poblado de la provincia del Cañar, permanece una hora recibiendo saludos y visitando el templo, antes de partir hacia tierra azuaya, en la hacienda La Victoria, cerca al río Déleg, donde una muchedumbre de cuencanos le espera con ansiedad. Miguel Cordero Dávila, a nombre del Comité Pólit, se expresa en los siguientes términos: “Un pueblo honrado, dócil y creyente sale a arrodillarse en vuestra presencia, para rendir el social homenaje de su acatamiento a vuestra sagrada persona, y para conduciros en triunfo a vuestro digno trono episcopal”.
 
   Hacia las tres de la tarde, el Obispo pisa tierra azuaya. La crónica de Luis Cordero dice que “no hay ponderación que baste a expresar el entusiasmo casi frenético de las inmensas multitudes apiñadas a uno y otro lado de la vía; el sinnúmero de arcos y colgaduras de brillantes y variados colores, que festonaban todo el trayecto; la superabundancia de flores, que, de una y otra margen, se derramaban en el camino; el estupendo tropel de más de un millar de jinetes, que abrían vertiginosa marcha; el incesante repique de varias campanas traídas al efecto y colgadas provisionalmente de las gruesas ramas de frondosos árboles; el aflujo de sucesivas caravanas y gran gentío a pie, por los valles y colinas próximos; el bullicio y atropellado empeño de las multitudes por acercarse a conocer al nuevo personaje; el religioso afán con que cada entusiasta grupo se arrodillaba, para ser bendecido, y la tumultuosa algazara que resultaba de todo ello…” 
 
   Ya en tierra azuaya la muchedumbre había crecido con gente “ocupada en verter a manos llenas un verdadero diluvio de campesinas flores, como sencillo, pero cordial tributo al prócer que bendecía y pasaba”, dice el relato de Cordero, destacando que ya no era posible detenerse en lugar alguno sino dejarse llevar al vuelo hasta la hacienda de Machángara, de Hortensia Mata, el último descanso del Obispo y su comitiva de cincuenta jinetes que no dejaban de escoltarlo. Al ingresar el prelado despidió, con su bendición, a la multitud que venía acompañándolo. Aquí fue el gran banquete de bienvenida, cuyo ofrecimiento, a nombre de Hortensia Mata, lo hizo su hijo político, Roberto Crespo Toral, a quien siguieron discursos de Julio Matovelle, León Piedra y Alberto Muñoz Vernaza, y un poema que Luis Cordero lo había expresamente preparado para la ocasión.
 
   La triunfal entrada a Cuenca fue al día siguiente. “Aunque se acumulasen todas las pasadas demostraciones, desde las de Tixán y Alausí, hasta la penúltima, no equivaldrían, sumadas, a la enorme, por no decir monstruosa, de este domingo 26 de enero de 1908. Nos faltan expresiones con que bosquejarla, cuando menos, pues describirla es imposible”, sería el testimonio de Luis Cordero.
 
 
Una multitud participó en los actos de posesión del obispo Daniel Hermida, que sucedió a Monseñor Pólit el 9 de noviembre 1919
 
 Desde la Quinta de Hortensia Mata –donde está hoy el Batallón Militar Cayambe-, el trayecto hasta Cuenca se había colmado de gente a los costados de la vía aún de herradura para llegar a la ciudad, con una pequeña escala en el templo de San Blas, desde donde el Obispo siguió en desfile multitudinario, sobre el piso cubierto de flores, hasta la vieja Catedral, bajo arcos de ramas y flores, acompañado por bandas de música y repiques de campanas. La Catedral fue reducida para la multitud que se aglomeró ansiosa en los espacios próximos, para al menos estar cerca del personaje enviado por Dios a Cuenca después de tantos años sin la dirección de un pastor espiritual.
 
   Los días y semanas siguientes continuarían los homenajes, discursos, veladas de cultura y arte, banquetes y más manifestaciones de afecto y reverencia al Obispo. Representantes de entidades culturales, de comerciantes, de planteles educativos, fueron a expresarle parabienes a la autoridad eclesiástica y darle obsequios, algunos alusivos a situaciones y temas de actualidad, como el del sector comercial, que puso en sus manos una tarjeta de oro con artístico relieve de un ferrocarril sobre las rieles, la gran aspiración de los cuencanos de entonces.
 
   Manuel María Pólit presidiría la Diócesis de Cuenca hasta 1919, cuando fue nombrado Arzobispo de Quito, que lo ejerció hasta morir, en 1932.
 

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