La historia tiene en suspenso al lector de comienzo a fin, sobre el policíaco caso investigado por el propio sindicado en un crimen que supuestamente no cometió. La novela Cabalgata Nocturna, de Eliécer Cárdenas, publicada por Editorial El Conejo, aparte de sus méritos literarios, se presta a las más libres y variadas interpretaciones sociológicas, políticas, jurídicas, históricas y al análisis de los críticos.
Desde lo alto de una de las colinas alrededor del valle, Rogelio Averos miraba abajo, con sentimientos encontrados, la hacienda Río Chico, de sus antepasados, así como el camino sinuoso de la cabalgata nocturna de los jinetes invitados por Benedicto Chamba, el nuevo rico que se hizo dueño de la antigua propiedad de tiempos coloniales.
Averos, unido de sangre a los antiguos propietarios porque su bisabuelo preñó a una sirvienta, que era su abuela, acabó por prender nerviosamente la bengala cuya ráfaga sería la señal de algo que ignoraba, pero creyó le evitaría complicaciones porque días antes, al inaugurarse el lujoso hostal que remplazó a la hacienda, un falso guardia de seguridad que le vio por las pantallas de seguridad travesear la caja fuerte oculta tras de una pintura, le obligó a que la encendiera para no acusarlo de intento de robo.
Víctor Robledo, descendiente legítimo de los antiguos dueños, fue herido de muerte a cuchillazos cerca al sitio donde relampagueó la bengala por la que Rogelio, incriminado, decide desovillar los cabos sueltos, intrigas, amores, rencores y ambiciones que enredan a los antiguos y nuevos propietarios. Él, ingenua víctima, es implicado en artimañas judiciales por las que confiesa su abogado que “es más fácil defender a un culpable que a un inocente”.
Ketty, la esposa del nuevo rico, le había ofrecido un alazán de pura raza a Víctor para la cabalgata, y un sombrero blanco para que fuese muy visible en la noche. Además, días antes le había dado un regalito traído del Japón, dentro del cual un lacónico mensaje le pedía no apareciera más por su propiedad, sin explicarle por qué. ¿Había entre ellos una amenazante trabazón de amores y celos?.
En la inauguración de la hostería, Víctor, que muchos favores debía a Benedicto, no pudo negarse a oficiar como maestro de ceremonias, contratado vanidosa y quizá ofensivamente por el nuevo dueño de la propiedad que fue suya, y la recorrió con los invitados, contándoles la historia de la casa con sus salas, las obras de arte, áreas de recreación y espacios distinguidos.
Víctor y su hermana Rebeca, millonarios en decadencia, se habían endeudado hasta la coronilla con Benedicto Chamba. Ella, por quien Benedicto ardía en una pasión aparentemente no correspondida, utilizó esta debilidad para acumular las deudas impagables y mantener el prestigio social venido a menos. Ketty estaba segura de que la hermana de Víctor “se había acostado con mi marido”, pero también estaba segura de que él, por algo que no contó a Rogelio, estaría siempre a su lado.
Eliécer Cárdenas E. |
Pero ¿qué tenía que ver el robo de la caja fuerte con el asesinato de Víctor?. La intriga va más allá de las investigaciones de Rogelio Averos, pues lo que queda son suposiciones: ¿Katty, la mujer de Chamba, que habría tenido amores con Víctor y por alguna razón quería acabarlos, decidió castigarlo por desobedecer la orden de que no volviera por sus predios y a alguien se le fue la mano en la golpiza, causándole la muerte?
Averos, sobre quien más recaen las sospechas del crimen, parece interesado más que en probar su inocencia, en indagar como prolijo detective las intrigas y suspensos en torno al asesinato. Un día se arma de valor y de un revólver para sorprender al falso guardia en el domicilio de su supuesta amante y cómplice, pero ni siquiera le pide su nombre para denunciarlo y defenderse, contentándose con cerciorarse de que fue él quien vació la caja fuerte a órdenes de una mujer de ojos claros cuyo nombre ignora y cuya descripción coincide con la fisonomía de Rebeca Robledo, la ambiciosa hermana de Víctor, herederos los dos de la querencia de la que apenas les han quedado recuerdos infantiles.
En cierto modo, es el regreso de la permanente reflexión sobre si el principal compromiso de los escritores hoy es con el arte mismo o con nuestra realidad, tan acosada por la crisis y tan quebrantada en sus ideales. Eliécer Cárdenas tiene resuelto hace tiempo esta cuestión y se mantiene insobornable en esa línea de escritor comprometido, por más que el término hoy esté hasta cierto punto desacreditado. Pero lo cierto es, todo lo contrario, que nunca como ahora es el momento para que la literatura refleje lo que podemos llamar un “humanismo solidario”
Carlos Pérez Agustí, crítico literario
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Las suposiciones flotan hasta el fin de la historia. El nuevo rico, prematuramente envejecido por la enfermedad incurable, sabe de ese algo que le une indisolublemente a la esposa: el hijo que lleva en las entrañas y supone también que es hijo suyo, quien heredará con su madre la gran hacienda y la fortuna que acumuló, desde la adolescencia, cuando decidió no hacer en su vida más que dinero, sustento de la prestancia social, los aplausos y la amistad de los hombres y mujeres de su entorno.
La historia termina sin esclarecer quién y por qué mató a Víctor Robledo, dejando la intriga, el suspenso y la incertidumbre en torno a Cabalgata Nocturna, reciente novela de Eliécer Cárdenas, que tampoco da cuenta de la suerte final de Rogelio Averos, ingenua víctima expuesta a las veleidades de la Justicia. En el suspenso y la intriga está, precisamente, el logro literario que alcanza esta obra policíaca del prolífico y polifacético escritor ecuatoriano. (RTE)