Por Alba Luz Mora
La Cultura, en su máxima denominación de nuestra lengua, como la suprema manifestación del espíritu de un pueblo, estaría librada a una especie de sojuzgamiento central, que demandaría todo el tiempo, logros y avances que hagan realidad sus concepciones filosóficas y culturales impuestas por el modelo político vigente
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La Casa de la Cultura Ecuatoriana, creada por Benjamín Carrión en 1948, fue la concreción de un sueño que tuvo su fundador, cuando después de una estadía diplomática prolongada en México, pudo advertir cómo las autoridades de ese país alentaban y hacían el seguimiento indispensable a los inagotables signos culturales del pueblo mexicano, en un gran territorio y múltiples centros de manifestaciones originales y a la vez diversas, que habían hecho de ese país un gran semillero de artistas ,por vocación, y protagonistas de aquello que reunieran todos y cada uno de los pueblos mexicanos: basto emporio de tradiciones sobrevivientes por muchísimos años y fuente del surgimiento de artistas cuyo nombre ha vibrado en el ámbito de esa nación y del continente americano.
Al regresar de México al Ecuador, Benjamín Carrión traía en su imaginario y no imposible realización, el planteamiento de establecer en Quito, capital del Ecuador, un gran centro de estímulo para escritores, artistas y gente de cultura, que sopesaría los entornos de cada una de las manifestaciones regionales y se constituiría en el motor que hiciera realidad, siempre adelante, los grandes sueños de tantos personajes de la cultura ecuatoriana, que requerían de un apoyo efectivo y de los estímulos que demandaban tantos valores de nuestra Literatura y del Arte.
El gobierno del Presidente José María Velasco Ibarra, sensible a esta preocupación de Carrión y considerando lo escaso que era el patrimonio aún no detectado en nuestras tres regiones naturales, accedió a las sugerencias y peticiones, y mediante el Decreto Supremo 707, del 9 de agosto de 1944, creó e inauguró la Casa de la Cultura Ecuatoriana, regulada por los Estatutos que la misma Casa expidió y la personería jurídica correspondiente, con secciones que atenderían todos los planteamientos y demandas de los ecuatorianos preocupados del hacer cultural, en aras de su promoción y posterior acercamiento a otros países de la región y del mundo. La finalidad era hacerse conocer y, mutuamente enriquecerse con el aporte de los pueblos hermanos y de aquellos conglomerados de otros continentes que, con el tiempo, establecerían intercambios que recíprocamente enriquecerían el ámbito cultural sin limitaciones ni políticas negativas.
Así ha permanecido la Casa de la Cultura, bajo diversos gobiernos y sucesivos dirigentes, escogidos entre lo mejor de nuestros valores nacionales. Ha sido el referente necesario para quienes llegaban al Ecuador y querían averiguar sobre el desenvolvimiento del ámbito cultural,
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en pos de conocer obras y valores humanos, que han traspuesto el dintel nacional y llegado a todos los continentes. Su existencia ha deparado convenios e intercambios entre los diversos estados de América, Europa y territorios más lejanos. A ello ha contribuido la cooperación de los diferentes gobiernos que han pasado estos últimos cincuenta años, en mayor o menor grado, las actividades que las diferentes Secciones de la Casa de la Cultura han realizado y las posibilidades de efectuar intercambios sobre todas las manifestaciones auténticas de nuestro pueblo y su difusión en otros ambientes interesados en el conocimiento del talento y alma ecuatorianos.
Por ello, cuando el trajinar cultural nos ha dejado realizaciones y conquistas invalorables, surge un planteamiento nuevo por parte de los asambleístas de la Comisión de Cultura del Gobierno Nacional, que “trata de borrar de un plumazo la autonomía de la Casa de la Cultura Ecuatoriana” según el actual Director Raúl Pérez Torres. Ello ha determinado un estado de tensión comprensible en el ambiente nacional y, sobre todo, en quienes dirigen el organismo cultural a nivel provincial y nacional, que persigue conceder autonomía a cada uno de los núcleos de las provincias del Ecuador, cuyos directivos serían quienes planteen y sigan políticas diferentes, y la actual institución matriz únicamente una especie de “coordinadora” de las actividades. Se dice que ya tuvo lugar una reunión nacional, prescindiendo del Director nacional de la CCE. Es decir, una especie de organización con diferentes sucursales provinciales autónomas aunque dependientes de una Ley General que transformaría la organización actual en múltiples organismos autónomos, con formatos diversos según la concepción de sus dirigentes a nivel provincial. Serían empleados del estado, que seguramente obedecerían a una disposición estatal, que influirían en cada uno de las entidades seccionales.
Así, la Cultura, en su máxima denominación de nuestra lengua, como la suprema manifestación del espíritu de un pueblo, estaría librada a una especie de sojuzgamiento central, que demandaría todo el tiempo, logros y avances que hagan realidad sus concepciones filosóficas y culturales impuestas por el modelo político vigente. Y en esta situación ha surgido la discusión sobre en qué consiste la autonomía, cuáles son sus virtudes y defectos. El nuevo Proyecto de la Ley de Cultura, que está por discutirse y aprobarse en la Asamblea Nacional, nos plantea a los ecuatorianos una situación expectante y preocupante de cómo se quiere en cierta manera orientar y dirigir las actividades de este ámbito, que son el vivo reflejo del espíritu nacional y de sus orientadores.
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