Por Marco Tello

Marco Tello

Cualquier exégeta de la puntuación sabe que la escritura es la representación espacial de un fenómeno que se da en el tiempo y que, en consecuencia, una y otra dimensión se corresponden a modo de vivencias simultáneas, solidarias, cual el alma y el cuerpo


En una época en la cual la intercomunicación ha trascendido las limitaciones del tiempo y el espacio, parecerá un disparate ocuparse de los signos de puntuación y correr el riesgo de ahogarse en un vaso de agua.
 
   El asunto ha cobrado interés debido a un proceso legal en el que entró en juego un punto y coma utilizado en el título de una información periodística. Desde luego, el tema de la puntuación desvelaba quizá más de la cuenta a profesores medio ocres que hoy prosperan en la antesala del descanso eterno.
 
   Si la tecnología de la comunicación ha decantado la vigencia de ciertas normas y ha facilitado el ejercicio de la escritura hasta el punto de que un interlocutor (el texto escrito, sostenía Saussure, es también un acto del habla) puede confiar la elaboración del mensaje no a la actividad mental sino a las destrezas digitales, ¿conservarán vigor signos que en la escritura representan variaciones de la entonación?
 
    Claro que sí. Basta pensar en la utilidad que proporcionan, para el ejercicio de su ministerio, a los celadores de la redacción periodística. No se vaya a creer que ubicar una coma, un punto y coma o unos cuantos puntos suspensivos basta para que el sentido fluya como miel sobre hojuelas; no. Cualquier exégeta de la puntuación sabe que la escritura es la representación espacial de un fenómeno que se da en el tiempo y que, en consecuencia, una y otra dimensión se corresponden a modo de vivencias simultáneas, solidarias, cual el alma y el cuerpo. Es bueno que así sea para el buen vivir y convivir, puesto que el dominio de tan velado secreto del oficio eleva al celador a la categoría de censor. Después de todo, en la pequeña gran historia de la aventura humana, anduvieron siempre juntos celadores y censores.
 
   Jornadas de vigilia asistidas por nociones de orden fonético y fonológico habrán llevado al celador a aceptar el texto escrito como una representación gráfica de la expresión oral. Esto querría decir que se puntúa conforme raudamente se piensa y se entona; y, a la inversa, se entona conforme pausadamente se puntúa. En años no distantes, cuando la vida no se reducía 
 
a cifras, a fórmulas, a siglas, aquella ejercitación resultaba muy útil para el entendimiento.
 
   Por otro lado, al ser fisiológicamente imposible que un ser humano en estado normal hable sin parar, es necesario que detenga la espiración, haga pausa, retome aire y continúe. No todo el género humano posee la habilidad de hablar sin dar tiempo a que el aire aspirado oxigene el pensamiento. De allí que la unidad oracional tienda a fragmentarse, en la expresión oral, en varias unidades de entonación, de lo cual se colige que los signos de puntuación operan sobre el texto escrito en la forma en que las notas musicales lo hacen sobre el pentagrama. Imbuido de este saber, el celador ha de captar e interpretar la diferencia semántica que establece una inflexión de la voz, necesitada, en la escritura, de esta y no de otra manera de puntuar.
 
   Cuando la voz desciende hasta el tono más grave, ha de intuir el celador que el hablante ha expresado una idea con sentido completo; es decir, ha formulado una oración. Ese descenso ha de marcarse por el punto. Mientras la voz no imprima tal descenso, la oración permanecerá inconclusa; el tono oscilará en un registro más o menos grave, más o menos agudo, permitiendo que en el interior se aloje, en la representación escrita, la discreta variedad de signos, según las exigencias expresivas.
 
    Un tono grave, pero no tanto como el que marca el descenso oracional, es el que le corresponde al punto y coma, objeto de estas cavilaciones. Separa lo que los gramáticos medio ocres llamaban proposiciones. Pero al mismo nivel desciende también el tono representado por dos puntos, lo cual autoriza a que ambos signos se estimen a menudo conmutables, a riesgo de traicionar la voluntad originaria. En el caso del texto periodístico aludido, si la segunda proposición hubiera sido pensada como una absurda e irrespetuosa consecuencia de la primera, se habría escrito: “Gente pide agua: Correa sube el IVA”. No quedó escrito así. Al haber optado por el punto y coma, el redactor estableció –deliberadamente o no- una clara desvinculación semántica entre las dos proposiciones. Si hubiere otra interpretación, ya no requerirá asistencia gramatical ni legal, sino psiquiátrica.

 

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