Por Eugenio Lloret Orellana

 

Eugenio Lloret

La cada vez más grande demografía migratoria le hace imposible poner trabas artificiales o detenerla con muros, como pregona el discurso populista y conservador del virtual candidato por el Partido Republicano, el magnate Donald Trump, obligado por el peso de las circunstancias y la ética política a replantear cualquier asomo de xenofobia

   
   

 

Ninguna nación tiene un sistema político cuyo carácter básico haya permanecido inalterable por tanto tiempo como los Estados Unidos. Sus habitantes han celebrado elecciones presidenciales y legislativas desde hace 226 años y en ese tiempo sólo 44 hombres han ocupado el cargo máximo de la nación. Los partidos políticos del país, aunque no son mencionados en la Constitución, tienen casi la misma antigüedad que ésta. El Partido Demócrata fue formado a principios del decenio de 1830, bajo la égida de Andrew Jackson, por el político magistral Van Buren; el Partido Republicano surgió de manera casi espontánea como reacción a la Ley Kansas- Nebraska de Stephen Douglas de 1854, la cual permitía la esclavitud en los territorios del oeste de los Estados Unidos y ganó las elecciones legislativas de ese año. Ambos han sido los partidos principales desde entonces.

   Bajo la apariencia de continuidad, la política estadounidense – y la vida en los EUA – ha cambiado desde luego vertiginosamente. La nación de tres millones, en su mayoría colonizadores ingleses, que eligió al primer Presidente en 1790 era muy distinta de la nación continental de casi 322 millones de habitantes en 2016. Mas en concreto, los Estados Unidos de ahora son una nación muy diferente de la que lanzó la invasión el Día D de 1944 o de los Estados Unidos que, sin saberlo, se embarcaría en la guerra de Vietnam en 1964. La nación actual tiene más población, es mucho más rica, más tolerante de la diversidad, económicamente más entrelazada con el resto del mundo. Su política exterior también ha cambiado, siendo evidente que las reglas que rigieron la política estadounidense en los cuarentas o incluso a mediados de los sesentas ya no están vigentes.
 
   Los Estados Unidos son el único país que ha hecho uso del arma atómica. Eso no se borrará de la memoria de los pueblos. Y aunque su monopolio nuclear fue breve, lo que consiguieron hacer pulverizando Hiroshima y Nagasaki trae la pregunta de lo que sería capaz de hacer, a fin de cuentas, Donald Trump, si ganaría la Presidencia de los Estados Unidos.
 
   Al cambiar el carácter esencial de los EUA, de su pueblo y de su identidad racial, la inmigración 
 

espinas de miel en el corazón./” , que en decir de Osvaldo Encalada significa “la actitud de respeto, de amor, de veneración hacia la tierra aunque para muchos sea amargo y duro. Siete espinas de miel en el corazón, nos muestra ese sentimiento tan ambivalente de los ecuatorianos, de sentir a la Patria con dolor, como herida intensa en el corazón, lugar donde la tradición sitúa el domicilio de los afectos. Pero no solo es dolor, es también miel, aunque la gota de dulzura esté en la punta del puñal con que nos hiere “… la naturaleza.

La mitigación de los efectos del terremoto ha sido enfrentada al correr de los días con una dosis de unidad nacional, el apoyo del sector privado y la presencia múltiple como profesional y humanitaria internacional, el heroísmo de rescatistas y bomberos, así como la acción denodada, sin horario ni fatiga de funcionarios del gobierno con el Presidente de la República a la cabeza y a la que se unieron sin condiciones los gobiernos locales y seccionales del Ecuador.

Ahora la prueba de fuego está por comenzar. Corresponde al gobierno liderar la reconstrucción de ciudades y pueblos, tarea ardua, llena de exigencias entre lo urgente e indispensable en donde el elemento subjetivo de apreciación es muy grande, aun cuando, en todas las zonas afectadas, hay un mínimo de necesidades cuantitativas, objetivas por remediar en materia de vivienda, salud, alimentación, vialidad, regeneración urbana y turismo que desde ahora suscitan expectativas y por ende penosas frustraciones a la hora de administrar la tragedia.

El Estado, a través del Gobierno central, cuya economía interna está quebrada y no cuenta con un centavo para la atención de desastres naturales, ha tomado decisiones económicas que sin ser perfectas – empresa imposible – servirán para enfrentar en parte los costos del proceso de reconstrucción física y de restauración emocional de los pueblos afectados por la furia de la naturaleza.

Múltiples son las asignaturas pendientes: enmendar errores inconcebibles en gestión de riesgos, fijar prioridades, reducir el gasto público. En suma la Patria necesita de rehabilitación. Usted, señor Presidente la necesita también.

 

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