Análisis por: Mario Osava 

“Nunca pensé que tendría que volver a luchar contra un golpe de Estado en Brasil”, aseguró Dilma Rousseff tras ser suspendida como presidenta, el jueves 12 de mayo, antes de abandonar el Palacio de Planalto, sede del gobierno, y fundirse en el exterior en un abrazo con el exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva.

•  RÍO DE JANEIRO (IPS) - Brasil tuvo hasta ahora dos economistas en la Presidencia y los dos son los únicos alejados del poder por procesos de inhabilitación, cuyo trasfondo, paradójicamente, fueron sus fracasos económicos

 

Dilma Rousseff, en el poder desde enero de 2011, fue suspendida de sus funciones de presidenta después que el Senado decidió el 12 de mayo, por 55 votos contra 22, someterla a un juicio político que podrá prolongarse por hasta 180 días.

 
   Durante este periodo su mandato lo ejerce el vicepresidente Michel Temer, quien ostentará la jefatura del gobierno hasta el primer día de 2019 si Rousseff resulta destituida al final del proceso, para lo que se requerirá una mayoría de dos tercios de los 81 senadores, convertidos ahora en jueces, es decir, 54 votos. Los analistas coinciden en que es muy improbable que la suspendida mandataria del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT) recupere el poder, después de sufrir derrotas abrumadoras en los trámites de aprobación del juicio por la Cámara de Diputados, donde 71,5 por ciento votó en su contra, y por el Senado.
 
   El juicio es político, la presidenta será destituida e inhabilitada si dos tercios de los senadores juzgan que existen motivos para ese fallo, con independencia de argumentos estrictamente jurídicos. Probablemente se repita el caso anterior, de Fernando Collor de Mello, elegido presidente en 1989, con 40 años, e inhabilitado en 1992, tras un proceso de solo cuatro meses, basado en denuncias de corrupción.
 
   Pero hay muchas diferencias entre estos dos casos de “impeachment” (impedimento), el término del derecho anglosajón utilizado en la legislación brasileña para definir el proceso de destitución contra altos cargos públicos elegidos popularmente.
 
Rousseff no es acusada de corrupción sino de fraudes fiscales para ocultar en los presupuestos la gravedad del déficit público en los últimos años y cuenta con un apoyo minoritario pero aguerrido, de algunos partidos de izquierda y movimientos sociales capaces de movilizar protestas multitudinarias.
 
    Collor cayó totalmente aislado, con pocos votos de diputados y senadores, apoyado por un micropartido creado para formalizar su candidatura. Su impeachment resultó prácticamente de un consenso. Pero hay también coincidencias: ambos economistas perdieron su piso político por la gestión temeraria de la economía.
 
Collor inauguró su gobierno con una brutal medida para contener la superinflación, bloqueó todas las cuentas bancarias e inversiones, liberando pequeñas sumas para gastos familiares esenciales.
 
   El producto interno bruto (PIB) de 1990 cayó 4,3 por ciento y se multiplicaron el desempleo y la quiebra de empresas. El más joven presidente elegido en Brasil perdió de golpe casi toda la popularidad. Así se cimentaron las condiciones para su inhabilitación al estallar un escándalo de corrupción dos años después.
 
   Con Rousseff el deterioro económico llevó más tiempo. Se evidenció al final de su primer mandato (2011-2014) y se transformó en depresión con la caída de 3,8 por ciento del PIB en 2015, que se repetiría en 2016, antes de una aún incierta recuperación. Subsidios al consumo, reducción de impuestos para “estimular” ciertos sectores, contención artificial de precios de combustibles y de la electricidad están entre las medidas antiinflacionarias o pro crecimiento que condujeron al desastre, especialmente en el área fiscal.
 
Collor y Rousseff también incubaron sus posteriores defenestraciones desde los comicios, donde cometieron el llamado “estelionato electoral”, el fraude en las ofertas durante la campaña. El primero se eligió en 1989 acusando a su oponente, el líder obrero Luiz Inácio Lula da Silva, que solo llegaría al poder en 2003 de la mano del PT, de preparar el bloqueo de los depósitos bancarios, justamente la medida fatal que él, Collor, adoptó en su primer día como presidente.
 
   Rousseff descalificó a sus contrincantes, durante la campaña de su reelección en 2014,  como promotores de un ajuste fiscal que luego ella misma trató de impulsar al iniciar su segundo mandato. Ocultó dificultades de su gobierno y anunció la ampliación de programas sociales inviables por la falta de recursos. Fue un error que ayudó a engendrar el proceso de inhabilitación, admitió el mismo alcalde de São Paulo, Fernando Haddad, dirigente del PT, en una entrevista el 6 de mayo.
 
   La crisis económica ganó dimensiones de tragedia al sumarse el escándalo de corrupción en los negocios petroleros del grupo estatal Petrobras, que ya involucra más de 200 empresarios y políticos, incluyendo al expresidente Lula y otros dirigentes del PT, contaminando así la imagen del gobierno, aunque la presidenta esté exenta.
 
   Ese cuadro hace más eficaz la acusación de que Rousseff violó leyes de responsabilidad fiscal y del presupuesto, al firmar decretos ampliando gastos gubernamentales sin autorización y al obtener créditos de bancos estatales, vedados al gobierno central.
 
Las dos medidas constituirían “delitos de responsabilidad” que justifican la inhabilitación, según la Constitución, y habrían agravado el déficit fiscal, el factor clave de la crisis económica.
 
El defensor de la presidenta, el abogado general de la Unión, José Eduardo Cardozo, y parlamentarios oficialistas rechazaron las acusaciones, arguyendo que los decretos solo redistribuyen recursos por otros rubros y el gobierno solo atrasó pagos a los bancos estatales, no configurando las operaciones de crédito legalmente prohibidas.
 
   Decenas de alcaldes y gobernadores, además de presidentes anteriores, adoptaron medidas idénticas durante sus gestiones y no sufrieron ningún proceso de inhabilitación, acotó el senador Otto Alencar, del Partido Socialdemócrata, cuya mayoría votó en contra de Rousseff.
 
    De todas maneras, el juicio es político. La batalla por la “admisión” del juicio, primer paso del proceso en el Senado, obligó a los 78 senadores presentes a trasnochar, escuchando a 73 oradores hasta 15 minutos, antes de la votación. Solo tres senadores estuvieron ausentes.
 
El resultado, que ya se sabía desfavorable a Rousseff, contempla una indicación crucial para los opositores. Alcanzar más de 54 votos afianzó la mayoría de dos tercios necesaria para condenar a la presidenta.
 
   Pero no es seguro que los senadores que aprobaron el proceso mantengan sus votos en  el desenlace de ese proceso. Por lo menos tres matizaron sus votos, aclarando que solo estaban aprobando la realización del juicio, para que se profundicen las investigaciones y las discusiones sobre las responsabilidades presidenciales, antes de decidir su voto sobre la destitución.
 
Entre éstos están el exfutbolista Romario Faria, senador por Río de Janeiro, y Cristovam Buarque, exgobernador de Brasilia, ambos de partidos socialistas diferentes.
 
   “Habrá lucha” y movilizaciones para impedir la “injusta” inhabilitación, afirmaron tanto senadores del PT como la misma Rousseff que ha reiterado su disposición de resistir “hasta el último día”, lo que califica como un golpe institucional a la democracia. Con el ascenso del vicepresidente, hay concentración de poder en el centrista Partido del Movimiento Democrático Brasileño, que tiene la mayor cantidad de alcaldes, muchos gobernadores estaduales y ahora la Presidencia, interina, además de la jefatura del Senado.
 
   Seis senadores de varios partidos defendieron una alternativa a la “traumática” inhabilitación, la convocación de elecciones extraordinarias para que “el pueblo elija sus gobernantes”.
 
Muchos senadores, como Tasso Jereissati, del opositor Partido de la Socialdemocracia Brasileña, y Collor, el primer inhabilitado, defendieron una reforma política, ya que el “presidencialismo de coalición” actual demostró ser fuente de crisis e inestabilidad.El juicio de Rousseff es una oportunidad para debatir reformas en el sistema político.
 

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