Por Julio Carpio Vintimilla

 

 En definitiva y en general, se cree que hay que pensar en grande: acuerdo nacional, inmigración conveniente, actualización económica, política urbana futurista; modernización del estado, del gobierno, de los partidos, de la administración pública…      
 
 
 
 
Tuvimos suerte! -- Oímos decir a alguien el día en que Mauricio Macri ganó la elección presidencial de la Argentina. Quizás, tenía mucha razón. Es que fue un triunfo muy ajustado… (Menos de dos puntos porcentuales sobre la votación de Scioli.) Y, si éste triunfaba, la prolongada pesadilla del populismo izquierdista -- esa esperpéntica mezcla de feudalismo y estalinismo (Julio Bárbaro) -- iba, de una u otra manera, a continuar. Y el peligro de la venezolanización… Por eso, más de medio país sintió un gran alivio. De pronto, se respiró otro aire; el aire de la libertad… Pero, -- a pesar de todo -- continuaron las preocupaciones de los sectores moderados. Es que los kirchneristas -- malos perdedores -- habían anunciado, desde antes, que harían una cerrada resistencia. ¿Resistencia? ¿Cómo? ¡No estamos en guerra! ¿No debieran hacer nada más que una honrada oposición?  Claro… Mas, ocurre que ellos -- siendo, como son, dictatoriales y hasta totalitarios -- no podían entender que la gente decidiera reemplazarlos… La alternancia no está en su credo; y, ciertamente, tampoco, en sus perspectivas… (Pensaban que habían empujado la historia hacia delante y para siempre; y que no se podría dar marcha atrás…) Se preguntaban: ¿Cómo estas gentes ingratas -- los electores -- se entregan, precisamente, a sus enemigos? ¿Cómo nos abandonan, si nosotros somos sus genuinos representantes; si hemos hecho tanto por ellas… Y concluían: ¡Traición!  Solapadas maniobras de nuestros enemigos del interior y del exterior… Se olvidaban, por supuesto, --  son, también, sectarios, excluyentes, acríticos -- de las vigas de sus ojos: el caudillismo, el destrozo de la república, la coacción a la prensa, la increíble ineficacia, la galopante corrupción… 
 
    Entre otros efectos, el triunfo de Macri mostró la polarización del país. A propósito, se oyeron, por ahí, ciertos  apresurados  y exagerados  diagnósticos: Uno. Por un lado, están los que piensan con la cabeza; por otro, los que piensan con las tripas. Dos. Por un lado, está la democracia; por otro, la cleptocracia… Pero… ¿No hay, en este par de opiniones, demasiado simplismo, demasiado extremismo, demasiado radicalismo? Cierto… Entonces, había que matizar. Estaba, desde luego, por una parte, la mitad de los votantes que suele conducirse con un cierto grado de conocimiento, de discernimiento y de civismo; y, por otra, la que se maneja -- o, más bien, es manipulada  -- con los sentimientos elementales, los prejuicios y los engaños. (El odio, el miedo y la esperanza; la preferencia por los pobres, la superioridad moral de estos; los derechos sin obligaciones…) Es decir, he ahí, -- bien mostrada -- la trágica división que suelen crear y alentar los populismos; lo que, en estas tierras australes, se denomina, hoy, gráficamente, LA GRIETA. ¿Y ella ha sido la obra de Kirchner y Cristina? No; no sólo de los dos. Unos cuantos días después, los historiadores ya estaban explicando que la honda partición era un viejo hecho; que pertenece al originario “ADN” nacional… (Realistas e independistas; bárbaros y civilizados; criollos e inmigrantes; conservadores y radicales; peronistas y antiperonistas… Para no hablar de los porteños y los provincianos; los centrales y los periféricos; y aun -- bastante elemental, metafórico y expresivo -- los hinchas de Boca y los de River…) Vaya… Pero esto, en realidad, no es tan raro; es, en el fondo, lo que ocurre en cualquier lugar del mundo. Sí y no. Sí; porque los seres humanos son bastante parecidos. No; porque aquí se suele extremar la división; hasta el punto de llegar a un faccionalismo rompedor y destructivo. (Ya se sabe cómo y con qué: Personalismo, viveza criolla, civismo deficiente, indisciplina, arbitrariedad, anomia…) Y, además, por las especiales formas: Las particiones argentinas son claras, notorias, patéticas… (Ernesto Sábato contó, una vez, que, -- cuando los intelectuales progresistas celebraban la caída de Perón -- las empleadas domésticas, que los atendían, lloraban en la cocina…) Divididos, ¿por  qué? ¿Por la complejidad del país? ¿Por la adolescencia civil? ¿Por el empecinamiento de tantos? ¿Por unas confusiones de sentimientos? ¿Por  ser una tierra de locos -- como diría Ernesto Tenenbaum?
 
     Al grano. Hay que curar, aquí, una imponente docena de males. Esos que van desde el deterioro de infraestructura del transporte hasta la moral pública y el civismo relajados. Pasando, desde luego, por la educación venida a menos y las adulteradas instituciones democráticas. (Y-- sobre la marcha -- ¿cuándo será la Argentina un país verdaderamente federal?) Esto es, claro, una tarea titánica. La sola economía resulta, para comenzar, un problema muy abultado. (Desocupación, falta de trabajo genuino, desconfianza de los ahorristas, inflación, deuda, falta de inversiones, desindustrialización, incierto derecho de propiedad, recuperación de lo robado, impuestos inadecuados…) Y, luego, -- y principalísimo -- habría que encarar, pronto, el problema demográfico: El país va teniendo -- en sus clases media y alta -- una población envejecida.Y si no fuera por los migrantes de los países vecinos… (Sencillo: El gran territorio -- el octavo del mundo -- sigue semipoblado; y, desde luego, ningún país  puede ser vigoroso sin los suficientes pobladores…) En definitiva y en general, se cree que hay que pensar en grande: acuerdo nacional, inmigración conveniente, actualización económica, política urbana futurista; modernización del estado, del gobierno, de los partidos, de la administración pública… En otras, -- viejas y mayores palabras -- habrá que recuperar el espíritu alto, constructor y positivo de los formadores de la nación; volver al sueño argentino…Y, si tal cosa se hace, -- como ha dicho Macri, deportivamente hablando -- los argentinos serán imparables…Y, si no, lo malo y usual…
 
 
El progreso argentino se detuvo allá por los años treinta del pasado siglo. Mucho tiempo,  perdido, desde entonces… 
   Y, lo dicho, bien se puede resumir en una sola y contundente frase: Hay que parar la decadencia del país. Y, en este punto, se debe señalar una gran omisión. Los políticos no han reparado, aún, en algo que los dichos y mismos historiadores están señalando hace ya bastante tiempo: El progreso argentino se detuvo allá por los años treinta del pasado siglo. Mucho tiempo,  perdido, desde entonces… Y, en tales fechas, comenzó la decadencia. (Es una lástima… Ellos -- los políticos -- se han acostumbrado a mirar, de preferencia y casi con exclusividad, las encuestas de opinión; y no se preocupan del bueno y significativo debate nacional. ¿Inmediatismo neto…?  Claro…) En otras palabras: ¿Hubo, aquí, una trágica involución? Sí, señor. Y ésta ha sido la mala obra de todos: políticos, militares, empresarios, educadores, intelectuales, obreros… Todos fueron mediocres y rutinarios; todos son, aún, cortos de vista y carentes de objetivos… Y, siendo así, -- se razona -- todos debieran asumir ya sus culpas; y hacer, después, las correcciones debidas. (Y, por cierto, no corresponde esperar que los gobiernos centrales solucionen la problemática general del país. Simplemente, no pueden hacerlo…) Y, desde luego, deben dejar que funcione bien la sociedad civil. Se dice: No nos olvidemos que fueron precisamente ellos,  -- los gobiernos que se creyeron todopoderosos; y asumieron, muy oficiosamente, el paternalismo voluntarista -- los actores principales de la tragedia argentina.
 
      Concluyamos. ¿Será verdad aquello de que todos los argentinos son peronistas? Quizás, sí;  por la tendencia nacional a la superficialidad y a la reducción. (Con las grandes y debidas excepciones: Borges y un buen grupo de mentes destacadas e ilustradas…)  Es que, durante muchas décadas, la gran mayoría  de la gente sólo vio un par de tópicos de moda: la justicia social y el nacionalismo. A favor o en contra… Una estrechez política y una evidente  cortedad de ideas; un lamentable empobrecimiento. (La suprema muestra del fenómeno: Los intelectuales kirchneristas; que defendieron hasta la corrupción…) El primero explica el Peronismo: Justicialismo…; tendencia a la justicia; escaso, fofo, liviano; populismo mondo y lirondo… El segundo, explica el antiyankismo: muy amplio, resentido, contradictorio y lleno de frustración. Y, ambos, explican el aparecimiento de personajes como El Che Guevara, Pérez Esquivel, el Papa Francisco…; tan argentinos, tan reivindicadores, tan anticuados; y, tan antiliberales… Y, también, la presencia de la “derecha torcida”; tan elemental, tan reaccionaria…  Se debe, pues, -- se remata -- decirle basta ya, a tal limitante. A otra cosa, a cambiar, a actualizarse… Miren… Ahí está, ahí nomás, un mundo muchísimo más ancho y prometedor que el espacio que delimitó Perón; y, también, que ese otro -- de sólo aparente vastedad -- de los campos de la pampa mía…

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