Por Julio Carpio Vintimilla

 

     El ministro Cordero Tamariz propuso, en un discurso, que se pusiera el rostro de Velasco en el escudo nacional; nada menos que en lugar del cóndor… Al día siguiente, -- en plena resaca -- el ministro debió escuchar una reprimenda inolvidable: Señor, la miel se da por cucharitas. Usted me la ha dado por cántaros… Renuncie, señor…
 
 
 
Se cayó El Loco!  ¡Se cayó de coco!  (De espalda.) Eso gritaba, satisfecha y eufórica, la gente de Cuenca, aquella clara mañana del 4 de Noviembre de 1961. Alguien agregaba: ¡Ay, qué lindo! (El estribillo del payaso, de un circo, que, en tales fechas, se presentaba en la ciudad.) ¿Qué estaba ocurriendo? Pues, que una imponente manifestación política se había autoconvocado -- el verbo que hoy se aplica a las marchas espontáneas -- en la plaza de San Blas. (De allí, avanzó, por la calle Bolívar, hasta la plaza de San Sebastián; y, luego, dobló por la Montalvo, la Gran Colombia y la Luis Cordero; para, finalmente, disolverse en el Parque Calderón.) En las últimas horas del día anterior, -- después de unas recordadas refriegas callejeras en  Cuenca y muchos disturbios en el resto del país -- el “dictador” Velasco Ibarra había debido renunciar. Carlos Julio Arosemena -- el vicepresidente -- asumió el mando en forma provisional… Siguió algo extraño: La gran marcha resultó ser una alegría de pobre… Y la prueba de esto se dio la misma noche del mismo día. Unos dolidos velasquistas -- que durante la tarde se habían estado consolando al estilo Jalisco -- irrumpieron en el dicho Parque Calderón  al grito de ¡Quinto Velasquismo!, ¡Quinto Velasquismo! (Se contaba que José Edmundo Maldonado -- posteriormente, un conocido periodista cuencano -- estuvo en la  reducida, pero muy significativa manifestación.) Y, claro, pocos años después, El Gran Ausente retornaba, otra vez en triunfo, desde su usual exilio de Buenos Aires. Más de lo mismo: Aun a los 84 años, sus partidarios le ofrecieron el Sexto Velasquismo; que él no aceptó, por la poderosa fuerza mayor de su ancianidad…

   El anecdotario velasquista es muy rico.  Ejemplos. Los miembros de las viejas guardias ecuatorianas aún recuerdan aquello de ¡Los Sapos con Velasco!  Fue cuando el caudillo -- molesto por el doble sentido de la aclamación; podía significar también los vivos, los sinvergüenzas… -- les reprendió a sus partidarios: ¡El Triunfo con Velasco, señores! Si yo gano, cambiaré el nombre de este pueblo. (Lo hizo. Y, hoy día, la ciudad situada en una confluencia de ríos del bajo cantón Cañar -- la antigua Boca de los Sapos -- se llama efectivamente El Triunfo.) / Dos décadas antes. Éramos niños, cuando la propaganda de la campaña velasquista decía: Con Albornoz, (candidato liberal) ni azúcar, ni arroz…; con Velasco, un gran churrasco… No hizo falta que llegaran las elecciones de Junio de 1944. Unos días antes, se vino La Gloriosa; y Velasco entró, luego, en Quito, como un milagroso salvador. Pero, ¿será necesario decir que el gran churrasco para todos nunca se sirvió? (Explicaciones. Una. El muy viejo dicho de yo te lo ofrezco y tú buscarás quién te lo dé… Dos. Más adecuada al caso. Al contrario de Correa, -- quien gusta de la comida fina y popular -- Velasco era frugal. (Y era, en todo, un hombre austero.)  Por lo tanto, los suculentos churrascos estaban, muy probablemente, fuera de sus magros menús. Ergo: Una vez en el poder, el caudillo los olvidaba muy fácilmente…) / Más lejos. En Panamá, -- durante una cumbre presidencial americana -- Velasco les habló a sus ilustres colegas nada menos  que por 36 minutos. (Incluidas las usuales alusiones a Bolívar.) El protocolo de la ocasión había asignado nada más que 5 minutos a cada mandatario. (Muy sobrio, Eisenhower -- entonces Presidente de los Estados Unidos -- habló solamente unos tres minutos….) / En otra ocasión, Velasco bajó de Quito a Guayaquil, para recibir a Fidel Castro. Y -- casi seguramente, con sinceridad; porque Velasco tenía un neto temperamento dictatorial y era un poco antiestadounidense -- habló en forma elogiosa de la Revolución Cubana. Rápido de reflejos, y con su típico desparpajo caribeño, el Líder Máximo le observó: Chico, si tanto te gusta la revolución, ¿tú por qué  no la haces aquí…?


Momumento a Velasco Ibarra, en Quito, exhibe al personaje en un balcón y con el dedo característico en sus discursos.
      Las obras del caudillo. Velasco tuvo siempre una obsesión con la vialidad. (Más en los deseos que en las realizaciones. Porque, por desgracia, no sabía administrar.) Se cuenta, al respecto, que cabalgaba, -- después del golpe del coronel Mancheno Cajas -- por un camino rural, en dirección a una hacienda cercana a Quito. (Lo conducía una patrulla militar; y él iba en silencio, sumido en sus pensamientos.) Una pobre mujer -- que había sabido del derrocamiento por la radio -- le preguntó: ¿Y, ahora, qué hacemos, doctor Velasquito? La automática respuesta del líder fue: ¡Carreteras al Oriente! / Una famosa. El ministro Cordero Tamariz -- con abundantes copas de licor entre pecho y espalda -- propuso, en un discurso, que se pusiera el rostro de Velasco en el escudo nacional; nada menos que en lugar del cóndor… Al día siguiente, -- en plena resaca -- el ministro debió escuchar una reprimenda inolvidable: Señor, la miel se da por cucharitas. Usted me la ha dado por cántaros… Renuncie, señor… / Una lamentable. Cierta vez, -- desde la torre de control del aeropuerto de Quito-- Velasco dirigió, personalmente, la recuperación, en Tumaco, Colombia, de un avión de la Fuerza Aérea secuestrado por un grupo subversivo de izquierda. (“Hazaña” sólo igualada cuando Febres Cordero decidió dirigir, en la misma forma, en Guayaquil, el rescate del banquero Isaías.) Una curiosidad. En su departamento de Buenos Aires, Velasco solía recibir a los ecuatorianos que estaban de paso por ahí. Y lo visitaban hasta aquellos que no eran sus partidarios… En fin.

   Casos y detalles menos conocidos. En un confuso episodio, una señora -- de la clase alta de Cuenca -- le había dado a Velasco un sonoro bofetón… Ocurrió en los elegantes salones de un céntrico club. / En un hotel de la misma localidad, un irrespetuoso político opositor -- quizás también con algún trago demás -- le propinó a Velasco un minuto de “marcha forzada”. (Travesura estudiantil que consiste en tomar al burlado por la parte superior trasera de su pantalón, haciendo fuerza hacia arriba; y empujarlo, luego, un poco, hacia delante, para que se mueva incómodamente en puntillas…) En medio de la risa de los presentes, el edecán y la guardia habían debido intervenir. Incalificable ridículo, para un hombre tan tieso y tan serio, como era el gran populista quiteño; El Profeta… / Se habló bastante de este par de excesos. Pero, por supuesto, nosotros no podemos dar fe de ellos. Sí podemos, en cambio, hacerlo, por lo menos en un caso. Trasmitíamos -- en La Voz del Tomebamba -- el discurso que, en la campaña del 60, daba el caudillo, en el balcón esquinero del segundo piso del Hotel París, de la misma y ya citada ciudad. Allí, pudimos admirar,  muy de cerca, su forma oratoria: bien lograda, matizada, expresiva, vigorosa… (Que contrastaba, en cambio, notablemente, con su fondo: muchas temáticas pobres y, hasta, populacheras.) Palabra más, palabra menos: Han dicho, por ahí, que el doctor José María Velasco Ibarra es un enemigo de la Virgen del Quinche… (Siguió la usual retahíla de calificaciones, negativas y despectivas, endilgadas a los murmuradores. De paso. Velasco solía autorreferirse, con su título de abogado, sus dos nombres y sus dos apellidos. El ego… Y --  decían -- que se molestaba visiblemente cuando la revista LA CALLE lo llamaba “el Pepe Mery”; y los comunistas, de EL PUEBLO, lo nombraban, simplemente, como “el dictador José Velasco”. Y -- se añadía -- que se disgustaba más por los nombres alterados u omitidos, que por las críticas que traían las dichas publicaciones…)

   Doble final. Velasco falleció en 1979. Fue enterrado en el cementerio de San Diego, en el centro de Quito. Un funeral multitudinario; miles y miles de personas. Buen número de ellas bebía; para “mojar las penas”, a la ecuatoriana. (Consuelo que, por supuesto, es el mismo jalisciense.) Cuando el caudillo ya reposaba en su tumba y la gente se empezaba a retirar, una docena de improvisados oradores -- encaramados donde podían -- daban unos discursos, imitando su estilo. (Oportuno, adecuado y macabro recuerdo: Por su delgadez, se le llamaba, a Velasco, El  Esqueleto Parlante…) Fue una escena del más puro y auténtico realismo mágico. Claro, el pentapresidente vivió siempre entre la arbitrariedad ideológica, las desmesuras y las excentricidades. Un buen caldo de cultivo para las ocurrencias, las exageraciones y las anécdotas…    

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