Por Marco Tello
Persiste indeleble en tu memoria la ventana de una sola hoja, muy ancha, corrida hacia la calle al capricho del viento y orlada en la parte exterior por el encaje de los pájaros |
Movida por una fuerza hipnótica, la atención oscila entre aquel rostro implacable y el de la compañera de escuela con quien salvabas el pentagrama de alambres que cercaban el huerto, mientras la vigilante se dormía. Pero no estás seguro de que la imagen de la celadora, bifurcada en los cristales del recuerdo, corresponda a la mujer que os fiaba golosinas. Apenas abrigados por tiras de periódico rasgadas al azar, los tablones daban forma de cuarto a su estrecha habitación. En tu cerebro serpentea la espiral dibujada a pulso de carbón, tras el entarimado, por cuyas vueltas van y vienen los dedos de la mujer hasta quedarse dormida con los ojos abiertos. Desde un vano practicado al disimulo, atisba muy seria y cejijunta la sierva de Dios Dorotea Chopitea en una estampa distribuida a los fieles por unos misioneros esporádicos (salían recién afeitados de la casa parroquial los pobres clérigos y llegaban a su destino con la barba a la cintura). Persiste indeleble en tu memoria la ventana de una sola hoja, muy ancha, corrida hacia la calle al capricho del viento y orlada en la parte exterior por el encaje de los pájaros. -“A lo mejor, nunca hubo un cuarto –sospechas-, sino únicamente la ventana por la cual yo veía blanquear un arbolillo cuya fragancia llevo impregnada en el alma”.
-No es un floripondio –porfía la guardiana-; es un árbol de fantasmas. |
Todo te parece irreal a esta altura de la noche, Manuel Gobino, porque desempeñas el papel de antagonista en tu propia ficción, donde aquella niña -pequeña habitante de tu orbe paralelo- arma y desarma los saltamontes para ajustar con precisión su tranco a la altura de los tréboles, y esparce aromas y colores sobre las plantas jardineras; por su encanto, es comparable al botón de una rosa, al hilo de la araña diminuta que se columpia libre como una escolar, a la gracia con que el diente de hierba halla refugio en una gota de lluvia.
Sin embargo, no volviste a verla sino al cabo de muchos años, cuando todos la teníamos por muerta de fiebre tifoidea, aunque alguna vez hubiera anclado en tus insomnios, ligera como un verso heptasílabo, o sosegada como un endecasílabo. Y si en tu temprana edad las musas te visitaron y se fueron, y si dejaste que transcurriera el tiempo aguardando a que regresen, no fue vana la espera, porque un día retornaron con ella para que la cámara oscura de tu mente la perpetúe en esta daguerrotipia que hace honor al año en que naciste, año de la reivindicación de la poesía: |