Por Eliécer Cárdenas
Esta exhortación ecologista encierra una contradicción de principio, como dirían los filósofos, esto es si se deja de consumir frenéticamente como ahora, y se llega al ideal de Francisco de Asís, Mahatma Gandhi y todos esos seres racionalmente ejemplares, este mundo contaminado entraría en un colapso económico |
Uno de los hechos mundiales más importantes del año 2015 fue sin duda la Conferencia de París sobre el Cambio Climático, conocida por sus siglas COP21, a la que acudieron jefes de estado y delegaciones de 195 países incluidos los mas poderosos y más contaminantes como los EE.UU. y China. La Conferencia de París tuvo algo “in extremis” y de “gestos de cara al público”, porque por un lado la ciencia no se había equivocado frente a las frívolas opiniones de ciertos líderes políticos y directivos de corporaciones multinacionales: el asunto estaba sobrecalentándose, a tal punto que a la vuelta de la esquina, como se dice, o sea en unos cuantos años, si la temperatura seguía subiendo, los casquetes polares se derretirían y más de una cuarta parte de la población que vive en las proximidades de los mares debería huir a sitios mas altos por las inundaciones, a más de que aumentarían los desórdenes climáticos, ciclones y huracanes de una ferocidad inusitada, diluvios bíblicos y sequías saharianas.
De esta certidumbre nada halagüena, los jefes de estado tenían que hacer algo, aunque sea asistir a la Cumbre del Clima y pronunciar unos discursos plagados de lugares comunes –algo propio de los políticos- y de ofertas de circunstancias a más de las debidas disculpas. Pero pese a lo ritual del evento, por lo menos se logró el compromiso difícil de cumplir a rajatabla, es cierto, de poner como techo que fue el que la temperatura suba a más de dos grados, tope límite y pavoroso frente a la hecatombe anunciada. China y los EE. UU. suscribieron con gran publicidad el compromiso, aunque en oportunidades anteriores se rehusaron a suscribir el denominado Protocolo de Kioto para rebajar el consumo desmedido de carbón y petróleo.
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Bien que mal, es un triunfo para el planeta, aunque el remedio es otro, es decir cambiar radicalmente los hábitos de consumo del género humano en la actualidad, incluidos los países pobrísimos de África y –Asia, que también contaminan. Sin embargo, esta exhortación ecologista encierra una contradicción de principio, como dirían los filósofos, esto es si se deja de consumir frenéticamente como ahora, y se llega al ideal de Francisco de Asís, Mathama Gandhi y todos esos seres racionalmente ejemplares, este mundo contaminado entraría en un colapso económico. Al caer el consumo, la mayor parte de fábricas dejaría de producir, habría desempleo masivo, los contaminantes ferrocarilles, aviones, barcos, dejarían en un noventa por ciento de emponzoñar aire, tierra y mar, las petroleras cerrarían o darían en quiebra, las fábricas de automóviles se reducirían a su mínima expresión. Resultado, la muerte de la sociedad actual por una crisis sin precedentes, aunque se habría victoriosamente detenido el calentamiento global, en las justas. Es deseable, aún más, imperativo cambiar el modelo de civilización que conlleva el capitalismo desde sus orígenes manufactureros y de cazadores de esclavos, pero ese veneno productivo que amenaza a la Tierra, mataría a las tres cuartas partes de la humanidad de desmantelarse súbitamente. El problema es que otros modelos alternativos, como el Socialismo Latinoamericano del Siglo Veintiuno, también tienen a la contaminación en sus agendas. Más allá de esta paradoja, los jefes de estado, si fueran racionales, algo dudoso a estas alturas del deterioro planetario, deberían pensar seriamente en buscar otro modelo civilizatorio antes de que la Tierra se convierta en un oscuro planeta que se dio el lujo de matarse por culpa de la Razón, devenida en monstruo irracional para desconsuelo de Descartes y compañía. |