Con candidatos faranduleros y “famosos” y otros bailarines políticos desconocidos que completan las listas registradas en el CNE, tendremos otra vez una asamblea de borregos “alza manos”, donde los prudentes, inteligentes y capaces volverán a ser la minoría legislativa
El maleficio político ha pervertido a la democracia al punto de convertirla en un sistema de transacciones coyunturales entre pequeños feudos de poder que, aprovechándose de una práctica electoralista, han sometido al país al cálculo electoral y han mediatizado todo proyecto de cambio poniendo por delante sus intereses personales antes que ideológicos.
Hemos asistido en el pasado, y estamos presenciando hoy, el espectáculo que muestran los aspirantes a una asamblea nacional empeñados en disfrazar bajo el ropaje populista su mediocridad, su nula capacidad para legislar con propiedad y sentido común una ley aceptable. Con estos candidatos faranduleros y “famosos” y otros tantos bailarines políticos desconocidos que completan las listas de los partidos y movimientos registrados en el CNE tendremos otra vez una asamblea de borregos “alza manos”, y en donde los prudentes, inteligentes y capaces volverán a ser la minoría legislativa.
A nivel de los presidenciables sus candidatos han emprendido en su lucha hacia la conquista del poder, en donde los opositores lo hacen en desventaja frente al binomio oficial de Alianza País con intenciones de mantener las pautas de frenesí con que ha orquestado la política nacional bajo la venturosa circunstancia o exceso de optimismo para seguir marcando el derrotero político al ganar las elecciones en la primera vuelta, mientras la estruendosa agonía de la administración de Rafael Correa se prolonga en medio de escándalos indeseados de corrupción.
En la oposición la Torre de Babel es la bandera que los cobija para marcar no solo los estilos tan distintos con que se la enfrenta, sino el predominio que las formalidades han adquirido sobre los contenidos y propuestas en medio de generalizaciones convertidas en muletillas publicitarias y los fuegos pirotécnicos de la palabrería, con las cuales se quiere reemplazar los planteamientos ideológicos y programáticos indispensables para sacudir a una masa adormilada y emotiva.
Hoy más que nunca es indispensable enfrentar la realidad sin prejuicios ni fingimientos y sin avergonzarse de lo que la democracia dejar ver cuando se desnuda. Es doloroso quizá, pero detrás de la bruma de las palabras, de las frases que mucho se repiten por convicción o por conveniencia, lo que se descubre es la endeblez de la democracia ecuatoriana reducida a una simple gimnasia electoral. Esta duda surge porque, después del rito de las elecciones, parecería que los gobernantes y legisladores dejan de ser mandatarios, es decir, responsables transitorios de cumplir un encargo y se transforman en “propietarios” del poder con amplias facultades de libre disposición para cambiar a su antojo las reglas de juego, prescindir de la Ley, obviar el principio de alternabilidad y el de rendición de cuentas hasta instaurar lo que se llama “democratismo” que es tan o más peligroso que el autoritarismo en el cual el populismo acomoda su capacidad de gestión.
Si el derecho al sufragio es considerado como el acto político supremo, el pueblo entonces, cuando llega la ocasión de votar, es el protagonista que concurre a las urnas para expresar su voluntad en un acto de fe en un líder, en una idea, en un proyecto político, la democracia será de plena certeza; pero si acude seducido por la propaganda electoralista y la compasión, la democracia se convertirá en desencanto y en una tímida ilusión en medio de sombras y luces.