Por Julio Carpio Vintimilla

 

         Ya tenemos la independencia general, díganos ahora qué hacemos con ella.
   
                
 
 
(Un colombiano a Bolívar, en la novela de Gabriel García
                                        Márquez, El General en su Laberinto.)  


 

 

Conjeturamos, nosotros, que Benjamín Carrión creía que las personas inteligentes -- él indudablemente lo era -- no necesitan pensar en forma cuidadosa. Algo así como: ¡Qué piensen los mediocres y los tontos…!  Para que ellos -- con sus limitaciones y  pocas luces -- alcancen, de alguna manera, a ver y a entender algo… /  ¿Y  por qué sospechamos semejante cosa?  Pues, porque -- si hubiera pensado bien -- no habría dicho y  hecho bastante de lo que dijo e hizo. Precisemos. Estamos recordando, a propósito, esa especie de pretencioso magisterio cívico de sus CARTAS AL ECUADOR. Recordamos, con extrañeza,  esa idea -- católica y, en su caso, un tanto ridícula: el santoral -- a la que convirtió en el eje de su obra literaria. Recordamos su tendencia a la improvisación. (Cuenta Francisco Salazar Alvarado que el autor le confesó, una vez, que GARCÍA MORENO, El Santo del Patíbulo, fue escrito sin un solo documento, en el extranjero y durante una etapa personal de indignación política… ¿Qué le parece?)  Nos acordamos, también, de ese proyecto académico -- harto chapucero, para ser lo que se suponía que iba a ser -- que fue el origen de la CASA DE LA CULTURA  Y -- para este artículo -- nos acordamos de una artificiosa futilidad: la Segunda Independencia; la supuesta remoción de las ataduras políticas y  económicas que los ecuatorianos tenemos con los Estados Unidos. Bueno, explicablemente, aquel  notorio y  amplio entrevero disgustó -- y  hasta llegó a fastidiar -- a cierto número de sus lectores, o implicados en sus temas, en el país y  en el exterior. Y algunos de ellos expresaron, con énfasis, sus sentimientos… Nos viene a la mente, así, lo que Juan Viteri Durand escribió sobre el lojano; con mucha agudeza, ironía y  contundencia… Sigamos.

   Eso de las independencias… ¿Nunca supo Carrión que los ecuatorianos ya habíamos tenido nuestra segunda independencia?  Ocurrió -- para dar las correspondientes señas -- el día 13 de Mayo de 1830. Con ella, -- en forma directa e incruenta y, también, irresponsable e imprudente -- nos separamos de la Colombia de Bolívar. (El efímero país, que los historiadores llamaron después la Gran Colombia.) Logramos la primera, con la victoria de los patriotas, en Pichincha (24/ 5 / 1822). Entonces, -- si Carrión necesitaba aún otra más -- tendría que haber hablado, propiamente, de una Tercera Independencia. (De paso, una pregunta, en el tren de su mismo pensamiento: Con las incrementadas relaciones políticas y económicas que nosotros tenemos hoy con la China, ¿no estaremos necesitando ya una Cuarta Independencia?) / Para peor: Sus seguidores -- todavía menos reflexivos que el irreflexivo maestro -- siguen hablando, con asiduidad, de aquella dicha segunda.  Y han llegado a caracterizarla, incluso, como “la segunda y  definitiva independencia”. (Para ejemplos, vea usted la página de opinión del diario oficial EL TELÉGRAFO, de Guayaquil.) / Bien, en la primera independencia, dejamos de ser españoles -- en ese laxo sentido de La Raza -- y nos convertimos en colombianos. En la segunda, dejamos de ser colombianos y nos convertimos en ecuatorianos. En la tercera, ¿sabe usted qué dejaríamos de ser y qué seríamos? ¿Y qué demonios seríamos en la inefable cuarta?

    Hay que analizar el concepto de marras, para entenderlo bien. Nace, éste, dentro de la gran revolución liberal de Occidente. Es parte de ella. En concreto, nace con la original y antonomásica Independencia, la de los Estados Unidos (1776-1783). (Parece que los columnistas aludidos no conocen la procedencia “imperial” de su reivindicación.) La de Haití -- aplastada, en un primer momento, por Napoleón -- vino después, en 1804. Seguirán las independencias latinoamericanas; partes también de la dicha  revolución. En tales procesos, un territorio -- dependiente, de manera casi total, de una metrópoli lejana -- se separa de ella  No se rompe sólo un vínculo; se rompen prácticamente todos… La independencia, pues,-- así descrita -- es, en su cabalidad, la ruptura de una situación política plena y  netamente colonial. (No es sólo una fragmentación de territorios. Y no puede ser, desde luego, la simple remoción de algunas condiciones geopolíticas o de algunas obligaciones económicas; el estrecho e impropio sentido que Carrión le da. Aunque, por cierto, el concepto sí se ha usado, varias veces, en forma inadecuada o laxa. Vg.: La liberación española de la ocupación napoleónica.)   

 
En la primera independencia, dejamos de ser españoles y nos convertimos en colombianos. En la segunda, dejamos de ser colombianos y nos convertimos en ecuatorianos. En la tercera, ¿sabe usted qué dejaríamos de ser y qué seríamos? ¿Y qué demonios seríamos en la inefable cuarta?
   Y deberemos señalar, aquí, que las independencias, como cualquier hecho social, son siempre transitorias, provisionales y  relativas… No hay, no puede haber,  independencias definitivas, totales… Nada dura para siempre  (¿Cómo puede encajar esta idea inmovilista y  absoluta con la supuesta mentalidad dialéctica de los revolucionarios? ¿O será que una independencia es un esfuerzo tan grande, que necesita, posteriormente, un eterno sosiego? ¿La independencia sería, entonces, algo así como la sociedad sin clases? ¿Sería como el acabose de la conflictividad humana? ¿Sería, en definitiva, el fin de la historia? ¡Caray…! ¿Qué les pasó, chicos?)  / Punto complementario e indispensable: Ninguna independencia puede eliminar la natural y  la  útil interdependencia de los pueblos y  las naciones. Los países no viven en  campanas de cristal… Tienen que relacionarse, intercambiar, negociar, tratar, coexistir…

     Podríamos extendernos con un estudio de ejemplos. Pero, por brevedad, sólo nos referiremos a uno: Puerto Rico. (La independencia de la Isla es -- como se sabe -- un tópico caro a la izquierda regional.) Bueno, la mayoría de los portorriqueños comprende hoy, sin embargo, que -- a esta altura de las circunstancias americanas -- la independencia simplemente no les conviene… Es más: Hasta podría resultarles ruinosa. Detallemos la cuestión. Puerto Rico es pequeño. (Tiene unos 9.000 km2 de superficie; sólo un poco más grande que la Provincia del Azuay.) Casi la mitad de su población -- dos millones, de un total de cinco -- se halla en los Estados Unidos. (Emigra libremente a este país; algo que una gran cantidad de latinoamericanos envidia…) Ha llegado a ser, en buena medida, un país bilingüe. (En la actualidad, esto es una notable ventaja cultural.)  Siendo estadounidense, Puerto Rico integraría el segundo país hispanohablante del mundo (después de México). Como tal, pues, un boricua no pierde prácticamente nada de su cultura. Más bien, ganaría… A diferencia de Cuba, la Isla es próspera. (Por su asociación con el gigante económico, la deuda pendiente no es un problema tan grave, ni tan complicado como el de Grecia…) En consecuencia, si los portorriqueños son sensatos, tendrán que elegir entre dos opciones. Una: Conservar su condición actual; con la desventaja de seguir en una especie de limbo geopolítico. O, dos, convertirse, decididamente, en el estado 51 de la Unión. Nada de ilusorias independencias… En fin, ¿vio usted que -- puestos al buen análisis  y  al caso por caso -- esto de las independencias no es ni  tan firme, ni tan indudable como lo pintan los hijos y  los nietos de Carrión?  Al contrario… Ellos, pues,  sólo alcanzaron a crear un mito engañoso. Y se enredaron, luego, -- por desacierto y  pereza mental -- con las palabras, con los conceptos, con los hechos…             

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233