Por Eugenio Lloret Orellana
Ha habido pocos intentos de integrar la escultura moderna y la colocación de obras de arte ajustadas al medio ambiente, en lugares específicos para adornar sus nuevos predios urbanos |
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El ser humano forma parte del sitio en que vive, en que trabaja o simplemente del lugar por el que admira o pasa. Estemos en tierra propia o ajena, siempre y en medio de un lenguaje humano disperso en el espacio estará presente la escritura del paisaje como una suerte de lenguaje humano profuso de la ciudad.
Cuenca es paisaje y es armonía, aunque la ciudad crezca, cambie de rostro y no reconozca ya a sus vecinos. Se le sigue nutriendo de elogios, se le endosan muchos tópicos que pueden verse en todas partes, en su entorno histórico de ciudad patrimonial, en sus barrios tradicionales o residenciales, a orillas de los ríos, las colinas que lo circundan e incluso en sus contados espacios verdes. Cuenca no está confinada en la ciudad vieja. Crece de largo y ancho, está cambiando de identidad y de estatuto y se va pareciendo a cualquier otra ciudad moderna. Más, y por fortuna miles de extranjeros, siguen sintiendo, junto a nosotros, un amor loco por la ciudad. Propios y extraños no comprenden ni se explican la atracción que ejerce esta ciudad abuela, a pesar de las contrariedades de la vida diaria y del espectáculo de una urbe con un corazón caótico que adopta formas diversas, a veces solidaria, conflictiva otras, pero todas, en la raíz misma de su singularidad se juntan para seguir manteniendo sus facetas y continuar respirando al ritmo del mundo aunque no exista una simbiosis entre ciudad patrimonio y ciudad para la escultura y el arte público, tan comunes en muchas ciudades de América y Europa.
Ha habido pocos intentos de integrar la escultura moderna y la colocación de obras de arte ajustadas al medio ambiente, en lugares específicos para adornar sus nuevos predios urbanos.
El arte público enaltece la calidad de la vida en la ciudad, agrega un elemento de belleza, hace que el transeúnte descanse por un momento en su andar diario |
y eche una mirada en derredor suyo. Una obra de arte puede servir de foco que marca nuevos barrios, cuyos edificios tienden todos a aparecer iguales. La colocación de esculturas en los lugares públicos, sirve para otro – y no menos importante – propósito. Permite un encuentro entre el arte y el público general, un público que no buscaría por propia voluntad, en las galerías y los museos. Más el éxito de una escultura pública depende de la correcta elección de cada obra, de su adecuación a los alrededores, de la determinación de las dimensiones correctas y de la elección de materiales que resistan a los maltratos y las inclemencias del clima. El éxito depende también de la cooperación entre las autoridades interesadas, con el encomendado de las esculturas. Las autoridades municipales deben saber qué es lo que quieren y qué es lo que se puede lograr para hacer frente a los requerimientos de la ciudad. Pero antes resulta indispensable institucionalizar la colocación de obras de arte a lo largo de la ciudad mediante la creación de una Comisión de Arte Municipal con la participación de la Universidad y sus facultades de Arquitectura y Diseño, del sector empresarial y privado, de los artistas y escultores deseosos de dedicar su esfuerzo a crear una escultura destinada a dar una fisonomía diferente a la ciudad y sus entornos. El deseo de dotar a la ciudad de obras de arte que puedan salir airosas de la prueba del tiempo, podría llevar a un planteamiento académico indispensable y a la creación de un organismo específico encargado de impulsar este nuevo reto. En definitiva la historia de Cuenca es larga, pero la historia de la escultura y del arte público en la ciudad es extremadamente corta. Lo que tenemos sirve a propósitos conmemorativos con monumentos y esculturas con fines claramente definidos y significados fáciles de comprender.
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