Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas

El discurso de la Revolución Ciudadana fue fuertemente anti empresarial, a los que a lo largo de ocho años se los acusó de rentistas, enemigos del progreso, evasores de impuestos y de concurrir con sus capitales a los llamados Paraísos Fiscales…

 

El tema de las alianzas público-privadas ha despertado más de un escozor en las filas de PAIS, desde que el régimen, apurado por conseguir a como dé lugar recursos en una economía empobrecida por la drástica baja en los pecios internacionales del crudo, invocó el concurso de la empresa privada para, en una sinergia virtuosa, emprender obras en común, por ejemplo en infraestructura vial, vivienda, etc.

   El discurso de la “Revolución Ciudadana” desde que Rafael Correa y su equipo asumieron el poder, fue fuertemente anti empresarial, a los que a lo largo de ocho años se los acusó de rentistas, enemigos del progreso, evasores de impuestos y de concurrir con sus capitales a los llamados “Paraísos Fiscales” donde burlaban fácilmente las leyes del Estado ecuatoriano. Este discurso anti empresa privada caló muy hondo, pero no tanto en la población, que al fin y al cabo se desentiende de los ricos y sus riquezas porque anda demasiad ocupada en llenar la olla diaria para esos espejismos de luchas de clases virulentas de las que los oficialistas son tan aficionados en teoría, sino en los sectores acomodados, que por obra de ese discurso “anti” alimentaron sus prejuicios contra el Régimen y por lo tanto engrosaron la oposición.

   Difícil es dar un giro de 180 grados en un timón escorado hacia el estatismo en la nave del estado, cuando había recursos suficientes para darse el lujo de prescindir de la empresa privada, salvo en tanto sujetos impositivos a pagar “como deben” a las arcas fiscales a través de un draconiano Servicio de Rentas Internas. Ellos, los grandes
 

empresarios, eran de acuerdo al guión oficial, poco menos que los promotores de las Siete Plagas de Egipto, antipatrias por esencia y amigos del Imperio, sambenitos cuya añadidura era pertenecer a la llamada “Peluconería” y su expresión política eran CREO y “Madera de Guerrero”. Desmontar tan catastrófico argumento resulta difícil, no solamente para el Gobierno sino para los propios empresarios, que no terminan de creer en la mano tendida hacia ellos en remplazo de la falta de recursos petroleros.

  Pero tampoco el empresariado nacional, en su conjunto, actuó creativa y propositivamente en estos ocho años de combate. Su estrategia fue eminentemente defensiva, es decir “blindar” sus capitales y empresas, poner éstas a hibernar a la espera de alguna primavera neoliberal donde las “fuerzas del mercado” se desatarían libres y gozosas. Políticamente, el gran empresariado y el comercio macro se desencantaron por los partidos de la derecha, a pesar de que según las estadísticas nunca como ahora ciertos grupos económicos tuvieron tanta bonanza al calor de los procesos de la “Revolución Ciudadana” y su paternalismo que se tradujo en un notable aumento del poder adquisitivo de los ecuatorianos y ecuatorianas, y por lo tanto un gran incremento del consumo, a tal punto que la “Revolución Ciudadana” produjo la curiosa paradoja de aumentar en el país el consumismo, subproducto esencial del tan denostado capitalismo.

   La alianza público-privada ha terminado de cuajar, pero los recelos son mutuos y de vieja data, a más de que el empresariado nacional es, por lo general, conservador en términos de no arriesgar demasiado, y timorato a la hora de aprovechar las oportunidades que le salen al paso.
 

 

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