Por Julio Carpio Vintimilla
El siglo XX no fue el siglo de la partidocracia, ni de la larga noche neoliberal. Fue, netamente, el siglo del nacimiento y del grandísimo crecimiento del populismo. Y fue, también, un siglo de desorden, empantanamiento político e involución democrática. Triste regla general: Más desorden, más populismo…
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Todo lo que pudo ser… Los historiadores actuales hablan, ocasionalmente, de la Historia contrafáctica o afáctica. Es decir, de ese gran aquello que tuvo buenas posibilidades de ocurrir; y, sin embargo, no ocurrió. Un caso muy mencionado: ¿Cómo habría sido el mundo de hoy, si Hitler transaba con Inglaterra, no atacaba a Rusia; y se limitaba a dominar la Europa central y occidental y el norte de África? Para pensarlo, al menos un poco…Pero, aun siendo así, hay quienes creen que semejantes especulaciones son, en definitiva, ociosas y estériles. ¿Y por qué? Pues, por la primordial y sencilla razón de que lo que pasó, pasó. Y lo que no, no. Y punto. Y una vieja y famosa máxima los apoya: La única verdad es la realidad… ¿Resuelta la cuestión? No. Hay dudas; esas dudas serias, traviesas, feas…; esas que suelen ser la sombra de las certidumbres. Y otra vez: ¿Por qué? Pues, porque el bribón análisis viene, nuevamente, a complicar lo simple. Veamos. Si todo lo supuesto o imaginado no importara nada, ¿le daríamos algún valor a la ficción literaria? (Don Quijote no existió… ¡Olvídense de él!) Y, por otra parte, también, lo que efectivamente ocurrió debe ser observado, interpretado, analizado; debe ser comprendido y asimilado. Y, en este punto, las cosas se relativizan. Peor todavía: Hasta pueden deformarse. Un caso oportuno: Las interpretaciones marxistas de la Historia del Ecuador -- tan sesgadas y tan parciales -- resultan, literalmente, algo muy próximo a lo contrafáctico; y a lo falso… Tautología concluyente: La realidad es, con frecuencia, apenas realista…
Y, al respecto, se puede decir algo común y pertinente: Las versiones contrafácticas nos permiten hacer útiles comparaciones. Tratemos de mostrarlo con la historia más reciente de nuestro país. Imaginemos que la sociedad ecuatoriana -- de finales del siglo XIX y de todo el siglo XX -- evolucionaba en forma gradual y positiva. Uno. El Garcianismo terminaba en el Progresismo de Luis Cordero. Es decir, los conservadores armaban un partido moderno y tolerante. (Que -- entre otras cosas -- le dejaba paso al Liberalismo; y, luego, coexistía con él. Algo así como el conservadurismo cuencano de la segunda mitad del siglo XX o el más tardío de Sixto Durán Ballén.) Dos. El Liberalismo alcanzaba finalmente el poder con el moderado Leonidas Plaza Gutiérrez. (No con el radical y jacobino Eloy Alfaro. Y, después de aquel, aparecían dirigentes capaces, al estilo de Raúl Clemente Huerta.) Tres, Durante unos sesenta años, los dos partidos, con más o con menos, se alternaban en el poder. Cuatro. Hacia los años 70 u 80, Osvaldo Hurtado y Rodrigo Borja creaban unos bien estructurados partidos de centroderecha y centroizquierda (democristiano y socialdemócrata). Cinco. Sobre la marcha, se iban debilitando, de a poco, las tradicionales tendencias al militarismo y al caudillismo… Bueno, en esta forma, el Ecuador de los 90 llegaba a tener una organización política de tipo europeo. (Dos partidos del centro; uno, de izquierda moderada; y, otro, de derecha moderada. A los costados de esta gran formación, quedaban los partidos minoritarios, extremistas y diferentes: socialismo, nacionalismo, fascismo, populismo, anarquismo, ecologismo…) Efectos finales: Tendríamos estabilidad política. Habría una clase media amplia, educada y con formación cívica. El país habría progresado sin prisa, pero sin pausa. Y, al momento, estaríamos casi en los umbrales del desarrollo. Aproximadamente, como Chile…
¿Y qué pasó, en realidad? Veámoslo, avanzando ordenada y prolijamente. Uno. El jacobinismo liberal debió aplastar la resistencia de los conservadores recalcitrantes. (Con todo lo que esto significó en intolerancia, conflicto, deterioro de la educación…) Dos. El Liberalismo se desgastó, de mala manera, por su hegemonía desmedida y su conflictividad interna. (En la tercera década del siglo XX, ya se vio que un partido liberal moderno no era factible. Vacío político.) Tres. Revolución Juliana. (Neomilitarismo, con el descuido de las específicas funciones castrenses. Esbozo del populismo; por el laxo, postizo y autoritario carácter social del pronunciamiento. Ayora y sus continuadores: una etapa de transición. Algo se consiguió, sin embargo, en estos pocos años.) Cuatro. En 1934, Velasco Ibarra pone las bases de un populismo conservador y fascistoide. (Debilidad, incipiencia… Pero ya había llegado El Profeta, el caudillo mesiánico…) Cinco. Los años treinta, una década caótica. Seis. La Gloriosa, en 1944, -- un heterogéneo levantamiento popular o, precisamente, populista -- produce, entre varios efectos notables, la apoteosis del dicho caudillo: lo vuelve enorme, excepcional, imbatible, imprescindible… A los bordes del frondoso árbol velasquista, crecen varios arbustos del mismo género: Guevara Moreno, Assad Bucaram, Abdón Calderón Muñoz, Rodríguez Lara, Roldós…
El populismo es una enfermedad política que sólo se puede curar con orden, organización y auténtica democracia. |
Vamos por el siete. La democracia de los 80 nace endeudada con el populismo (Roldós). Y resulta bastante formal e incompetente… Ocho. Hurtado y Borja intentan armar los ya dichos partidos modernos. Se quedan cortos…; y no pueden escapar, tampoco, a las implicaciones y a las trabas populistas. Nueve. En la década de los veinte, un grupo de anarquistas y comunistas había iniciado el socialismo ecuatoriano. A partir de los sesenta, éste controla el movimiento estudiantil universitario (viciosa politización institucional). Hacia los ochenta, controla también el gremio educativo (MPD /UNE) (Pero su mayor éxito parece ser la difusión -- en toda la sociedad y mentalidad ecuatorianas -- de unos elementales e imprecisos principios socialistas. ¿Logro gramsciano? ) Diez. En el último tercio del siglo XX, aparecen los movimientos indigenistas. (Alcanzan sólo una mediana importancia, debido al predominante mestizaje y a la creciente urbanización.) Once. Crisis de los años finales del siglo XX y primeros del XXI. Rebrote populista: Abdalá Bucaram, Lucio Gutiérrez… (Queda en evidencia la mala organización política y social del país. Nos aproximamos al estado fallido… Nada menos.) Doce. La Revolución Ciudadana nos trae otro líder mesiánico: Rafael Correa Delgado; tan grande como Velasco Ibarra o, aun, más grande que él… Receta del éxito del Correísmo: Acentuar los rasgos cristianos del movimiento; agregarle un poco de indigenismo y un poquitín de ecologismo; diluida retórica progre. Estas características, pequeñas, son lo único nuevo que trae; en lo demás, lo grueso, el tal es muy similar a sus antecesores. Y, así, el populismo ecuatoriano alcanza su plenitud. (Le favorece el nuevo escenario internacional: fin de la Guerra Fría; debilitamiento relativo de los Estados Unidos; crecimiento del neopopulismo latinoamericano; perfeccionamiento de las técnicas gubernamentales del control social y la represión; alto precio del petróleo y los productos agrícolas; colaboración del progresismo, comunismo posterior a la URSS.) En éstas, éstas mismas, mismitas, estamos…
Para concluir. El siglo XX del Ecuador no fue el siglo de la partidocracia, ni de la larga noche neoliberal. (Dos cuentos fantásticos de la colección DEMAGOGIA CRIOLLA.) Fue, netamente, el siglo del nacimiento y del grandísimo crecimiento del populismo. (Nótese: Salvo algunos temporales desacuerdos, el socialismo se le unió, como su constante y manipulador compañero de ruta.) Y fue, también, un siglo de desorden, empantanamiento político e involución democrática. Triste regla general: Más desorden, más populismo… ¡Clarito! Entonces, para saberlo bien: El populismo es una enfermedad política que sólo se puede curar con orden, organización y auténtica democracia. Primer paso hacia esa meta: crear unos partidos políticos modernos. (Las columnas del edificio del poder; las que no tuvimos durante el siglo XX, ni las tenemos hoy…) De otro modo, a mediano plazo, sólo podremos ir mejorando en la medida en que nos aproximemos a la hipotética situación descrita al comienzo de este artículo. ¿Vio usted que las pobres y desdeñadas Historias contrafácticas si pueden servir para algo?