Por Yolanda Reinoso

 

Las imágenes religiosas en las paredes son iconos de la creencia católica que ha caracterizado a la ciudad desde antes de su fundación, dada la presencia española. Esta característica urbana estuvo en la vida de “la tía María”, cuyo reclinatorio todavía se conserva en la habitación

 
 

 


La reciente apertura de la Casa-Museo María Astudillo Montesinos es un regalo a nuestra urbe. Conocer esta casa es adentrarse en un pasaje que muestra parte de lo que era la vida hace poco más de un siglo puertas adentro. Desde el punto de vista estrictamente familiar, la casa tiene un significado afectivo ya que allí habitó durante 103 años “la tía María”. Hoy, gracias a la iniciativa de Lucía y Gloria Astudillo Loor, sus sobrinas, se pueden apreciar las tres habitaciones que conforman el hoy museo.

En primer lugar está el salón de té, cuyos ventanales dan a la calle Hermano Miguel. En esta habitación, destinada evidentemente al gusto culinario, se pueden apreciar muebles y objetos decorativos que fueron parte del salón desde la época de “la tía María”. Piezas delicadas de vajilla así como copas y platos de cristal del siglo XX, debieron servir para acompañar las conversaciones que deben haberse dado en el salón. Sus paredes están empapeladas con el mismo diseño de antaño, muestra de un trabajo de remodelación muy cuidadoso que, ante todo, buscó respetar la disposición original de las cosas. Precisamente por ese ánimo de conservación es que rescatar una casa requiere mucha sensibilidad hacia el pasado. Parte de la historia del salón radica también en las lámparas y mesa de centro que, igualmente, se encuentran en perfecto estado. Su estilo de origen europeo de los siglos XIX y XX, respectivamente, concuerdan con la historia de la casa.

En este punto, vale recalcar el hecho de que Lucía Astudillo se encuentre actualmente a cargo de la presidencia del Consejo Internacional de Museos para Latinoamérica y El Caribe (ICOM LAC). Gracias al conocimiento amplio que Lucía tiene sobre principios museísticos, propone que a futuro este salón de té sirva para ofrecer al público un sitio donde tomar algo y departir. Este atinado proyecto no solamente ofrecería a los visitantes la posibilidad de un ambiente cargado de historia y afectividad familiar, sino que sustentaría a la casa-museo, aspecto que mal podría dejarse de lado dado que la conservación no termina con los trabajos de manos expertas. De hecho, la conservación de una casa-museo es un compromiso constante y va para la posteridad.

Contiguo al salón de té, se encuentra el salón principal. Esta larga sala tiene gran capacidad para albergar a los invitados y su decoración hace fácil imaginarse a la gente que pasó por allí. De hecho, las fotografías en las paredes incluyen a “la tía María” así como a otros antepasados de la familia quienes, de seguro, estuvieron allí más de una vez. En los rasgos de “la tía María” se encuentra no solo la conexión genética con la actual familia, sino una alegría y vigor propios de quien halla en los gustos cotidianos la razón de vivir a plenitud.

La lámpara principal que data del año 1894 y procede de Alemania, una cómoda banca de origen francés así como los espejos y un piano fabricado en Londres, son el resultado de las actividades comerciales que llevara a cabo José María Montesinos, originario de Saraguro y abuelo de “la tía María”. Varias obras pictóricas en la sala denotan un gusto diverso por dicho arte. De esta habitación hay que resaltar las lámparas de colgar y mesas de cedro fabricadas en nuestra ciudad, así como el decorado de flores en la madera del piso, de moda hacia 1920 conforme advierte una de las leyendas museísticas.

A continuación, en un paso hacia la intimidad del hogar, se puede apreciar la habitación que ocupó “la tía María”. Las imágenes religiosas presentes en las paredes son iconos representativos de la creencia católica que ha caracterizado a nuestra ciudad aún desde antes de su fundación, dada la presencia española. Esta característica urbana estuvo pues presente en la vida de “la tía María”, cuyo reclinatorio todavía se conserva en la habitación.

Aún más personal es el dato de que las imágenes hechas con mullos, así como la alfombra y algunos cofres y canastillas de paja toquilla, fueron confeccionados por las propias manos hábiles de esa tía. La evidencia del apego a las manualidades radica también en la presencia de una antigua máquina de coser marca Singer.

Cuando se trata de espacios como el aquí descrito, hay que ir más allá de estas representaciones, ya que la casa-museo sólo se puede experimentar a plenitud a través de un recorrido. Como bien afirma Orhan Pamuk, “los museos de verdad son los sitios en los que el tiempo se transforma en espacio”, y eso es precisamente lo que ocurre al conocer la casa-museo María Astudillo Montesinos.

 

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