Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas
El Gobierno se las ha jugado al negar la deuda con el IESS para las pensiones jubilares. Borrar de un plumazo esa obligación aduciendo que el Instituto tiene dinero de sobra, es como si alguien pide dinero a un acaudalado y al querer cobrarle el rico acreedor, se le responda “es usted muy adinerado, lo pagaré cuando necesite ese dinero”

 

El proceso de “reingeniería del IESS” en el que se ha embarcado el gobierno de la Revolución Ciudadana mediante la herramienta de la llamada Ley de Justicia Laboral, encierra un problemático dilema para la Seguridad Social ecuatoriana, aparte de las implicaciones financieras que alertan varios sectores políticos y sociales, cual es el carácter del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social. ¿Es autónomo? Su dependencia administrativa del estado parece desmentir esa afirmación. ¿Es un apéndice público? Constitucionalmente no se puede rebasar esa línea. Por lo tanto, el IESS resulta una suerte de entidad en un limbo entre autónomo y para estatal.
 
   El Gobierno Nacional se las ha jugado al negar la deuda que mantenía con el IESS para las pensiones jubilares. Borrar de un plumazo esa obligación aduciendo que el Instituto “tiene dinero de sobra”, es como si alguien pide dinero a un acaudalado y al querer cobrarle el rico acreedor, se le responda “es usted muy adinerado, lo pagaré cuando necesite ese dinero”. En la vida privada de los seres humanos a ello se llamaría “ser tramposo”, no honrar las deudas asumidas, pero en el universo del estado, se transforma en necesidad derivada de la crisis que agobia al Gobierno una vez que las ubres de las “vacas gordas” petroleras si no se han cerrado, han mermado considerablemente su chorro de dólares.
 
   No se entiende bien por qué el Gobierno prefirió la estrategia dura de simplemente evaporar esa deuda al IESS, en lugar de las consabidas justificaciones para su demora en pagar, señalando, por ejemplo, que como el IESS tiene un superávit financiero, se pagará la deuda a los jubilados
 
“cuando existan las disponibilidades económicas en el estado”, así no se enfrentaba a una verdadera bomba de tiempo en el imaginario ciudadano. Sin la deuda, el IESS no entraría inmediatamente en crisis, pero los afiliados y afiliadas piensan con precipitación en su futuro como pensionistas, y la esperanza, como la desesperanza, son factores políticos considerables en la vida de los estados.
 
   La crisis presupuestaria del estado es un hecho innegable, pero las razones políticas no invitan precisamente a portarse tan drásticos, negando una deuda que todo el mundo sabe que sí existe, o existía cuando menos. Aquella actitud lastima, molesta, indigna a muchos, en definitiva, y a cambio no se ha obtenido nada más que agriar unas relaciones estado-IESS-afiliados y pensionistas, y más allá trabajadores, empleados y patronos, cuando hubo, como hemos señalado, otro camino más blando para el mismo fin: no pagar la obligación.
 
   La incógnita del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social hoy está mas vigente que nunca. ¿Por qué, si desde el Gobierno se denosta a su burocracia se sigue manteniendo el “cordón umbilical” de la intervención estatal en el organismo? A fin de cuentas es el estado, dígase el gobierno más llanamente, quien nombra y cesa a sus máximos personeros, en una dependencia casi estatal del organismo autónomo. Siendo consecuentes con la crítica, ¿no sería mejor que el IESS se desenvuelva con total autonomía del gobierno y decida la suerte del organismo con sus propios mecanismos y recursos, sin que de cuando en cuando el estado lo tome como “caja chica” para sus apuros?

 

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