
Enrique Ayala Mora
Para quien no está familiarizado con los textos de la producción filosófica latinoamericana de las últimas décadas, sobre todo con aquellos que se han escrito desde la perspectiva de la visión “decolonial”, no le resulta posible hacer un comentario especializado o erudito de la obra de Catalina León Pesántez: El color de la razón, Pensamiento crítico en las Américas. Pero el libro ofrece algunos aportes para lectores no iniciados. En estos cortos párrafos voy a comentar algunos de ellos, solo algunos, que me han llamado la atención desde la práctica artesanal de un profesor de historia latinoamericana, que debe lidiar con las diversidades y contradicciones del subcontinente.

La primera observación, por tanto, apunta a que la autora enfatiza una importante dimensión de la diversidad de América Latina, que no es ni simple ni homogénea. Esa dimensión de la diversidad cuestiona la “razón” occidental que no solo tiene un origen histórico y geográfico, una función en las estructuras de dominación social y política y en las identidades prevalecientes, un fuerte sesgo racista, sino también lo que se podría denominar como una identificación étnica, es decir, que es “blanca”. Y lo es en un continente en que la mayoría de la población no es “blanca”, puesto que se identifica como indígena, afro y, si se me permite usar un término maldito para algunos fundamentalistas, mestiza. Me llamó mucho la atención un párrafo en que la autora, quien felizmente no es fundamentalista, reafirma una pregunta crucial:
Si la historia discurre racionalmente y de conformidad con los objetivos y fines dispuestos por la lógica del espíritu, se pregunta Zea: ¿cómo explicar un supuesto vacío de humanidad en los pueblos no europeos, una ausencia de libertad y una negativa a su autodeterminación? La contradicción entre racionalidad europea y su ausencia en los pueblos marginales, indudablemente que es explicada a partir de la dialéctica del colonialismo que no apela a la “astucia” de razón, sino a la “astucia” de la libertad para conquistar la liberación del espíritu de los pueblos americanos; y, desde este imperativo, recupera 1492 para proyectarlo al horizonte de la conciencia histórica que busca su liberación.
Una segunda observación se refiere a las relaciones que la autora encuentra entre la construcción nacional y la razón dominante en la gestación de nuestros países luego de la Independencia. Ella destaca que el avance de la modernidad se dio en medio de un proceso contradictorio en que esa modernidad se descubre atrofiada, sesgada y heterogénea. Si bien esto no es de ninguna manera una novedad, lo interesante es que siempre es bueno encontrar argumentos respecto de que las naciones vienen a ser como “sede de la razón” y la necesidad de observar atentamente los elementos populares en la construcción de nuestras naciones diversas.
La tercera observación tiene que ver con la interesante afirmación de Catalina sobre la necesidad de relacionar “razón” y “cuerpo”. Aunque lo hace más bien en forma rápida, vale la pena destacarlo. Casi al final del texto manifiesta:
Aún para quienes tienen el privilegio de construir complejos discursos abstractos, la corporalidad tiene también un espacio en su reflexión. Todo lo cual solo ratifica la afirmación del prologuista, cuando dice que la obra “[…] es una magnífica contribución a la filosofía y pensamiento crítico en América Latina y más allá de ella”.
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Esto quiere decir que aún para quienes tienen el privilegio de construir complejos discursos abstractos, la corporalidad tiene también un espacio en su reflexión. Todo lo cual solo ratifica la afirmación del prologuista, cuando dice que la obra “[…] es una magnífica contribución a la filosofía y pensamiento crítico en América Latina y más allá de ella”. No me cabe duda que el libro será un pilar del diálogo filosófico intercultural.