Por Julio Carpio Vintimilla
Mucha tela que cortar, pero cortemos esta vez un poco: La izquierda ortodoxa ha debido adherirse, oportunistamente, al Socialismo del Siglo XXI. Ha debido también rendirse, casi incondicionalmente, a los populismos tradicionales y rastreros. Para los comunistas latinoamericanos, los populismos son, como las pantallas de televisión, hipnotizantes
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Hay que echarles ácido sulfúrico en la cara a los fascistas; para que el pueblo los reconozca siempre, para que sepa quienes son sus enemigos… (Diosdado Cabello, venezolano. / ¿Expresión de criminalidad perversa o de criminalidad mafiosa? Usted dirá.) Si no gana el Kirchnerismo (las próximas elecciones presidenciales), la Argentina se va a la mierda… (Hebe de Bonafini, argentina. / ¿Fanatismo, intolerancia, irracionalidad? Igualmente, usted dirá.) Común denominador de los dos inefables personajes: mal humor, enojo, inquina…Podríamos señalar muchos casos más. Así estamos. ¿Y por qué estamos así? Bueno, existen unas razones. Y existen también unos motivos; que, quizás, sean menos importantes que las primeras.
Los actuales tiempos latinoamericanos -- pese a las apariencias -- son, más bien, malos para nuestras izquierdas radicales. (Hablamos aquí de las aún influyentes minorías ideologizadas y dogmáticas.) Bueno, de hecho, casi nunca los tiempos fueron buenos para ellas. Y, en rigor, no lo fueron ni siquiera en los setenta; cuando creían tener su soñada revolución a la vuelta de la esquina… Pero, esta vez, las cosas son distintas y peores: Unas cinco agrupaciones están en el poder; y resulta que -- teniéndolo -- lo ejercen, mas, realmente, no pueden… La de Nicaragua parece la más firme y estable. (Al mejor estilo pinochetista, ni una hoja se mueve allí sin que Ortega lo permita. Salvo, en verdad, el canal; cuyo pesado movimiento no depende del tosco dictador, sino de la China o de Macondo.) La de Bolivia ha logrado cierta prosperidad; debido a un poco casual y feliz pragmatismo económico. Pero hay, también, allí, unas rivalidades internas notorias e importantes. La del Ecuador debe enfrentarse a una creciente oposición; creciente, aunque todavía bastante desarticulada. La de Cristina Fernández, en la Argentina, va terminando su ciclo; con fallas enormes y un “relato” cada vez más anticuado, irrealista y falso. La de Venezuela sigue sumando los desastres: división de la gente, pobreza, escasez, criminalidad, deterioro político y social, endeudamiento insensato, dispendio, peligro de la dictadura prolongada, el caos o la lucha civil… Las siete plagas bien unidas y juntas La de Cuba -- la más quijotesca, vieja y emblemática -- amenaza con morirse pronto; y en un tardío y paradójico uso de cordura…
Y, hasta, los gobiernos izquierdistas moderados de la región han tenido sus problemas. Dilma Rousseff, en el Brasil, apenas alcanza el 19 por ciento de aprobación de sus conciudadanos. Y, en el país carioca, toda la política se ha desprestigiado malamente… Michelle Bachelet, en Chile, -- acosada por una corrupción “oculta”, unos problemas irresueltos y unas estrategias imprecisas -- sólo tiene un 29 por ciento de aprobación de su pueblo. Y aun el bueno de Mujica, en Uruguay, -- es realmente bueno en varios aspectos -- ha visto crecer las críticas internacionales a sus dichos y hechos. / Y, por otra parte, dos yapas. Una, preocupante: Hay quienes objetan -- con buenos argumentos -- el concepto mismo de revolución socialista. (Ser un revolucionario, entonces, ya no es ni tan convincente, ni tan prestigioso.) Dos, triste: Se ha muerto Galeano; ese gran gurú de la zurdería setentista y setentona; aquel que descubrió que nuestros cerebros latinoamericanos están mal irrigados, porque nuestras venas están abiertas… Las cosas, pues, están pintando mal, bastante mal.
Los actuales tiempos latinoamericanos -- pese a las apariencias -- son, más bien, malos para nuestras izquierdas radicales |
(Y Velasco Ibarra, Guevara Moreno, los Bucaram y Roldós -- en el Ecuador -- usaron a los hipnotizados como tontos útiles. ¿Qué tal? ) Tercera. Esta izquierda se ha negado a aceptar la modernidad o la acepta a regañadientes. Emir Sader -- un escritor brasileño -- habla de las distorsiones que el consumo actual (consumismo, para él) les ha traído a los pueblos. Cree que las dichas son unas feas señales del más vicioso capitalismo… Y las quejas que le producen los físicos y omnipresentes centros comerciales son casi patéticas. / Vaya… Comprendamos la cuestión: Se trata nada más, y nada menos, que de la globalización de la cultura popular estadounidense. (Aquel “suave” poderío norteamericano, que el Socialismo nunca pudo contrarrestar: pantalones vaqueros, hamburguesas, música, películas, formas de comportamiento…) Es decir, a estos radicales les duele mucho la influencia de la denostada y caricaturizada american way of life... En fin, valgan aquí los tres grandes botones de muestra.
En la misma línea de razonamiento, hay otro punto importante: la democracia liberal. La izquierda extrema ha debido simular que cree en ella y que la respeta. Ha sido una imposición de las circunstancias… Es que, de una u otra manera, los latinoamericanos tienen una tradición liberal, que -- aunque debilitada -- tiene todavía suficiente vigor. En nuestra región, en general, la gente no comulga con las piedras de molino de las dictaduras y los totalitarismos. (En esto, los auténticos pueblos han sido más sensatos que los políticos que los dirigen y los intelectuales que han renunciado a orientarlos.) Pero, la simulación, como la incompetencia, tiene también que pagar su precio. Y tal cosa significa que los izquierdistas deben mentir. Deben, por lo tanto, afirmar que respetan las elecciones plurales, los derechos humanos, la separación de los poderes, la alternabilidad de los cargos… Deben decir que respetan todo eso que, en realidad, les importa un bledo: porque su fiero corazoncito, muy adentro, es semirreligioso, dictatorial, antiliberal, fanático e intolerante…Bueno, en fin, simular es feo; disimular es incómodo; y -- bien sabido -- no se puede mentir por mucho tiempo… Y, claro, el conflicto interior de esta gente se va traduciendo en molestia, desazón, enojo…
Y, para colmo, los radicales han debido tragarse el sapo de la corrupción. Algo penoso para los más santones y duros de ellos; los que citan la pertinente frase de El Che Guevara: Un revolucionario puede meter la pata, pero no puede meter la mano en la lata… (La lata, en el lenguaje rioplatense, es el recipiente que usan las amas de casa para guardar las monedas de los gastos menores.) Con cierta vergüenza, algunos se han disculpado con eso del mal de todos… Otros, -- más duros de cara -- parecen aceptar la peor tradición criolla: Robarle al estado es robarles a todos; y robarles a todos es no robarle a nadie… Unos terceros -- más atrevidos -- creen que permitir el arranche de los compañeros es distribuir, darles poder, empoderarles… (Sancho: Poderoso caballero...) Unos cuartos -- cínicos e inescrupulosos -- dicen, con cuidado, que hay que obtener dinero, a como dé lugar, para protegerse de las futuras venganzas de los enemigos… Exigencia política… Unos quintos, se hacen los suecos…/ Opine usted… Y ya se nos quedaron en el tintero las relaciones de ellos con las mafias y el narcotráfico…
¿Lecciones de esto? Varias. Aquí, sólo la principal: Mantengamos la calma. Los futbolistas suelen decir que quien se calienta, pierde…