Por Eliécer Cárdenas

 

Eliécer Cárdenas
Bien sabemos, sobre todo en nuestro Ecuador, que hay riquezas y riquezas, es decir fortunas creadas con honestidad y esfuerzo, y de las otras, con la corrupción, la evasión de impuestos, el timo y la explotación de la mano de obra

 

La tregua papal, por llamarla así, instauró una relativa calma en el encrespado ambiente nacional, que atizaron los proyectos de ley de redistribución de la riqueza, mejor conocido como de herencias, y de la plusvalía, iniciativas oficiales que llegaron a la Asamblea Nacional envueltas en un lenguaje de revancha social y de odio de clases, es decir que los ricos debían dejar buena parte de su riqueza para que el estado la redistribuya, aparentemente englobando con tan tronante dictado a tirios y troyanos, desde las grandes corporaciones familiares hasta los negocios más o menos exitosos de una familia.
 
  Fue tan poco tinoso el proyecto de marras, que tuvo la extraña virtud –si puede llamársela así- de catalizar el descontento ya fermentado en ocho años de gobierno, y lanzar a las principales ciudades del país a ser escenarios de protestas o “plantones” de gente airada que exigía no solamente el archivamiento de esos proyectos, sino el fin del régimen de la “Revolución Ciudadana”.
 
   Mientras el Jefe de Estado estaba de periplo en el Viejo Continente –Bruselas, Milán- el Ecuador se convertía en un polvorín, que solamente la vuelta del Mandatario que detenta el poder supremo pudo conjurar una situación que derivaba a la explosividad, dando un patético salto hacia atrás, es decir anunciando que se retiraba momentáneamente los proyectos del descontento social, en aras de la paz y para propiciar un ambiente tranquilo con motivo de la próxima visita papal.
 
   Sin embargo, el Gobierno en estas jornadas ha salido sumamente debilitado, pudiera decirse que peor que en otras ocasiones de zafarranchos sociales, y todo por un par de proyectos que colmaron la paciencia al ser considerados –no importa aquí la intención que proclama 
 
el Gobierno- como confiscatorios e injustos con los patrimonios y la generación de riqueza. Bien sabemos, sobre todo en nuestro Ecuador, que hay riquezas y riquezas, es decir fortunas creadas con honestidad y esfuerzo, y de las otras, con la corrupción, la evasión de impuestos, el timo y la explotación de mano de obra.
   Sin embargo, es casi axiomático en culturas latinas como la nuestra, respetar las herencias como algo casi sagrado, una suerte de razón de ser de un núcleo familiar, y justamente, la pretendida ley en apariencia puso en tela de juicio esa tradicional institución patrimonial de padres e hijos, algo en lo que no hubiera incurrido un bisoño político, por simple sentido común y sentido de las circunstancias. El error sin embargo no ha sido remediado. A regañadientes se “retira momentáneamente” unos proyectos de ley repudiados y se ofrece socializarlos, cuando estas iniciativas ya fueron heridas de muerte en las calles y resulta terquedad insistir en ellas, tal como estaban.
 
   De otra parte, el propio Gobierno, sin quererlo por supuesto, ha fortalecido y envalentonado a las tendencias de la derecha política que se reivindicaron como campeonas de la propiedad y el respeto a los patrimonios, poniendo ante la ciudadanía al Gobierno en el plano de “villano expropiador y enemigo del éxito individual”, eslóganes que calan hondo en una sociedad como la nuestra, donde hasta los más pobres aspiran a dejar algún patrimonio a sus hijos, sentimiento del cual se han valido los políticos de la derecha, con bastante habilidad, para catapulparse luego de casi una década de oscuridad y poco favor ciudadano.
 
  La inflexibilidad es un defecto político que suele acarrear graves consecuencias. El poder alcanzado, por los métodos que sean, cuestionables o no, por esta administración, puede disolverse como un castillo de naipes si se pierde la confianza ciudadana, o por lo menos su pasiva conformidad, o su resignación, si se quiere.

 

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