Por Eugenio Lloret Orellana
Ante una inminente y aterradora proliferación de armas nucleares se requiere continua atención y acción… Si se aplica una máxima muy sabia – que el éxito de una política se mide por las catástrofes que no se producen – se puede decir que los esfuerzos han alcanzado un éxito notable | |
A raíz de la explosión de una bomba nuclear sobre Japón en 1945, el rendimiento de las armas nucleares ha crecido geométricamente y hoy, 70 años después hemos entrado en una nueva era en la historia de la proliferación nuclear y la amenaza de su uso sigue en aumento. La alta tecnología ha llegado a ser una empresa mundial y la base de datos científicos en que se apoya es accesible en un plano casi universal. El lema de los ambiciosos fabricantes de bombas en el mundo actual podría ser: “Estas son nuestras tecnologías bélicas; sí no le gustan, le podemos mostrar otras”, de modo que las tecnologías de destrucción masiva se pueden propagar con rapidez a todo el planeta para la Tercera Guerra Mundial que ojalá nunca llegue a estallar. La bibliografía sobre la seguridad está llena de augurios catastróficos, sobre un mundo nuevo y multipolar, donde veintenas de estados serían poseedores de armas nucleares.
De hecho el rasgo más notable de la era nuclear ha sido el fuerte rechazo, cada día mayor, a esas armas. Ha calado muy hondo en la conciencia moderna la idea de que las armas nucleares son por completo diferentes de todas las demás armas. Su poder potencial es tan grande, que las hace casi imposible de usar, a menos que esté en juego la supervivencia misma de un país. Y aun en ese caso, se usarían más con un sentimiento de resignación ante la catástrofe, que con la esperanza de la victoria.
Ante una inminente y aterradora Era de la Proliferación de armas nucleares se requiere continua atención y acción. Sin embargo, el gran éxito del esfuerzo contra la proliferación ha durado más de lo que cualquiera habría podido prever. De hecho, si se aplica una máxima muy sabia – que el éxito de una política se mide por las catástrofes que no se producen – se puede decir que su éxito ha sido notable. Efectivamente, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por unanimidad una resolución que ratificó el acuerdo nuclear firmado por Irán
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y las grandes potencias (Estados Unidos, Rusia, Francia, Reino Unido, China y Alemania) que reduce al mínimo las posibilidades de una guerra y pone límites estrictos en la capacidad de Irán de desarrollar un arma nuclear por lo menos durante los próximos 10 o 15 años y es uno de los acuerdos más trascendentales en la historia diplomática reciente que augura que el siglo actual sea el siglo de la esperanza en donde todos los habitantes del planeta podamos vivir sin histeria, sin pánico frente a una guerra nuclear limitada o prolongada.
La mejor forma de protegerse contra la adquisición de armas de destrucción masiva por los países afectos a amenazar con ellos – o peor aún, a usarlas – consiste en lograr que esas naciones se transformen. Se trata en general de estados autoritarios o totalitarios donde no hay ni frenos y contrapesos parlamentarios, ni respeto a los derechos humanos; hay un grado indebido de sigilo y militarismo, y la economía, bajo el férreo control de la élite gobernante, está al servicio de programas ilegales para la adquisición de armas.
Se debería disuadir a los científicos para no trasmitir información sobre tecnología nuclear, química, biológica o de misiles; se debería castigar a los países que han prestado ayuda flagrante a las naciones proclives a adquirir armas de destrucción masiva. También en la diplomacia se le debe dar más alta prioridad a la disuasión y no proliferación de armas nucleares.
Por último, habrá que ver si el Pacto de Viena, logrado con sagacidad política tendente a reforzar el control mundial contra la proliferación atómica, está a la altura de la paz y de los retos que Obama y Rohamí han descrito. Sin embargo, el punto clave es que la propagación de la bomba atómica no es inevitable, es una meta factible y, en vista de todo lo que está en juego, merece el esfuerzo más vigoroso para que las armas nucleares no se utilicen jamás.
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