En la transición entre la sierra y la costa, a medio camino entre Cuenca y Guayaquil, la belleza sin igual del atardecer cautiva a los pasajeros que se detienen a mirar el paisaje
María José y Daniela, amigas que no se resistieron a fotografiarse con el sorprendente atardecer al fondo
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A fines de agosto el temporal fue propicio para admirar este regalo reconfortante para la vista y el espíritu. En el horizonte limitado por montañas verdes entre Molleturo y Luz María y sin límites hacia el oriente infinito, un manto de nubes resplandecientes de blancura se enrojece gradualmente al reflejo del sol color sangre, visible perfectamente en la redondez de su contorno, conforme llegan los minutos finales del día.
Al venir de la Costa, apenas atravesado un trayecto de neblina o lluvia, se descorre como un velo y asoma la luminosidad del panorama, en un contraste que no puede menos que admirarse con incredulidad. Asombrados, los viajeros dejan los vehículos para gozar del espectáculo con los pies sobre la tierra, capturándolo en fotografías o posando para llevar su imagen con el hermoso fondo del sitio en el que se va el día casi sin transición con la noche: desaparecido el sol, las nubes se hacen sombras.
Es difícil describir con palabras el atardecer contemplado desde ese mirador en plena carretera. Las fotografías liberan de expresiones verbales, pero tampoco pueden decir lo que sólo es posible ver y sentir ubicados en el mismo sitio.
Es difícil describir con palabras el atardecer contemplado desde ese mirador en plena carretera. Las fotografías liberan de expresiones verbales, pero tampoco pueden decir lo que sólo es posible ver y sentir ubicados en el mismo sitio.