Por Julio Carpio Vintimilla
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Queremos decir, en definitiva, que a una persona sensata le bastará con saber que el cambio es una ley de la vida; y, por consiguiente, una ley de la política. Un cambio muy natural, muy necesario y muy constante; nada de utopía ultraterrena… |
La derecha latinoamericana sabe poner huevos, pero no sabe cacarear… Hemos leído esta frase, hace no mucho, en EL MERCURIO, de Santiago de Chile. Así, -- en forma no solamente popular, sino completamente populachera -- el articulista resumía una muy especial argumentación; que nosotros, desde el primer momento, consideramos bastante endeble y un poco extravagante. (Pero, a pesar de estas notorias deficiencias, el autor tenía, efectivamente, algunas observaciones correctas y justas; y, además, nos había despertado un insatisfecho interés; pequeños logros de la escritura, que -- como muchos lectores saben -- son, más bien, infrecuentes en nuestro trillado y trivial periodismo de opinión…) En el fondo, el dicho texto pretendía explicar una paradoja de la apreciación política regional: La popularidad de la izquierda, a pesar de sus evidentes y enormes fracasos económicos; y, al revés, la impopularidad de la derecha, a pesar de sus visibles y bastante amplios éxitos económicos… Pruebas al canto. Para la primera parte de la afirmación, Cuba, Venezuela, Nicaragua; hasta la misma e increíble Argentina…; países, donde los gobiernos izquierdistas han terminado siendo verdaderos y literales fabricantes de pobreza. (Al respecto, la sorna popular rioplatense es decidora: Los peronistas quieren tanto a los pobres, que siempre los están multiplicando; para que nunca falten…) La derecha, en cambio, -- en México, Costa Rica, Panamá, Colombia, Perú y Chile, por ejemplo -- ha puesto en la clase media a decenas de millones de antiguos pobres… Pero esto último, -- realmente, una hazaña social -- en apariencia, no le impresiona, ni le importa a la mayoría de la gente… Resultado: La derecha tiene mala fama; con frecuencia, acumula quejas, reproches, acusaciones y reclamos; en dos palabras, recoge impopularidad…Y, de este modo, se llegó a la conclusión -- explicable y disculpable -- del colega austral: La derecha no sabe crear atractivo político; no ha aprendido, aún, algo muy importante: a promocionarse…
Sigamos y analicemos la cuestión. Es algo intrigante… Y vayamos por partes. En primer término: ¿Qué le parece a usted el uso laxo, aquí, de esa dupla de la izquierda y la derecha? ¿Algo casi inevitable en semejante planteo…? Sí, sí, claro… Y, ciertamente como usted sabrá -- la tal es la más vieja y la más popular de las dicotomías políticas modernas… Pero, ¿cree usted que es la más demostrativa y la más útil? No ha pensado en ello… Bueno, permítanos, entonces, decirle que no lo es. Y añadiremos, por nuestro lado, lo que, en esto, falta y se necesita: La mejor dicotomía política que se ha inventado es aquella de los dictatoriales y los democráticos. Expliquémonos. Dictatoriales suelen ser todos los radicales, -- o extremistas o maximalistas -- de cualquier orientación y color. (Creen poseer la verdad; y piensan, por ello, que tienen el derecho -- y hasta la misión -- de imponerla.) Democráticos, en cambio, suelen ser todos los moderados; igualmente, en todas sus orientaciones y en su completo cromatismo. (Creen, estos, que la verdad es siempre parcial y relativa; y que, por ello, los hombres deben -- igualmente siempre -- tratar, persuadir, ceder y convenir.) De tal forma, pues, los fascistas -- considerados como radicales de la derecha -- son evidentemente dictatoriales; como lo son, también, en el otro extremo, los comunistas, considerados radicales de la izquierda. (Ahora bien, -- aplicando lo dicho a nuestras circunstancias -- en rigor, nunca hubo, en América Latina, un fascismo integral. Y -- salvo el estalinismo de los Castro -- tampoco hubo un comunismo integral.) Entonces, esquemáticamente, nos tendremos que quedar -- para éste, nuestro caso específico -- con los moderados: el centro de la izquierda y el centro de la derecha. Y, a los dos grupos, -- forzando, de mala manera, la dialéctica -- los tendremos que llamar, aquí, muy imprecisamente, la derecha. Y tendremos también que aceptar, -- sólo por el momento -- a los socialismos radicales como la izquierda. Y, así, dentro de lo que cabe, hemos delimitado las posiciones políticas de este especial juego.
La derecha no está tan mal dotada como se supone: tiene lo suyo y los suyos. La izquierda no está tan favorecida como se cree. |
Y veamos, ahora, eso del atractivo de la izquierda. Que venga, para ello, de nuevo, Eduardo Galeano. El uruguayo afirmó, cierta vez, que lo mejor y más positivo de las utopías es que sirven para hacernos avanzar… (No habló, -- como podía esperarse -- de la bondad intrínseca de las tales. Más bien, -- mostrando un criterio indeciso -- prefirió salirse por la tangente… ¿De paso, es, en verdad, la seducción de las utopías el secreto del supuesto y vigoroso llamado de la izquierda?) Bueno, nosotros no estamos de acuerdo con la afirmación anterior. Y creemos, en cambio, que ella -- como tantas otras de las suyas -- no es ni siquiera una media verdad. (Con lo cual, por supuesto, ya sería también, al mismo tiempo, una media mentira.) El asunto es peor aún: Tan curioso dicho sólo contiene un semeje, un atisbo, una pizca de verdad; casi nada de verdad, pues… Es apenas un espejismo dialéctico. Entonces, -- empleando una palabra fuerte y directa -- es, en realidad, un engaño. Sí, lo reiteramos, calificándolo: un caprichoso engaño. Nosotros, -- cuando leímos esto -- nos acordamos, de inmediato, de una vieja viñeta infantil: la del jinete que le hace correr al burro con una zanahoria atada al extremo de un palo… (Pero, desde luego, aquel dibujito era nada más que un inocente chiste, hecho para unas inocentes personitas; y escasamente tenía que ver con la realidad… Porque el burro -- por muy burro que fuera -- se iba a dar cuenta, más en breve que a la corta, que era imposible alcanzar la zanahoria; y, por lo mismo, habría dejado de correr en vano…) Y -- modificando lo que corresponda -- la mayoría de los humanos tampoco son tan tontos como para avanzar siempre, galeanamente, detrás del espejismo de una utopía…
Y aquí entra bien lo de la derecha. Queremos decir, en definitiva, que a una persona sensata le bastará con saber que el cambio es una ley de la vida; y, por consiguiente, una ley de la política. Un cambio muy natural, muy necesario y muy constante; nada de utopía ultraterrena… Heráclito, pues, -- el de los ríos y los baños, hace más de dos milenios -- tuvo muchísima más razón que los exaltados izquierdistas de hoy. Y tuvo un atractivo intelectual, verdadero, clásico y elegante; que las desmedidas y disparatadas utopías de la modernidad no pueden tener. ¿Será correcto, en consecuencia, afirmar que la derecha -- que, en este caso, es la heredera de la filosófica moderación helena y no del extremismo religioso judaico -- no tiene atractivo? ¿No tendrá la derecha, acaso, a lo mejor, -- en las precisas palabras del cinematográfico título de Buñuel -- el discreto encanto de la burguesía? El encanto de la sobriedad, la serenidad, la proporción y la justeza… Es decir, la mesurada atracción política de una auténtica y cabal democracia… (Desde luego, con las limitaciones y las fallas de cualquier obra humana…) Y, bueno, así, ya hemos llegado mucho más lejos que el colega chileno…
Y, finalmente, juntemos y atemos las conclusiones del asunto. La paradoja de la opinión existe. La derecha no está tan mal dotada como se supone: tiene lo suyo y los suyos. La izquierda no está tan favorecida como se cree. (Aunque se beneficia, en verdad, de ciertos atavismos sicológicos. Artículo nuestro, AVANCE, 08/14.) La publicidad y la propaganda, por sí solas, no producen atractivo político. (Pero -- en otro campo -- siempre sirven para manipular a la gente.) Y no le demos al cacareo, las fanfarronadas y los aspavientos más importancia que la poca que tienen.