Por Yolanda Reinoso*
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Sobre el piso crece un verde musgo, sano y húmedo gracias a las constantes lluvias tan típicas del lugar. Este detalle marca aún más el ruinoso aspecto del castillo que, pese a todo, es una fortaleza en pie |

Besar esa piedra es uno de los motivos principales que lleva a la gente a Blarney, un castillo irlandés edificado en el año 1446 por la familia MacCarthy en la localidad del mismo nombre, en las afueras de Cork. El motivo de nuestro viaje es, fuera de besar la piedra, que mi familia política y mi esposo quienes, como muchos otros estadounidenses, tienen ancestros en Irlanda, puedan hallar algún dato certero sobre los orígenes de su apellido, y quizá hasta puedan conocer a algún descendiente de quienes emigraron hace mucho a Estados Unidos.

Sobre el piso que por el desgaste va quedando en una superficie de tierra en amplios espacios, crece un verde musgo, sano y húmedo gracias a las constantes lluvias tan típicas del lugar. Ese detalle marca aún más el ruinoso aspecto del castillo que, pese a todo, es una fortaleza en pie; de ello dan cuenta su edad, su pasado medieval, el grosor de sus paredes. Como en el centro lo que queda es un hueco, éste se convierte en un respetable abismo a medida que ascendemos por las viejas escaleras de piedra. No hay pasamanos que brinden una mínima sensación de seguridad y, sin embargo, hasta la persona más nerviosa continúa ascendiendo con el fin de alcanzar la torre más alta, donde yace la famosa piedra que hay que besar.

Muchas de las ventanas tienen barrotes, lo cual hace pensar en cuentos de princesas prisioneras y encerradas en lo alto. A casi ya 27 metros, se aprecia en todo su esplendor un verdor muy generoso rodeando el castillo. Al llegar a lo alto de la torre, a una suerte de terraza donde la gente debe ponerse en fila para esperar su turno de besar la famosa piedra, hay quienes deciden pasar de largo, pues la llamada “piedra de la elocuencia” es la parte más baja de una almena, es decir que se trata de una saliente suspendida en lo alto, con el soporte de barandas. Así pues, para besar la piedra, hay que acostarse boca arriba, y confiar en el empleado de turno que nos empuja hacia afuera una vez que nos hemos agarrado con fuerza a las barandas. De media espalda para arriba, uno queda suspendido a la ya mencionada altura respetable; el beso es rápido y, en cuanto concluye, el empleado lo ayuda a uno a incorporarse. Cuenta la leyenda que quien se aventura a besar la piedra, recibe el don de la elocuencia, con la sonada promesa de que lo mínimo que se puede alcanzar es la entrada a la alcoba de una persona deseada, y hasta llegar a ser miembro del parlamento.
