El país atraviesa estos instantes por una situación de innegable conflictividad, quizás la más delicada en lo que va  del  gobierno de Alianza País, presidido desde hace más de siete años por la figura para muchos emblemática y aun indispensable del Presidente Rafael Correa.
 
La aplicación de los planes gubernamentales, que se ajusta al afán de modernización propuesto para cambiar la vieja estructura del Estado, afecta o involucra a todo el conglomerado social, en las esferas pública y privada. Resulta natural, entonces, que ello despierte reacciones a favor o en contra de la política oficial. Lo que resultaría muy grave es permitir que la situación llegue a bordear la división de la sociedad en bandos irreconciliables y antagónicos, como ocurre este momento en otros países de la región.
 
Se impone, pues, la necesidad de aprender justamente de los errores ajenos en bien del convivir democrático, a sabiendas de que  las grandes tragedias que sumieron en la incertidumbre a muchos pueblos fueron la consecuencia de que uno u otro sector se constituyó, en un determinado lapso de la historia, en el  depositario absoluto de la verdad. 
 

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