Por Julio Carpio Vintimilla

 

 La Historia es el estudio del pasado. De todo el variadísimo pasado… Todo lo ocurrido en los ayeres es Historia… No sólo las exclusivas, sobrestimadas y sobredimensionadas luchas sociales… Si la Historia es la maestra de la vida ¿no debiera hacer a las personas más sagaces, más tolerantes, más inteligentes?           

 

 
Nos ha sorprendido -- en forma desagradable, desde luego -- que unos autodenominados historiadores se hayan referido, en los últimos meses, a la Historia “oficial” y a la Historia “verdadera”. ¿Por qué? Pues, porque nosotros creíamos que semejante enfoque ideológico -- primario, elemental y maniqueo -- ya había sido, cuando menos, parcialmente superado. Pero no… Los dogmas -- lo sabemos bien -- son gatos de siete vidas; y esos gatos engordan y se fortalecen cuando hay situaciones sociales de confrontación. (Lo cual, por desgracia, está ocurriendo hoy día en el Ecuador.) ¿Hay que criticar este desaguisado? Ciertamente. Dejarlo pasar equivaldría a callar; para otorgarle razón a un bajo y antidemocrático populismo intelectual. (Aquel que inventó, por ejemplo, esa sobada tontería de la Segunda Independencia.) Y, aquí, un par de precisiones: (1) No tenemos nada en contra de los historiadores aficionados. (Creemos, más bien, que los historiadores profesionales debieran alentarlos; porque su colaboración voluntaria amplía y promueve la actividad…)  (2) Pero sí lamentamos, en cambio, los excesos de ellos: sus desatinados atrevimientos. (Como ése de quitarle importancia a Colón y a la cultura española de América Latina…) Bueno, hay que fundamentar y desarrollar nuestra crítica. Y vamos a hacerlo.
 
La Historia de las Historias del Ecuador (historiografía) es relativamente rica. Y, dentro de sus limitaciones, ha correspondido bastante bien a la importancia de nuestros aconteceres históricos, a nuestros hechos del pasado. (Culturas indígenas más o menos pioneras; el Imperio Incásico; el Imperio Español; América Latina…) Démosle un vistazo al asunto. Algunos saben que los quipus incásicos constituían un sistema de contabilidad y de registro de hechos; y, quizás, también, de registro de una información mayor y más variada, incluida la memoria histórica. (Los quipucamayus eran los especialistas encargados de hacerlos y de mantenerlos.) Aparte de sus propias observaciones, los cronistas españoles recogieron algo de los mismos y, también, algo de la siempre existente tradición oral. Fueron así, a su modo, unos historiadores. Nuestro primer historiador formal -- el padre Juan de Velasco -- recopiló, con un sentido más bien mítico, lo conocido en su época y lo que él mismo había logrado averiguar. Con Federico González Suárez, los ecuatorianos entramos ya en el campo de una Historia mucho más fáctica y documental (la arqueología incluida). Jacinto Jijón y Caamaño y Emilio Estrada Icaza -- personajes renacentistas; empresarios, políticos, notables estudiosos, mecenas, entre otras cosas -- añadieron a la historiografía ecuatoriana las actualizadas investigaciones arqueológicas de la primera mitad del siglo XX. (En parte, por lo menos, gracias a ellos, trabajaron, en el Ecuador, investigadores extranjeros como Max Uhle, Clifford Evans, Betty Meggers, Pedro Armillas…) 
 
En los años cincuenta del siglo XX, se había creado, en la Universidad de Cuenca, una nueva facultad de Filosofía y Letras. En ella, Gabriel Cevallos García -- historiador por vocación y una particular y esforzada preparación; había hecho unos años de estudios en España -- inauguró, por primera vez en el país, el estudio de la Historia en el nivel superior.
Y, ahora, -- para avanzar en el asunto -- deberemos mirar a la ciudad de Cuenca, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. Se había creado, en la Universidad de Cuenca, una nueva facultad de Filosofía y Letras. En ella, Gabriel Cevallos García -- historiador por vocación y una particular y esforzada preparación; había hecho unos años de estudios en España -- inauguró, por primera vez en el país, el estudio de la Historia en el nivel superior. Durante unos años prometedores, la especialidad fue creciendo con el aporte de sus alumnos; -- Juan Cueva Jaramillo, Juan Cordero Íñiguez, Ernesto Salazar González y otros --  quienes, a su vez, habían hecho ampliación de estudios o posgrados en el exterior. Los estudiantes de Historia de aquella buena y excepcional época fueron, luego, catedráticos y competentes maestros secundarios; algunos, hasta investigadores de mérito… Y no hubo realmente nada parecido en las demás universidades del país. (Salvo un logro menor en la PUCE de Quito; y otro, de carácter paralelo, en la Politécnica del Litoral: la creación de la Escuela de Arqueología, gracias a los empeños de Presley Norton.) Y, en este punto, debemos hacer una especulación: ¿En dónde estaríamos hoy si hubiéramos seguido el ancho camino que nos indicó Cevallos García?  Pues, habríamos llegado, con el tiempo, a tener unos adecuados departamentos de Historia; al menos, como aquellos que existen en Brasil, México, Argentina y Chile… Habríamos tenido, quizás, una especialidad de Arqueología en alguna universidad de la Sierra… Habríamos tenido, en el país, unos dos departamentos de Antropología (ciencia social importante por ella misma y complementaria de la Historia)… En fin, habríamos progresado académicamente; como correspondía a lo necesario y a lo debido…
 
¿Y qué pasó en efecto?  Pues, que se vino la politización socialistoide de las universidades.Y, con ella, la incipiente Historia debió pagar la cuota proporcional de las pérdidas académicas…Y eso no fue todo. Hubo que añadir a la desgracia superior las chapuceras y ramplonas reformas curriculares de la secundaria. (Primera: La Historia y la Geografía se juntaron en una sola asignatura. Segunda: La asignatura juntada se convirtió, posteriormente, en unos informes “bloques”, “conjuntos” o “principios básicos” de las ciencias sociales. Tercera: En forma patriotera, ingenua y demagógica, se impuso la enseñanza de la famosa “Historia de los Límites”.) Resultados: (a) Muchos ecuatorianos son hoy día casi analfabetos en cuestiones históricas y geográficas; fundamentales en la formación del hombre y del ciudadano. (b) Los egresados universitarios de Historia y Geografía perdieron su principal campo de ocupación. (c) Las especialidades universitarias de Historia y Geografía se debilitaron; hasta el punto de perder prácticamente su razón de ser y de volverse muy prescindibles… / Y, como semejantes vacíos se llenan, éste ha sido llenado, de mala manera, por la improvisada y prepotente “Historia” de los marxistas y los populistas; la “Historia verdadera”…Y a la otra -- la Historia laboriosa, plural y bastante ilustrada de González Suárez, Robalino Dávila, Cevallos García y todos los demás -- se la considera una “Historia oficial”…Y así de triste es la realidad de la Historia ecuatoriana nuestros días.
 
Necesitaremos una metáfora para finalizar este asunto. ¿Qué tal si metiéramos toda la historiografía ecuatoriana -- desde los quipucamayus hasta Jorge Salvador Lara -- en una gran bolsa? ¿Tendría que ser una bolsa grande, muy grande, verdad? (Porque también deberíamos poner en ella toda la producción extranjera: franceses, alemanes, norteamericanos…) Y, en cambio y por supuesto, para meter la producción de todos los aficionados izquierdistas del siglo XX y del XXI sólo necesitaríamos una bolsita… (Y de la calidad, mejor no hablemos…) ¿Y qué pasaría si pusiéramos las dos bolsas en una gran balanza de dos platos?  Obvio…Y, además, recordemos que la Historia es el estudio del pasado. De todo el enorme pasado… De todo el variadísimo pasado… Todo lo ocurrido en los ayeres es Historia… No solamente las exclusivas, sobrestimadas y sobredimensionadas luchas sociales… ¿Y la Historia -- si es la maestra de la vida -- no debiera hacer a las personas más sagaces, más tolerantes, más inteligentes? ¿Y esto no debiera aplicarse, con mucha mayor razón, a los historiadores aficionados o profesionales? ¿Deberemos seguir?  Ya no… Sólo añadamos que la dicotomía -- la Historia “oficial” y la “verdadera” -- es nada más que una simpleza, una necedad… En definitiva, uno más de los muchos empobrecimientos que nos ha traído la izquierda extrema de América Latina.
 

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