Por Alba Luz Mora
Las altas autoridades deben tomar en cuenta que están expuestas al juicio público, a la observación exigente de los medios de comunicación y que no se hallan exentos del juicio severo y a veces exagerado de las personas, sus colaboradores y allegados |
La credibilidad es el grado de seguridad y confianza que despertamos en los demás. El éxito de cualquier organización o individuo depende mucho de ella, pues presume que se tiene fe en esa persona o liderazgo y jamás se pone en duda su idoneidad al expresarse y actuar. Y ese juicio meridiano sólo genera quien habla la verdad, procede con sinceridad, no da lugar a que se desconfíe ni recele sobre su vida, sus decisiones y su conducta.
Las altas autoridades son las que en mayor grado deben atesorar y conservar esa virtud y cuidar la última palabra y la mínima manifestación en sus expresiones y procederes. Tomar en cuenta que están expuestas al juicio público, a la observación exigente de quienes manejan los medios de comunicación y trajinan en la política, y que no se hallan exentos del juicio severo y a veces exagerado de las personas, sus colaboradores y allegados.
Vivimos una época eminentemente mediática, en que los políticos y figuras gubernamentales son fácilmente identificables y ocupan un primer plano en informaciones, actos oficiales y sociales, a veces sin ninguna trascendencia. El anonimato prácticamente sólo existe para el marginado o aquel que jamás incursionó ni experimentó los gajes de la política, el poder y la vida pública. El mínimo movimiento y cualquier tipo de conducta o expresión poco meditada pueden acarrear complicaciones muy serias y hasta lamentables.
La vida cotidiana de un funcionario respetable requiere planificación y programación
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acordes con la realidad y bien concebidas, seguridad en su cumplimiento, evitando las improvisaciones o el actuar por impulsos no controlados o inclinarse por ensayos de conducta política sin garantía de éxito o caer en las especulaciones del orden que fueren, que afecten la buena marcha de una administración y la seriedad de sus acciones.
Si el Ecuador, que forma parte del sistema Interamericano de Naciones y de su máximo organismo, la Organización de Naciones Unidas, no toma en cuenta y desconoce esa realidad, no estamos actuando con sindéresis ni con lógica.
Vivimos la era del inmediatismo, de la velocidad en las informaciones, casi a vista y paciencia del público en general, y quienes lideran o pertenecen a entidades mundiales o regionales deben siempre considerar que sus decisiones y acciones están a vista de la sociedad en general y de la evaluación de los organismos multinacionales.
Analizar con seriedad y claridad meridiana las diversas opciones o posiciones que se adopten porque tienen el aval y la confianza de toda una nación políticamente organizada y las contradicciones o actuaciones oficiales precipitadas caerán en el vacío cuando deberían estar a salvo del mínimo matiz de duda o inseguridad y de las reacciones temperamentales y las actuaciones públicas poco meditadas. “Sólo un gobierno temperado puede ser libre” advertía la sabiduría de Bolívar en 1820. Tengámoslo en cuenta.
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