Por Eugenio Lloret Orellana
David Callier y Atreven Levitsky, en el libro Democracia sin adjetivos, anotaron 550 “formas distintas de denominar la democracia con ayuda de un adjetivo, de un prefijo o de ambos a la vez” | |
Fernando Lázaro Carreter, uno de los lingüistas españoles de mayor predicamento en la contemporaneidad, observó que la palabra democracia tiene más de veinticinco siglos y en español se documenta desde principios del siglo XVII, siempre con el significado central de “gobierno para el pueblo”.
Sin embargo – dijo – el aura connotativa, de afecto o desafecto, de estima o de aprensión ante esa palabra, ha ido cambiando constantemente, según los individuos, según las ideologías, según los tiempos. No habría mayores discusiones, en principio, si se dijera que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo tal como fue definida por Lincoln.
Anotan dos politólogos españoles, Juan Francisco Fuentes y Juan Fernández Sebastián, que la palabra democracia fue maltratada en influyentes círculos intelectuales de España entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Ángel Ganivet habló de “inmunda democracia”; Pío Baroja se quejó del “absolutismo del número”, y Miguel de Unamuno, nada menos, se refirió a la “dictadura del número” y disparó con patético sentido de actualidad, contra la “analfabetocracia”.
Versiones como democracia republicana, constitucional, popular, liberal apenas representan varias olas en un inmenso mar de definiciones explorado por David Callier y Atreven Levitsky, en el libro Democracia sin adjetivos. Estos autores anotaron 550 “formas distintas de denominar la democracia con ayuda de un adjetivo, de un prefijo o de ambos a la vez” : democracia electoral, democracia de baja intensidad, cuasi democracia o semi democracia, plutocracia, y así hasta el cansancio en una serie de deformaciones de la palabra democracia hasta quitarle aliento en el lenguaje político. El valor de las palabras se quiebra, como todo, con la corrupción y deja así de servir a sus fines.
La instauración de la democracia en sustitución de los sistemas políticos autoritarios cuyo auge comenzó
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hace cuarenta años en Europa, Asia y América Latina ha cobrado gran ímpetu en todo el mundo. El movimiento paralelo de crear garantías internacionales para la protección de las instituciones democráticas – elecciones libres y justas entre muchos partidos, el imperio de la ley, los derechos de las minorías, y una rama judicial independiente – también ha cobrado más fuerza.
Las Naciones Unidas y otras organizaciones regionales han ampliado sus actas constitutivas, han enviado asesores y observadores a las elecciones, y en algunos casos han formado fuerzas de paz para dar apoyo a las nuevas democracias. Por lo tanto se está formando un consenso internacional, no sólo en torno a conceptos como “democracia” y “elecciones libres”, sino también sobre su verdadero significado en la práctica y los requisitos mínimos de una democracia constitucional: las elecciones libres, el derecho a la disidencia política, el estado de derecho y la protección de los derechos de las minorías, con una rama judicial independiente que se encargue del cumplimiento en situaciones específicas.
Los gobiernos democráticos son más pacíficos y menos afectos a provocar actos de violencia, son menos proclives a intervenir en otras democracias y muestran una mayor tendencia a estar en favor de la resolución pacífica de los conflictos y a fomentar el libre comercio.
La doctrina de la no intervención que consta en la carta original de la OEA se deberá reforzar con procedimientos de acción específicos para proteger a los gobiernos democráticos. Como quiera que sea, la OEA avanza por el camino acertado y solo el tiempo podrá mostrar el grado de éxito que alcance. Igual le espera a la UNASUR en sus esfuerzos por preservar la democracia.
Los Estados Unidos deben declarar de un modo inequívoco su deseo de ayudar a las democracias para que éstas logren prevalecer frente a sus enemigos en el exterior y en el interior, que se oponen a su avance hacia la democracia constitucional. Eso le hace falta.
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