Por Yolanda Reinoso*
Muchas vidas se perdieron durante la construcción de esta locura arquitectónica: se habla de hombres llevados a la fuerza por orden del emperador de turno. Muchos murieron acarreando piedras y edificando muros
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En invierno, debido a los fuertes vientos y al frío de las alturas, la Gran Muralla no se halla abarrotada de visitantes. El silencio nos permite escuchar en la vívida imaginación los pasos de los trabajadores que acarrearon las grandes piedras, los gemidos por el esfuerzo al subir las empinadas cuestas, los suspiros de temor al bajar viendo el abismo que se precipita hacia el pueblo de Mutianyu. La sección de la muralla en esta zona tiene un largo de 2.5 kilómetros y un total de 22 torres de vigilancia. Desde éstas se puede ver a lo lejos las cadenas montañosas de Mongolia, a una distancia que no impide apreciar lo estratégico de las torres, pues el avance de los hombres prestos a atacar debe haberse observado sin mayor dificultad.
Estas ensoñaciones tienen íntima relación con un libro obsequiado por mis padres en mi niñez: una colección de “Cuentos Chinos” con base en tradiciones orales del milenario país. Una de esas historias es la que refiere las vidas que se perdieron durante la construcción de esta locura arquitectónica. Se habla de hombres que fueron llevados a la fuerza por orden del emperador que estuviese de turno, ya que hay que recordar que la Gran Muralla se construyó en distintas etapas y en diferentes partes del territorio. Muchos no volvieron jamás a su hogar, murieron acarreando piedras y edificando muros. Se relata la vida de mujeres y niños que nunca más supieron el fin de sus esposos y padres, respectivamente, sin haber perdido la esperanza de un retorno hasta el fin de sus días. Quizá lo desgarrador de la separación es lo que fijó en mi mente la idea del dolor humano asociado a esta maravilla. Los estudiosos suponen que quienes perecieron fueron enterrados en las inmediaciones, probablemente con poca solemnidad dado el apremio impuesto por la orden de no parar a no ser que el emperador lo ordenase.
La altura de las paredes oscila entre 5 y 8 metros, lo cual llama la atención puesto que si su objetivo era sobre todo militar, mal habrían querido los guerreros ser fácilmente vistos desde las planicies, y aunque la vegetación tapa muchas secciones, hay partes que son perfectamente visibles desde el pueblo. El ladrillo predomina en esta zona de la muralla, conjuntamente con piedra caliza. Los expertos aseguran que los materiales varían de segmento a segmento, puesto que se usaba lo que hubiera disponible en la región.
El ancho de sus laderas varía: las hay que exigen pasos cortos y no por eso menos cansados, y están las que requieren buenos trancos, pero todas son por igual fatigantes. Muchos se sientan a descansar, y hay quienes dicen “hasta aquí nomás”. La caminata le hace a uno entrar en calor y pronto, el viento frío se convierte en un soplo de alivio. Las torres de vigilancia, con sus divisiones en cuarteles para el descanso de los guerreros, son usadas hoy en día también para protegerse por un momento del sol mientras se descansa de las subidas y bajadas que no dan tregua. A falta de luz, esos cuartos son helados en invierno e, imagino, en verano deben mantenerse frescos.
Para entonar con la travesía, me llevé a este viaje un libro hermoso que me obsequió en Cuenca una gran amiga. La obra narra la vida temprana de Genghis Khan y cuenta que en uno de sus viajes en busca de conquista, observó cómo había una separación entre la gente que vivía protegida adentro de la muralla, en comparación con quienes vivían afuera de ésta; los unos jamás les hablaban siquiera a los otros. El pasaje es más bien breve pero muy significativo en la historia de la sociedad china, pues evidencia la distinción social pese a que ambos tipos de gentes andaban condenados a ser nómadas a falta de techo constante.
Su presencia tampoco es difícil de imaginar, pues el recorrido entre paredes que se levantan a ambos lados, da la sensación de protección, de aislamiento de la naturaleza que rodea con su inmensidad esta construcción que parece no terminar nunca al mirar hacia donde alcanza la vista en la distancia.
La edificación de esta muralla increíble data del siglo III A.C. y se extiende en el tiempo hasta el siglo XVII con la dinastía Ming. No sorprende que la UNESCO haya declarado a este bien como Patrimonio de la Humanidad: encierra historia, modifica la geografía, simboliza la lucha de un pueblo por protegerse y hasta da cuenta de los estratos sociales y usos de una nación nada fácil de descifrar.