Pocas veces en la historia del país han sido tan claras las lecciones del pueblo en las urnas: solo la ceguera política impediría una lectura precisa de la voluntad de los ecuatorianos en sus ciudades más pobladas e influyentes. Los resultados contundentes no han podido menos que provocar un golpe de timón en el gobierno y en su movimiento político y a ello se deben, precisamente, la crisis de gabinete y las controversias al interior de Alianza País por encontrar razones y culpables en la derrota si no aceptada, pública y notoria.
Después del 23 de febrero el panorama político ecuatoriano no es el mismo de antes y la obligación del Gobierno es asumir la realidad con serena responsabilidad para corregir rumbos. Los errores solo pueden advertirse después de cometidos y estas elecciones han sido la oportunidad para hacerlos notorios. El pueblo quiere además de obras –que sí las hay- más democracia, más libertad, más respeto, más tolerancia. Y eso es lo que hay que acatar para satisfacerlo.
Las elecciones han sido auténtica lección de democracia. Tanto o más que para escoger a las autoridades seccionales, tienen el valor y el poder de un remezón oportuno para la reflexión inmediata sobre el presente y la proyección del pensamiento hacia el futuro del país. En manos del Gobierno está usar acertadamente el pronunciamiento de los mandantes en las urnas.