Por Yolanda Reinoso*

La monumental obra hizo levantar un emperador musulmán para la esposa que más amó, muerta a los 38 años al nacer el décimo cuarto heredero
 
 
 
La historia de amor que rodea al Taj Mahal parece de un cuento: el emperador musulmán Shah Jahan se enamoró perdidamente de una de sus esposas, Mumtaz Mahal. Era por todos sabido que ella era su favorita. Habían procreado ya trece descendientes, hasta que el cuerpo de Mumtaz sucumbió durante el parto del decimocuarto, cuando apenas contaba  38 años de edad. A la muerte de su esposa en 1631, el emperador se recluyó para entregarse al dolor del duelo, y mandó construir después el mausoleo donde se trasladaría el cuerpo de su amada dos décadas después.
 
Su construcción debe haberle costado muchas lágrimas al emperador, pues bien podemos concluir que su congoja se estancó en la construcción de la tumba definitiva de su esposa al ser un proceso que duró poco más de veinte años. El hecho además tuvo gran influencia política, pues el pueblo veía con malos ojos un proyecto cuyo alto costo contrastaba con la extrema pobreza, a más de la vida trastocada de 20.000 trabajadores reclutados para poner en marcha un trabajo que, acompañado de un tinte tan triste, costó a muchos la salud y hasta la vida por las arduas condiciones.
 
Poco antes del amanecer, ya hay cientos de personas formando una larga fila en las afueras del complejo que circunda el bello mausoleo. El blanco puro del mármol que recubre su estructura, se distingue aún más en comparación con el rojo ladrillo de la puerta de entrada y las dos mezquitas a sus lados. El mármol blanco además crea tonalidades rosas con la ayuda de la primera luz solar, y si el clima es favorable, la niebla cubre al complejo en una suerte de manto de vapor que lo inunda todo de una energía mística, como si algo que no pertenece al mundo corpóreo habitara en el ambiente, por encima de la comprensión de nuestros terrenales pensamientos.
 
Las autoridades de turismo se toman muy en serio el cuidado del mausoleo; hay que pasar controles de seguridad debido a las continuas amenazas de grupos extremistas de hacer volar el Taj Mahal en pedazos, pero además hay que ponerse protectores de calzado desechables a fin de evitar manchas que, dada la deficiente limpieza de la ciudad, sería constante si consideramos que más de dos millones de turistas visitan este precioso sitio cada año.
 
A primera vista, lo más impactante de la edificación resulta la cúpula, pues aparte de su dimensión, de por sí pensada para dominar, resulta que reposa sobre la estructura base a una altura de 35 metros, perfectamente delineada, parecida a las cúpulas de las mezquitas del mundo árabe ya que este tipo de arquitectura está presente en su decoración, al igual que la de estilo hindú y persa, formando el mejor ejemplo de edificación mongola conforme indica la guía.
 
Una expresión muy bella de la influencia islamita en el Taj Mahal, se halla en el portal de entrada, pues los caracteres árabes reconocibles al instante, se elevan a lo alto en el marco. Se trata de textos del Corán que, según se ha deducido de la poca documentación relativa a su construcción, fueron escogidos por el mismo emperador. Combinan con el arco superior del portal, decorado con bellas flores esculpidas en el mármol en base a piedras incrustadas en los paneles. En la ornamentación, hay baños de oro, jade, zafiros, amatistas, ágata, lapislázuli.
 
Los 4 minaretes, que parecen escoltar el mausoleo cual altísimos soldados estilizados, tienen una leve inclinación que sólo es visible en las fotografías tomadas desde ciertos ángulos a contraluz.
 
Al interior, los detalles más admirables se encuentran en el tumbado y las paredes: flores y caligrafía abundan. Al centro, en una sala octogonal, rodeados de mallas protectoras, reposan las tumbas de la amante pareja. Resulta evidente que la de él está a un lado y la de ella al centro, ya que en principio el mausoleo fue construido para ella solamente. Algo que pocos visitantes saben, es que en realidad sus cuerpos se encuentran depositados a varios metros bajo tierra.
 
Con la luz en lo alto, el Taj Mahal se refleja en el estanque de los jardines exteriores. El mausoleo es hermosísimo, pero también inspira una cierta soledad, una grandeza que no es conmensurable y una sensación de vacío que no halla su punto de explicación. Debe ser porque su existencia está ligada al amor, a la muerte, a lo inesperado de la pérdida, es decir, a la existencia en sí que, con nuestros pies sobre la tierra, sigue siendo un misterio.

Suscríbase

Suscríbase y reciba nuestras ediciones impresas en su oficina o domicilio llamando al 0984559424

Publicidad

Promocione su empresa en nuestras ediciones impresas llamando al 0999296233