Por Angel Pacífico Guerra
 
La proliferación de  Pases del Niño por las calles estrechas y congestionadas del centro histórico de Cuenca, amerita acciones para que no alteren la vida de la ciudad
 
El pueblo cuencano y los turistas del país y del exterior disfrutaron del Pase del Niño Viajero, imagen secular venerada por el pueblo gracias a la promoción de los priostes, padrinos y autoridades que se empeñan en mantener la tradición y  los cultos religiosos de la ciudad católica, apostólica y romana.
 
Está bien que los organismos públicos apoyen estas expresiones de cultura popular enraizada en la sangre de las generaciones de habitantes de la capital azuaya. El Pase es uno de los acontecimientos esplendorosos de mayor atracción para propios y extraños, aunque se vaya vaciando constantemente del contenido religioso y espiritual propios de la temporada navideña. ¿Qué diría Jesús si volviera al mundo, frente al ajetreo comercial e inversiones vinculadas a la multitudinaria procesión?
 
Pero esos son detalles que no vienen al caso, además que la voz del pueblo es la voz de Dios, según los entendidos en los temas canónicos. Lo que ahora, cuando Cuenca es una de las ciudades ecuatorianas y del mundo más complicadas en la circulación de peatones y vehículos, debemos es abordar estas marchas desde el punto de vista conflictivo relacionado con la movilidad urbana. Es aceptable que el 24 de diciembre se promueva, autorice y apoye la toma de la ciudad por lo paseantes. Es comprensible y necesario que se respete la tradición, el folclore, la devoción populares, pero sí debe hacerse reparo a la repetición cansina de procesiones en la larga temporada que se extiende hasta el Carnaval.
 
Y por suerte este año al parecer el Carnaval caerá temprano, para ahorrar procesiones y molestias. No es justo que se paralice el centro histórico de Cuenca varias veces al día, para dar paso a las caravanas de carros alegóricos, de acémilas y a veces de pocos devotos que obligan a detener la marcha de peatones y vehículos en la zona permanentemente ya conflictiva de movilización urbana.
 
No es preciso prohibir estas expresiones de cultura popular en el centro histórico, pero sí es necesario y conveniente reglamentarlas, disciplinarlas y asignarles espacios apropiados para su desarrollo, sin que afecten al común de los mortales que quieren vivir, trabajar, moverse y respirar debidamente en las horas de trabajo, de ajetreos particulares, de necesidades cotidianas.
Los organizadores de los Pases del Niño Viajero merecen el aplauso y la felicitación por su patriotismo, devoción y buenas intenciones y hasta por su paz de conciencia frente al mantenimiento de esta tradición que distingue a Cuenca. Pero la dinamia de la ciudad, el respeto a los vecinos, el derecho de los empleados públicos, las amas de casa, los ciudadanos que cumplen sus obligaciones y necesidades en el centro histórico, mandan a reclamar que se los deje estar en paz. Pedir a las autoridades que intervengan en este sentido, no es atentar contra la cultura popular tan admirada y querida, sino demandar que se respete el derecho ajeno, que no se paralice la urbe, que no se transforme en incomodidad y fastidio una programación que puede tener espacios más apropiados para cumplirse.
 
El Pase del 24 de diciembre fue todo un espectáculo, un acontecimiento, una hermosa exhibición de valores heredados y de riquezas patrimoniales. Felicitaciones por ello. Pero, por el amor al Niño Dios, ya es tiempo de que se comience a organizar por requerimientos del bienestar colectivo, y hasta por circunstancias económicas, esta clase de manifestaciones que, al proliferar, pierden el atractivo y respetabilidad, para convertirse en motivo de inconformidad y malestar.
 

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