Por Yolanda Reinoso*
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La impresión de viaje en el tiempo no reside sólo en conocer la historia de un negocio familiar, sino en la forma de confección que se mantiene: los caramelos y demás dulces que se producen en la fábrica Hammond’s se cortan y empacan a mano |

Apenas había asistido a su primer día de clases en el colegio, cuando Carl Hammond anunció en casa la decisión de abandonar la preparación académica. Era la primera década del siglo XX en la ciudad de Denver, y no era anormal que los padres permitieran a sus hijos dejar los estudios a fin de que aportasen al sustento familiar mediante un trabajo. Hoy, en Estados Unidos esta historia no es factible.

En la entrada a las instalaciones, fotografías en blanco y negro muestran parte de la vida dejada por los Hammond en el quehacer de dulces. También hay piezas que Carl usó al iniciar su negocio. Como suele ocurrir con esos tesoros de museo, uno logra remontarse a otras épocas que parecen inalcanzables desde nuestra contemporaneidad.

Se puede observar a través de un gran ventanal a los trabajadores cortando cada caramelo y dándole forma. Una vez que la mezcla se enfría lo suficiente, es colocada en grandes planchas donde se la aplana, para luego cortarla con tijeras y darle a mano la forma del caramelo de que se trate. La labor varía así dependiendo del dulce en cuestión: hay caramelo duro cortado en cuadrados o rectángulos, chupetes de colores en forma de espiral, barras de caramelo duro hecho a base de maní, etc. Los obreros además empacan canguil dulce, caramelo masticable, chocolates rellenos y otras delicias. El olor a azúcar domina en todas las zonas de la fábrica, cosa que no es de extrañar si se considera que 4.000 libras diarias de dulces se producen en Hammond’s.
Aprovechando la época navideña, en que la nieve y los fríos vientos polares incitan a comer dulces, visitamos Hammond’s en busca del gusto propio de la época, pues hay sabores que sólo salen a la venta en diciembre con motivo de las festividades; tal es el caso del caramelo de jengibre, de rompope, de avellana, etc. El más tr adicional es el bastón de menta, sea rojo o verde, que nunca falta en el árbol, o en las fundas de sorpresas. Dicho bastón dulce es tan típico de la Navidad estadounidense, que este recorrido acaba con una muestra gratis. El almacén situado a la salida se llena en este mes, pues hay regalos adecuados a las celebraciones. Niños y adultos gozan de una visita que recuerda a la película “Charlie y la Fábrica de Chocolate”, con la diferencia de que en Hammond’s todos la pasan bien.
Valga la oportunidad: en Cuenca aún hay quienes hacen cañas de azúcar, melcochas y otras dulzuras artesanales. Hay que apreciar esta labor, puesto que se pierde bajo los productos que llenan las fundas navideñas de hoy.