Por Eliécer Cárdenas
Ecuador tiene conglomerados interandinos tan importantes como la conurbación Cuenca-Azogues-Biblián-Gualaceo, que llega cómodamente al millón de habitantes, y la Machala-Puerto Bolívar-Pasaje, también populosa, por no decir la de Manta-Portoviejo. ¿Por qué no rotar las ferias del libro?
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Según el escritor italiano Humberto Eco, el libro es uno de aquellos inventos humanos “perfectos” que por serlo no sufren “mejoría” con el correr de los siglos. Pues bien, el libro, tan vaticinado en su extinción en esta era de la Informática que eclipsó a la “Galaxia Gutemberg”, las ferias del libro que el Ministerio de Cultura y Patrimonio realiza anualmente, corren el riesgo de volverse eventos anodinos. Hay varias razones para ello.
Primero, el carácter centralista del certamen anual, que se realiza en Quito, cuando siendo el Ecuador un país pequeño, de población uniformemente distribuida, que si bien cuenta con dos ciudades de más de un millón de habitantes, Quito y Guayaquil, posee conglomerados interandinos tan importantes como la conurbación Cuenca-Azogues-Biblián-Gualaceo, etc. que llega cómodamente al millón de habitantes, y la Machala-Puerto Bolívar-Pasaje, también populosa, por no decir la conurbación Manta-Portoviejo. ¿Por qué no rotar las ferias del libro? Así se fortalecería la cultura del libro y la lectura en el país.
En segundo lugar, se peca en estos eventos por multiplicar los “lanzamientos de libros”, que en ocasiones se registran tres, cuatro y más a la misma hora, de suerte que con suerte –valga la redundancia- a cada acto asisten cinco, seis personas o poco más.
En tercer lugar, no basta invitar a unas cuantas “estrellas” internacionales, a veces de dudoso valor, para que digan lo de siempre y que es un insulto al país anfitrión, que “no conocen la literatura ecuatoriana”.
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A esos señores habría que decirles que antes de viajar al Ecuador, por lo menos tengan la cortesía de consultar en las páginas de Internet aspectos elementales de la literatura ecuatoriana, y no se queden en Montalvo o Icaza.
Otro problema suelen ser los públicos. No basta ni mucho menos que “acarrear” a jóvenes de establecimientos educativos, a que se paseen, muchas veces aburridos, por los stands editoriales, sino motivar para que tengan real interés por los libros y la lectura. Si no se lee, serán las ferias del libro como ofrecer a un eunuco desfiles de estriptiseras.
Finalmente, cabe un reparo a la Cámara del Libro. Las obras que ofrecen en los stands son las mismas que muestran en sus locales, y lo peor, a precios tan caros que los adictos a la lectura que generalmente son personas de clase media, se quedan con las ganas de comprar un volumen, porque resultan carísimos y los descuentos que se ofrecen son ridículos. Por lo tanto, el Ministerio de Cultura y Patrimonio debería optimizar la inversión anual que generan las ferias del libro a partir de esquemas más frescos, más participativos, más amigables en suma con su público, el lector o lectora reales y potenciales, que se sienten muchas veces ignorados y hasta maltratados en las ferias.
En resumen, una descentralización de la Feria del Libo, que pudiera un año hacerse en la Capital, otro año en diferente ciudad; abaratar la oferta de obras y actualizarlas, diversificando sus temáticas; menos “estrellatos” y más contenido en las jornadas de cara al público.
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