Por Alba Luz Mora
Los mismos hombres que lo han edificado lo demolerán mañana, para luego cimentar algo mayor, más complejo, más caro. Todas las ideas que lo animan huelen a moda y a muerte. Al propio tiempo que lo construyen piensan en el medio de derribarlo |
Un manto blanco, brillante, expandiéndose hacia arriba y filtrándose en los vacíos, entre bloque y bloque vertical, dibuja los perfiles de granito y cemento de la gran New York 2014. En el confuso ambiente urbano un solo ruido fuerte y grande sintetiza la vida agitada de toda la ciudad. Y una multitud abigarrada circula en todas las direcciones: son los habitantes permanentes o de paso de la gran manzana: blancos, trigueños, negros, altos, bajos, pequeños, población, síntesis de todas las estaturas y alturas, reflejados en la multitud aturdida, durante las 24 horas del día.
Es que vivimos la era del building, que con sus audaces diseños y elevadas construcciones, va sometiendo la vida urbana a sus caprichos. Es cierto, el building crece y creciendo puede aguardar la inspiración de unos y las lentas experiencias de los demás. Enormes intereses conjugados reclaman su terminación. El building vive la vida de las cosas mortales. En este ambiente, el cine o el show son un lujo del gran lupanar burgués. Un gran lujo de uniforme que puede hallarse de un extremo a otro de la gran urbe.
El espectáculo se desliza como la humanidad, como los astros. Es una diversión de islotes, un entretenimiento de criaturas aleladas por sus quehaceres y sus preocupaciones. Un pasatiempo que no requiere ningún esfuerzo ni sugiere ninguna pregunta…Los humanos aprisionados entre las distancias que hay de frente a frente, por las calles estrechas y avenidas y el tráfico incesante, gastan sus vidas en el tumulto de voces, acentos, gritos y silencios.
El tiempo transita, sin pausas ni recesos. La New York de invierno y blanca está cubierta de polvo gris y negro, helado, que se derrite con el sol y torna a enhielarse-frizurarse según el vulgo- en intercambio inacabable de destinos, metas, ansiedades y realizaciones.
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Una New York que duerme y no lo hace, sobrevive al tiempo y a las distancias. Miles de dólares circulan en oficinas y grandes almacenes, en los bussines, cotidianamente. Hay grandes perdedores y ganadores en el mundo de las buenas y malas transacciones. Las construcciones que rodean el Central Park, la emblemática edificación de la ONU, los museos, se han apilado a lo largo de 8 avenidas que cruzan la “gran manzana”, interceptadas por calles estrechas y numeradas, que aumentan el dígito según el desarrollo de los planes urbanos, que no logran someter al tiempo ni su avance imposible de frenar. Mientras que la gente circula sin verlos, alienada y aturdida por el ruido automotor, hablando casi sin escucharse, perdido el espíritu entre la presión del tiempo y las distancias y los desafiantes edificios que, cada vez más, se alzan al cielo.
Dos, tres, cuatro ocasiones, nos hemos visto internados en el building, no hay mayor diferencia entre lo experimentado ayer y hoy. Quizá superior refinamiento en la tecnología, óptimas bases físicas de las edificaciones, respuestas oportunas y rápidas a las demandas callejeras, gran presencia de la raza negra, más fuerte y desarrollada que nunca, vestida en forma extravagante, gritos que salen de aquí y de allá.
El building vive la vida de las cosas mortales. Se ha construido para que dure treinta años, lo mismo en New York, Dubai, Pekín y Chicago. Los mismos hombres que la han edificado lo demolerán mañana, para luego cimentar algo mayor, más complejo, más caro. Todas las ideas que lo animan huelen a moda y a muerte. Al propio tiempo que lo construyen piensan en el medio de derribarlo. En el contrasentido de Las Torres Gemelas, que cayeron como espuma para ser sustituidas por otras más sofisticadas, no tienen más preocupación que cuando responde a las necesidades modernas, en lugar de quererlo y embellecerlo.
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