Por Eugenio Loret Orellana
 
De la ciudad de piedra donde Manco Cápac plantó su cetro de oro han sido dejados para ser vistos caminos, terraplenes, cultivos, viviendas y señales de todo tipo
 
 
El ser humano forma parte del sitio en el que vive, en que trabaja o simplemente del lugar por el que pasa. Estemos en tierra propia o ajena, siempre ha habido hombres y mujeres que nos han precedido o que nos acompañan en el silencio o la alegría del paisaje para disfrutar de una nueva aventura dejando atrás las ataduras de lo cotidiano.
 
Venimos del Cusco, que fuera capital del antiguo Incario y transformada en ciudad española por los Conquistadores. En su centro histórico, casi todos los edificios reposan hoy sobre cimientos incaicos en donde la sensación de espacio y de grandeza predomina. Eso explica que ahí, en la cuenca del Cusco, se depositara la savia vital de toda una cultura, cuyas proyecciones alcanzaron dimensiones sorprendentes en el Imperio del Tahuantinsuyo y de los sabios como famosos Incas emperadores cuya obra grandiosa sólo se puede comprender visitando el Cusco y la ciudad inca de Machupicchu.
 
Ariana Escalante, niña turista, posa con personajes del espectacular paisaje geológico y arqueológico.
Sobre los muros de la capital de los incas, soberbios e indestructibles, los conquistadores construyeron el segundo piso de la ciudad. Sobre el gran cilindro de granito del Templo del Sol, se levantan los muros circulares y arcos torales del convento de Santo Domingo y la Catedral del Cusco que se extiende macizamente en todo un costado de la Plaza de Armas como monumento vivo de la cultura andina.
 
Cusco parece un pueblo español por sus calles estrechas, sus balcones y tejados. Sobrarían los ejemplos de peruanidad y cultura andina, como fusión equilibrada de los caracteres incaicos y españoles, para exaltar el Cusco, ciudad para turistas en medio de grandes valles, quebradas y planicies que forma una de las regiones más ricas del Perú.
 
De esa ciudad de piedra donde Manco Cápac plantó su cetro de oro para fundar el Cusco, y luego de recorrer la escritura del paisaje que posee la libertad de los sueños y en donde las huellas de la actividad humana son visibles, y han sido dejados para ser vistos: caminos, terraplenes, cultivos, viviendas, señales de todo tipo, pasando por Písac, Chinchero, Tambomachay, Kenko, y de visitar museos de sitio llegamos a Ollantaytambo, estación del tren, para luego de un recorrido espectacular de 1 hora y 40 minutos llegar hasta el distrito municipal de Machupicchu refugio turístico lleno de hoteles, restaurantes, cafés y galerías de artesanías; continuar en bus, coronar un largo ascenso, ante un horizonte inmenso y agreste, bajo un cielo indómito, a pleno viento hasta encontrarnos de frente con la luminosa claridad del Templo de Machupicchu, joya espiritual y material del patrimonio mundial, donde el paisaje es, en definitiva, un lenguaje humano profuso y conmovedor que invita a un diálogo interminable entre la Naturaleza y el hombre.
 
Machu Picchu ( montaña vieja ) se alza a 2.430 metros de altura en un sitio de los Andes de extraordinaria belleza que hace presentir el misterio y el esplendor de lo divino cuando admiramos la audaz creación urbana del Imperio de los Incas compuesto por rocas intrusivas con aproximadamente 250 millones de años. La roca más extensa y abundante es el granito gris blanco, compuesto de cuarzo y mica.
 
Ollantambo, pueblecito próximo al complejo arqueológico
Desde el Templo de las Tres Ventanas es impresionante observar a centenares de turistas de todo el mundo en largos cortejos ruidosos y jadeantes en su intento de coronar el Templo sagrado dejando atrás sudores limpios en esa sangre de fuego que la piedra fatigada y sedienta aspira vorazmente ante la mirada vigilante de una vizcacha en su madriguera de roca.
 
   Machu Picchu permaneció oculta más de cuatrocientos años hasta que el explorador Hiran Bingham - estudioso del itinerario y las rutas libertarias de Simón Bolivar – la descubrió en 1911. Fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1983 por la Unesco. Es también una de las Nuevas Maravillas del Mundo desde el 2007. El área total del complejo es de nueve hectáreas y está dividida en dos sectores: el agrícola y el urbano, todo en perfecta armonía con las montañas que rodean el lugar. Los incas suministraron de agua a la zona mediante acueductos subterráneos cuyas fuentes hasta hoy no se descubren.
 
El sector urbano está compuesto por 172 edificaciones comunicadas por 109 escalinatas en donde se destaca el Templo del Sol que fue usado, también, como observatorio, obras arquitectónicas que han resistido al paso del tiempo, con conceptos de construcción avanzados para su época que siguen intrigando hasta ahora.
 

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